Un hombre cuyo saco se pasea entre la frontera de los colores morado y vino tinto está sentado con las piernas abiertas y sus pies marcan las 4:40, no sabemos si de la tarde o de la mañana. Luego, en su madrugada o tarde, abandona junto a su acompañante el lugar y la mesa es ocupada por una pareja de novios adolescentes.
Ella lleva un uniforme de colegio gris con cuadros azules y él viste todo de azul con jeans y una chaqueta. Arriman los asientos hasta quedar lo más cerca posible para besarse seguido. Cada vez que lo hacen, la mujer lo toma firme de la nuca firme y hala su cabeza hasta que las bocas inquietas se encuentran.
A dos mesas una mujer con un chal de lana que cubre toda su espalda, pantalón negro y botas grises hasta las rodillas teclea frenéticamente en su teléfono celular. Dos botellas de agua fría, con gotas de agua que resbalan, reposan encima de la mesa. Al rato llega su pareja, un hombre con un saco amarillo de capucha. Apenas se sienta pone una mano sobre uno de los muslos de la mujer y comienza a acariciarlo. Ella, ante el gesto de su pareja, recuesta la cabeza sobre uno de los hombros del hombre, quien ahora le revuelca el pelo cariñosamente.
Complementa la escena un abuelo de pelo blanco y su nieta. La pequeña parece indecisa, y no sabe si sentarse o no. Al fin lo hacen y entablan una conversación en la que solo habla el viejo y la pequeña asiente o niega con su cabeza. Al cabo de un rato, el abuelo deja a la niña sola y se va a hacer fila para comprar algo de comer. En la fila, mientras habla por celular, no le quita los ojos de encima a su nieta, que ahora está desgonzada en la silla, con la cabeza echada hacia atrás y todo su pelo, largo y negro, colgando; una Rapunzel en miniatura.
Un niño de unos 10 años se pasea por el lugar de un lado a otro con una bandeja en sus manos. Distraído tumba un letrero amarillo que dice, en letras rojas: “Piso Mojado”. En una maniobra complicada se agacha a recogerlo, mientras hace equilibrio con la bandeja en una mano. Una señora que va pasando a su lado se da cuenta y se apresura a ayudarle. El niño, aliviado, se reincorpora y continúa caminando sin rumbo fijo; aún no encuentra a la persona que busca.
La mesa de las botellas de agua sudorosas, ahora está ocupada por un hombre de mediana edad, si suponemos que va a morir a los 86 años. A esa mesa la vamos a llamar: “mesa de los sacos amarillos”, pues este hombre también lleva uno de lana en ese color. Cruza una pierna sobre la otra a manera de contorsionista, mientras la luz del lugar se refleja sobre un zapato de charol negro muy brillante que quedó suspendido en el aire. De un momento a otro descruza las piernas sin ningún tipo de esfuerzo, y se pone de pie como activado por unos resortes.
Al instante otra pareja ocupa la mesa y la despojan del título: “mesa de los sacos amarillos”pues ninguno de los dos lleva una prenda de ese color.
En este punto la tinta del esfero, que ya venía cansada, dejó de existir, evento que coincidió con la llegada de la persona que estaba esperando.
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