A Gabriel le encanta conversar,
encontrarse con un par de amigos y comenzar a hablar sobre cualquier tema, procurando evitar su seriedad de “Adultos profesionales” y esas ínfulas
de expertos, que a veces nos invaden.
Charlar, sobre lo que sea, temas con o sin sentido. Dejar que las
palabras fluyan como un rio que se desborda por la boca.
Sabe que para hacerlo, la
actividad por sí sola puede ocurrir, pero tiene claro que en algunas ocasiones
puede resultar más agradable, cuando variables externas (café, licor, café con
licor) hacen presencia.
La bebida que más le gusta es la
cerveza, que se encuentra en todo lado, y es una de las más asequibles en cuanto a precio . En él la cerveza actúa como una chispa que le prende el cerebro y
que produce una colisión de neuronas que se traduce en palabras, acompañada de
exclamaciones y risas.
Es sábado en la noche y Gabriel
está con un grupo de amigos charlando en un café. Al momento de la partida, en medio de
apretones de mano y besos en la mejilla, Juliana pregunta: “¿Y si nos tomamos
una cerveza? Todos se miran con caras de “¿y por qué no?” y vuelven a tomar
asiento. “Solo una y ya” responde con una sonrisa Gabriel mientras mira su
reloj. “Si solo una, la de pirnos” dice Juliana a quién le brillan los ojos.
Piden esa única cerveza de la
noche, que rara vez es una. Esa primera
o única, como quiera llamarla estimado lector, cumple con calentar los motores,
bien sea de la conversación, la noche, el flirteo o lo que sea. Apenas se acaba. La cantidad de temas que quedan
expuestos sobre la mesa necesitan ser cerrados de alguna forma, si suponemos
que se puede concluir algún tema en esta vida.
Gabriel, con un sorbo decisivo y
prolongado, es el primero en acabar la cerveza, y espera, golpeando con las uñas
la botella y llevando quién sabe el ritmo de qué canción, a que el resto lo haga. Es ahí cuando suelta la
pregunta: “ ¿Qué, otra?”, y dígame usted,
¿quién es el malvado que responde “no”
ante semejante pregunta tan inofensiva y tentadora? “Bueno” responde Juliana,
quitando el pelo de su frente. “Pero esta si es la de pirnos” dice otro amigo”.
Gabriel asiente con la cabeza y esboza una sonrisa que poco a poco agarra fuerza
hasta que muestra todos sus dientes, una sonrisa que encierra un mudo y tajante “¡Si!”,
levanta la mano para llamar a la mesera y pedir la otra tanda.
La segunda, igual que la primera,
suspendió el tiempo y acompaño la conversación.
Cuando se acabó, el grupo de amigos sabía que tenían que pedir la
tercera. Hay momentos que no se pueden
cortar de forma abrupta.
Esa les dio para otra media hora
de conversación. En sus caras se les notaba el cansancio, pero también la emoción
de la charla y el reencuentro. Cuando se la terminaron,
alguien se atrevió a soltar la misma pregunta de hace un rato “¿Otra?” y esta
vez la respuesta de todos al unísono fue: “Nooo pa’ la casa”
Quizás esa tercera cerveza separa
el territorio de “un buen rato” con ese otro de “penumbras de la inconsciencia”
al que a veces queremos a viajar cuando tomamos licor.
Apenas se pusieron de pie,
Gabriel y Juliana, en un acto reflejo, entrelazaron las manos. A Su conversación aún le quedaba tema.
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