miércoles, 3 de enero de 2018

Regalos

“¿Sabías que los niños que se ponen tristes no reciben regalos?” Le dice una madre a un hijo, que debe tener unos 4 años. Apenas escucho la frase volteo a mirarlo y, en verdad, el niño tiene un semblante muy triste, como si por alguna razón y a pesar de su corta edad, una experiencia lo hubiera convencido de que no vale la pena esta vida. 

El niño está sentado entre las piernas del padre, y ahora este le habla en susurros al oído. El niño, que lleva un gorrito de lana blanco y guantes negros, continúa con la mirada fija en un punto del piso, ni siquiera parpadea. Intento descifrar que es lo que mira con tanta intensidad, pues es de noche y yo no veo nada aparte de pasto. Pienso que si lograra hackear su mente para ver todos los pensamientos que atraviesan su cabeza, de pronto entendería mejor el mundo y la vida, como parece hacerlo el menor que, hasta ese momento, no ha dicho ni una sola palabra. Poco le molesta eso de quedarse sin regalos. Quiere, al parecer, revolcarse en su estado melancólico que solo él entiende. 

“¿Si o no?” le pregunta la madre al padre en busca de apoyo, y después de semejante terror psicológico, canta como si nada: “Ana nanita nana, nanita nana, nanita EA” con un fervor impresionante, quizá convencida de que a raíz de su estado de ánimo dicharachero y festivo, ella si va a recibir muchos regalos.

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