miércoles, 7 de septiembre de 2016

Alejandra

"Alejandra".  Esa era la contraseña del correo de una conocida en la universidad.  No la descubrí por mis increíbles dotes de hacker ni nada por el estilo; simplemente un día, en una sala de computadores, Carlota, la mujer a la que hago referencia, estaba sentada a mi lado y mientras  tecleaba su clave, la dijo en voz alta como si se la estuviera dictando, sin importarle que las personas a su alrededor, como yo, la escucháramos. 

Carlota iba unos tres semestres adelante del mio, y no tenía ningún tipo de interés en ella, pero no sé por qué razón su contraseña  se me grabó en la cabeza.  Al día siguiente, ingresé a chimosear su correo, pero no encontré nada que me llamara la atención. No sé con qué fin hice eso y ya ni recuerdo qué E-mails vi.  Volví a a hacerlo al  siguiente día, como si  en unas cuantas horas Carlota hubiera tenido acceso a un gran secreto pero ocurrió lo mismo,  los mensajes de su correo electrónico no tenían nada interesante, o por lo menos nada que me llamara la atención.

Después de eso perdí por completo el interés de esculcar la vida virtual de Carlota, hasta que un día volví a recordar el episodio en la sala de computadores, y en otro ataque de voyerista virtual,  digité su correo y la contraseña.  La había cambiado.

No entiendo por qué le damos ese carácter ultra-secreto a la información que guardamos en nuestro(s) correo(s) electrónico(s).  Como siempre nos damos unas ínfulas de importancia que no tienen razón de ser y creemos que la información que manejamos, es similar a la que Edward Snowden  tuvo en sus manos .

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