Justo en este momento, no digo “etapa de mi vida” pues suena a frase acartonada que tantea los terrenos del cliché, no deseo tener hijos. Está claro que, a futuro, es una postura que puede cambiar, pero decir que la vida va a ser diferente resulta obvio; el cambio está presente a todo momento en nuestros asuntos, sino que, a veces, preferimos ignorarlo.
Cuando conozco a una mujer que me llama la atención, inmediatamente la catalogo como la mamá de mis no-hijos, de unos seres, no seres claro está, que existen en mi imaginación pero que carecen de cualidades antropomórficas; son como un gas que intenta solidificarse en un rostro.
Quizá le prestamos más importancia al mundo de lo inexistente que al real, a esos eventos imaginarios cargados de fantasía que abundan en nuestras cabezas; complementos de nuestra realidad y tan necesarios como la energía del trozo de pan que comemos al desayuno, que igual nunca vemos.
Lo ideal sería que la mamá de mis no-hijos, también me viera como un padre de los -suyos, sus no-hijos para estar claros, pues creo que es más fácil establecer comunicación y tener una no-familia, con quien comparte una postura en común.
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