Se había acostumbrado a los muchos componentes y situaciones de su vida: trabajo, relaciones, rutinas y a unas ya le resultaba imposible encontrarles sabor, sin importar cómo o por qué lado las mascara, abordara, digiriera.
También se había acostumbrado a que los relatos tuvieran un inicio, nudo y desenlace, porque así lo reza la teoría narrativa, ese legado de exposición, confrontación y resolución que dejaron los padres de la narrativa, pero diseccionar una historia, su historia, en elementos que encajen cómo piezas de rompecabezas en una línea de tiempo, es una labor imposible; las historias son mucho más que únicamente los tres actos.
Cuando va a salir de la casa y el cielo está gris, se acostumbró a llevar sombrilla, porque está acostumbrado a permanecer seco que, sabe, se relaciona, con alejarse de los extremos, pues le tiene mucho miedo a los abismos de lo que desconoce.
La costumbre lo ha llevado a convertirse en un ser binario, un 1 o 0, completamente predecible, un blanco y negro, unos extremos que se unen en las puntas y que forman una circunferencia, un loop que nunca deja de recorrer.
Está cansado, y se cansa aún más al ver a los otros en la misma situación, en la que el tiempo parece que no avanza y se repite una y otra vez: el blanco, lo bueno, el 1, el negro, lo malo, el 0, siempre lejos de los bordes de la existencia.
Quiere desacostumbrarse, acaso, ¿quién no? Ser otro, ser otros, anular su identidad costumbrista y encontrar dicha en su caos, sus contradicciones, sus fisuras como ser humano imperfecto y burdo.
Truena y sale a caminar sin sombrilla. Por algo se empieza.
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