Aparte de la conectividad que nos da Internet, también nos ofrece como arma de doble filo, el anonimato. Si nos gusta aparentar cosas que no somos en la vida real, no queda duda alguna que Internet potencializa esa conducta y prácticamente podemos adoptar cualquier tipo de Alter-ego en la red, por decirlo de alguna manera.
En una empresa en la que trabajé, me tocaba frecuentemente visitar a los clientes, tarea que nos repartíamos con mi jefe. Estas reuniones consistían en conectar un portátil a un video beam y y hablar sobre lo que fuera que aparecía proyectado.
Una tarde mi jefe llego a la oficina sorprendida. Había tenido una reunión, en la que decidieron conectar el portátil de la contadora, quien en ese entonces debía tener un poco más de 45 años de edad, era bajita y de pelo negro. Una señora en todo el sentido de la palabra que bien podría pasar como una tía recatada.
Resulta que en plena reunión, mientras la contadora exponía unas cifras acerca del inventario de su compañía, se le había olvidado cerrar su sesión de Skype. Si no estoy mal, si uno no configura el estado como ocupado, cualquier mensaje que le envíen a uno, aparece en la parte inferior derecha de la pantalla y se queda ahí por unos segundos.
En la reunión estaban mi jefe y unas 3 personas de la otra empresa. De repente, en plena exposición de la contadora, apareció el siguiente mensaje "Hola!, perrita consentida". La forma en que siempre irrumpen en la pantalla esos mensajes tiene algo hipnótico, y uno tiende a dirigir la mirada automáticamente hacía ese lugar y leer rápidamente.
Obviamente, como suele ocurrir en esos momentos embarazosos, todas las personas hicieron como si nada hubiera ocurrido y no comentaron el incidente, pero esto es casi obvio porque ¿Qué tipo de comentario debería realizar uno para romper la tensión del momento? definitivamente, en esos casos, lo mejor es quedarse callado y dejar que el el silencio se trague la situación.
Imagino entonces, que la contadora acabo esa relación virtual o real, por la imprudencia de su amigo y la traición del Skype.
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