Él tiene las manos de ellas entre las suyas. La escena tiene cierto aire dramático.
“En serio hoy nos podemos despedir. Tú me dijiste que te habías sentido ligada”. Dice el hombre
El tono es de reclamo, pero el gesto de su cara también lleva una pizca de súplica. Volteó a mirar a la mujer y, por su expresión de sorpresa, parece no creer en sus palabras.
Hago contacto visual con ella un par de segundos. “Mentira, ¿cierto?”, parece preguntarme en medio de esa complicidad silenciosa que a veces surge entre los desconocidos. “No sé” pienso. El papel de juez nunca me queda bien.
Ella deja de mirarme y libera sus manos de ese típico agarre de pareja de enamorados, al tiempo que dice: “Puedes dejar de…” Ya sabe que trato de poner atención a su conversación y baja el volumen de su voz a un nivel casi imperceptible, incluso para su interlocutor que le responde: “¿Cómo?”. “Ahorita te digo” dice ella, queriendo poner fin a ese breve intercambio de palabras.
El hombre siente que se hunde en la conversación que, claro está, no le favorece, y lanza otro par de frases salvavidas.
“Inconscientemente no he querido que...(palabras ininteligibles). Te hubiera podido exponer punto por punto.”
Les traen la cuenta y una caja con algo para llevar. El hombre saca su tarjeta débito y cancela.
La mujer es la primera en ponerse de pie y él, al instante, la imita y le obstruye el paso, como esperando una muestra de cariño.
La mujer agacha la cabeza y lo esquiva. Él suspira y, con resolución, sale detrás de ella.
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