Voy de afán por la calle. Levanto la mirada y hago contacto visual con un lotero que escanea el sector en busca de clientes. Mientras mis pasos me acercan a él, cada vez escucho de forma más clara su discurso de venta: "Vea patrón le guarde el número ganador, el 735, el de su carro" me dice.
No tengo carro, pero de cierta forma la premonición del buen hombre me emociona. Si la interpreto bien, quiere decir que si le compro el boleto me voy a ganar la lotería o que voy a tener carro dentro de poco.
No entiendo si el carro me lo va a regalar alguien o si me lo voy a comprar con el dinero de la lotería. Me gustaría ganármela, pero es probable que le tenga más fe al horóscopo, así que nunca la compro. "735 patroncito, vea aquí se lo guarde" me dice el lotero mientras me imagino manejando un carro. Continúa desplegando todo su arsenal narrativo de venta hasta que lo paso de largo. Cuando se da cuenta que no le voy a comprar el boleto de lotería, comienza a recitarle un discurso similar a otra persona que pasa por el lugar.
El número revolotea todo el día en mi cabeza. Trato de asociarlo con algo. Me hago la promesa de estar pendiente de mirar el relok a las 7:35 p.m, pero me distraigo y se me pasa esa hora. Hago operaciones con esos tres números, sumo dos y le resto el otro, los multiplico, divido, juego con ellos hasta que me aburro pues ninguno de los resultados me dice algo diferente a números.
¿Por qué ese hombre estaba tan seguro de que el 735 era el número que el destino me tenía preparado? Quiero volver a encontrármelo no para comprarle la lotería, sino para que me lea la mano, me eche las cartas o alguno de esos rituales en los que muchos depositan su fe.
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