Todos, casi literalmente, nos morimos por relatar algo. Tenemos miles de historias personales, que nos han contado o hemos escuchado, y se vuelve casi un deber compartirlas con alguien, sin importar si es un extraño.
El sábado pasado me toco oír una historia que en ningún momento pedí. Tomé un taxi a eso de las 3:30 p.m, y mi intención era escuchar música, pues creo que se me disparan buenas ideas cuando: Me baño, desayuno camino y/o monto en bus o taxi conectado a mi mp3.
El taxi que tomé lo manejaba un hombre joven, y a los pocos metros después de arrancar, sin ni siquiera darme la oportunidad de ponerme los audífonos comenzó a hablarme. En muy pocas ocasiones le hablo a los taxistas, y cuando lo hago es porque definitivamente sé que no se van a da a por vencidos.
Íbamos por la 30 y habían muchos militares de la escuela de oficiales caminando. En ese momento, luego de pensar en hacerme el dormido, yo me había quitado el audífono derecho para escuchar lo que me decía el conductor:
"Lo bueno del ejercito es que a uno le enseñan a ser disciplinado, y la disciplina es la clave del éxito". Después de esta afirmación le pregunte que si hacer esa carrera sería rentable, me respondió: " ¡Claro! uno como mínimo sale como Sargento Mayor, ganándose 6 palos". Luego de su comentario que no sé si sea cierto o no, me quede callado, hasta que alguien le entregó un volante de una tienda de muebles. "Este comedor esta la putería" y después de eso leyó un copy, más bien flojo, del volante "Muebles y diseño, deja volar tú imaginación".Después de eso siguió exaltando las virtudes de los muebles, mientras yo escuchaba, solo por un oido, Four Sticks de Led Zeppelin.
Al avanzar otro par de cuadras, cuando el Dios de la aleatoreidad le concedió a mi mp3 la canción Leash de Pearl Jam, el taxista comenzó a hablar de los carros parqueados a lado y lado de la calle. "Si yo tuviera una grúa me la pasaría recogiendo carros". Estuve de acuerdo con su postura, pues vi que realmente sentía rabia contra quienes habían dejado parqueado los carros en la calle, y la verdad no quería generarle algún malestar y que de repente en un ataque de furia, me hiciera el paseo millonario, que habría sido el paseo chichipato porque no llevaba ninguna tarjeta.
Hasta ese momento había anotado sus frases en mí celular, pero de ahí en adelante su narrativa se desbordó y me preocupé más en ponerle atención que en tratar de copiar lo que me decía. Me contó que su papa era una concha, porque había dejado de trabajar; en ese momento atendió una llamada de la esposa del papá, quien le contó que él había decidido caminar desde la 140 con 19 hasta Fontibón. El taxista le respondió "no se preocupe que el ya ha caminado y no le va a pasar nada". Me miró por el espejo retrovisor y me dijo "¿Qué tal esta vieja? dizque lo vaya a recoger, suerte, yo estoy trabajando."
Le pregunté que por qué su papá no cogía un bus, y me respondió que no tenía un mísero peso, que de un momento a otro dejó de trabajar y, a pesar de que el ha querido ayudarle con prestamos e ideas de negocios, él no ha querido hacer nada.
Luego me contó que el ha trabajado desde muy pequeño, y que una vez un señor de una bodega lo cito a las 6 de la mañana. Ese día el le pidió plata prestada a su padrasto "Una chanda de man" y no le quiso dar para el bus; entonces decidió irse caminando. Le llovió, pero a pesar de eso no le incumplió la cita al señor de la bodega.
Luego de eso comenzó a saltar de una historia a otra y las contaba a una velocidad impresionante. Por último me comentó que algún día le gustaría escribir un libro en el que narraría toda la historia de su vida.
Cuando me bajé le deseé mucha suerte con su proyecto, sonrió y me dio las gracias. Hay veces que, a pesar de que no tengamos ganas, es bueno dejar que otros nos relaten lo que quieran; muchas veces el acto de contar historias se convierten en en una válvula de escape que nos ayuda a sobrellevar diferentes problemas y evita que cometamos locuras.