Ante el apremiante plazo de entrega, el reconocido periodista Darío Piñeros debe escribir un texto y enviarlo antes de la medianoche. Su reloj marca las 10:15 p.m. pero Piñeros prefiere leer 22:15, la hora militar, conducta que espera que le dé un poco de método o rigurosidad a su proceso de escritura, Le gustaría tener un general a su lado apurándolo, pendiente de que sólo se preocupe en escribir una palabra detrás de la otra.
Escribir, en estos momentos, es lo último que Piñeros quiere hacer. Justo en este instante, mientras él escarba su cabeza para dar con algún tema medianamente interesante, todos sus colegas se encuentran en “Botella Rota”, su bar preferido, celebrando el cumpleaños de Martina, esa practicante altiva y condenadamente sexy que hace poco entró al periódico.
“Piñeritos, vas a ir a la celebración de mi cumple, ¿cierto?” le había preguntado ella después de la junta de redacción. “¿Cómo me lo voy a perder?, llego un poco tarde, pero allá estaré”.
22:24 “Firme mi coronel, ya me pongo a escribir” le dice mentalmente Piñeros a ese personaje de bigote y quepis que imagina a su lado. Escribe dos líneas, luego las borra para escribir otras 5, y las deja ahí en la pantalla como muertas.
22:26 “¡Firme!”.
Quiere que su texto sea original, pero ¿qué es un escrito original?”, que esté lo más alejado posible de clichés y lugares comunes, se responde.
22:31 nada ocurre en su cabeza, el engranaje de la escritura está oxidado, trabado, o bien porque no tiene ganas de escribir, o porque a cada rato Martina se le aparece en su cabeza con esa faldita negra y diminuta que llevó hoy a la oficina, o bien porque cree que tiene hambre o, en su defecto, sed; ya va por el quinto vaso de gaseosa.
“¿Cuál es la maldita aberración a los lugares comunes?” se pregunta Piñeros. ¿Por qué no acudir a ellos cuando los necesitamos? ¿Cuál es ese maldito afán de ser originales? Se imagina un relato corto de no más de 500 palabras, en el que dos personas se encuentran y luego del saludo y las preguntas de rigor sobre sus familias y parejas, se ponen a hablar sobre el clima, luego de fútbol y por último de política, luego se despiden y ya, nada más, no pasa nada, “una especie de anti-relato” piensa.
22:51 “¡Señor si señor!” Luego de jugar con el cuento en su cabeza, de buscarle unos personajes y darles ciertos rasgos de personalidad, Piñeros concluye que los lugares comunes, si es que existen, están subvalorados, pues nos brindan puntos de conexión con el resto de la humanidad. Que los consideremos simples o tontos es otro cuento, pero no podemos pretender andar como filósofos por la vida, preguntándonos acerca de nuestra existencia y razón de ser a cada rato.
22:57. Lugar Común, es el título que le da a su artículo. Luego busca en internet “lugares comunes en la escritura” y da con un listado de 40 ejemplos: “A su mente acuden, Le asaltó una duda, Mar de dudas, El silencio sobrecogedor y Mirada cómplice”, entre otros. Se compromete a utilizar por lo menos 10 en su escrito, que ahora fluye como un río envuelto en un silencio sobrecogedor, o lo que sea que signifique eso.
Piñeros teclea frenéticamente, ante el gesto satisfactorio y de aprobación de su general imaginario.
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