martes, 31 de julio de 2018

Estímulos

Vamos a suponer que todo a lo que estamos expuestos, todos los estímulos que nuestros sentidos captan durante el día y la noche son los que determinan lo que va a pasar con nuestras vidas. De esa forma se derrumba el mito del libre albedrío y esas ansías infinitas de libertad que llevamos encima, pues podríamos suponer que no somos dueños de nuestras acciones, y que lo que ocurre en nuestras vidas no depende de nosotros. 

De esa forma todo lo que nos pasa: una charla con un amigo o un desconocido, una noticia que vemos en el televisor de un restaurante de corrientazo, lo que escuchamos a cualquier hora del día en un programa de radio; lo que leemos, desde la etiqueta de la salsa de tomate hasta una novela; todo y todas las situaciones que se nos puedan ocurrir, influyen en nuestro destino y, mejor aún, son sucesos que están misteriosamente conectados. 

De esa manera, entenderíamos todo lo que ocurre en nuestra vida y no cuestionaríamos lo extraña que esta resulta a veces, ni por qué nos tocó interpretar el papel que desempeñamos ahora. 

El truco para lograrlo consiste en entender cómo se relaciona esa lluvia de estímulos a la que estamos expuestos. 

Dado que esta es una tarea de nunca acabar, pues con solo los estímulos de internet, por ejemplo, tendríamos de sobra para el análisis que propongo, recomiendo, a modo práctico, seguir creyendo que manejamos las riendas de nuestras vidas. 

Ayer, por ejemplo, internet me anunció varias cosas: El fin de tomorrowland, el festival musical imagino, pues no creo que hayan hecho referencia a la película que lleva ese título en la que sale George Clooney, aunque uno nunca sabe; los goles de Ibrahimovic en la MLS, con una foto en la que el jugador sale sin camisa y con todos los músculos brotados, celebrando, supongo, un gol, pero como si lo convirtiera en el rey del mundo. 

Justo después la gran autopista de la información me puso al tanto del hallazgo de un proyectil de la segunda guerra mundial en Francia; supongo que el gol que celebró el jugador Sueco fue producto del proyectil en el que se convirtió el balón luego de patearlo; he ahí, por ejemplo, una relación, floja, superflua, pero relación al fin y al cabo entre dos eventos de la vida que parecen distantes. 

Mas tarde, un correo electrónico me cuenta que ¡Miles de Damas! Están buscando hombres y debajo de ese prometedor mensaje. aparecen varias fotos de mujeres atractivas de las que, investigando un poco más, me entero que son Ucranianas. 

Amazon no se queda atrás y me recomienda el libro: “Escriba y vuélvase rico, El secreto de autores exitosos y…así es, me dejaron en puntos suspensivos, para que le de clic al enlace, deje de escribir posts y me entere de una vez por todas cómo debo escribir para volverme millonario. 

Trato de concentrarme y mirar cuál es la relación entre todos y cada uno de esos estímulos que recibí a lo largo del día, pero las pocas que se me ocurren me parecen erradas, o bien, muy simples. 

Mas tarde, con ganas de tumbarme en la cama y no darle más vueltas al asunto, aparece otro correo en el que promocionan un Sofá en L, que se convierte fácilmente en una cama doble o en dos camas individuales, pero justo en ese momento sentí afinidad hacía un sofá en M que, seguro, puede convertirse en más cosas y que,  cuando lo vea, me lo voy a comprar.

lunes, 30 de julio de 2018

Terminar un libro

Me refiero a esos libros que logran engancharnos de principio a fin, que uno quiere y no quiere acabar, en últimas, digamos, un libro “bueno” o lo que cada uno considere que es eso. 

Terminar un libro brinda cierta satisfacción. Algunos dirán que no es nada del otro mundo, y si uno se fija bien, están en lo cierto; un libro leído puede que no parezca más que un puñado, un tropel, un batallón de palabras leídas que, quizá, pueden deshabitarnos tan pronto las leemos. Palabras, aventurémonos a decir, que entran por un ojo y salen por el otro. 

Esos libros “buenos”, logran remover algo que llevamos dentro, ¿qué?, supongo que recuerdos, emociones, sentimientos, eso de lo que realmente estamos hechos; ayudan a comprendernos y harta falta que eso nos hace. 

Hablo de ese tipo de libros que dejan aporreado al lector, que al terminar la lectura descubre que su yo narrativo ya no es el mismo. Libros que ofrecen más preguntas que respuestas, en últimas aquellos que nos descolocan, al tiempo que subrayan lo realmente importante. 

Pero no todo es color rosa, a veces la relación Lector-libro termina mal pues uno de los dos decide dejar al otro. En estos días leí la reseña de una mujer sobre un libro, en la que la lectora decía que había perdido el tiempo con ese libro y que por eso decidió abandonarlo. Solemos creer que somos nosotros quienes tomamos tal decisión, pero puede que también ocurra al revés, y que los libros sean quienes nos abandonen. 

Terminar un libro también viene acompañado de otra acción que no tiene nada que ver con el libro terminado; ese momento casi Zen en que, dado el caso, liberamos de su envoltura al siguiente, pues en el simple acto de rasgar el celofán que los envuelve hay algo primitivo y que da placer.

jueves, 26 de julio de 2018

Ladridos a la madrugada

Me despierto en la madrugada. 

El reloj marca las 2:30, “¿Por qué mierdas me desperté?”, me pregunto; al instante el cuerpo me da la respuesta: Me duele la cabeza. 

En un edificio de parqueaderos cercano un perro gime. Supongo que tiene hambre, frío o puede que también le duela algo. En silencio me solidarizo con el animal en su pena. 

Caigo en cuenta de mi posición y me parece que estoy tronchado. “Tronchado, tronchado”, repito la palabra varias veces en mi mente, y me suena desprovista de cualquier significado. Palabras bobas, llamo a aquellas que, como esta, carecen de sentido en un momento determinado. 

Tronchar significa: “Partir o romper con violencia cualquier cosa de forma parecida a la de un tronco o un tallo”. Imagino que mi cuello es ese tallo del que habla la definición y que la posición en la que me encuentro lo está quebrando. 

Ahora siento nauseas, bienvenido el dolor de cabeza en pleno. “¿Tendrá está nueva sensación algo que ver con el pedazo de pizza que engullí de más en la comida?”, me pregunto. 

Decido ponerme de pie y me muevo nervioso de un lado al otro del cuarto, mientras maldigo al universo por obsequiarme un dolor de cabeza, de espalda y nauseas en la madrugada. 

Recuerdo que en algún lugar tengo una caja de un relajante muscular. La busco y, para mi sorpresa, la encuentro rápido. El médico que llevo por dentro dictamina que me zampe una pastilla, lo hago; me auto-receto, cosas que uno hace de madrugada. 

Pasados unos minutos el dolor persiste. Ahora, ese buen hombre que lleva una bata blanca y que me habita o en el que me he convertido, sugiere que me masajee la espalda. Me tumbo boca abajo e intento aplicarme presión, pero es una posición incómoda. Recuerdo que mi cuello es como un tallo quebrado y abandono esa misión. 

“Es una cefalea tensional”, que nombre tan trágico ese, determina ahora el buen hombre. Con el nuevo dictamen, tomo el celular y tecleo en google “masajes para aliviar una cefalea tensional”. 

Doy con una página que indica como aliviar una cefalea tensional, sin recurrir primero a la medicación, al trabajar los puntos de presión. 

Trato de seguir los masajes al pie de la letra y funcionan, el dolor comienza a disminuir. De vez en cuando una que otra picada arremete, aunque saben que, contra mis manos y los puntos de presión, tienen la batalla perdida. 

El dolor ahora está en su decrescendo, pero ahora el problema es que son las 3:40 a.m. y no tengo rastros de sueño. Opto por leer un artículo que me encontré, mientras buscaba información sobre los masajes, que habla sobre los trastornos psicóticos breves que, intuyo, debe ser como volverse loco por un breve instante de tiempo. 

El texto dice que son estados repletos de ideas delirantes, alucinaciones o un comportamiento catatónico; una perdida de las fronteras de si mismo. Me pregunto cuántas veces no hemos experimentado, así sea por un segundo, un estado de esos, pues todos tenemos algo de locura.

Ahora el perro ladra, y no sé si el ladrido es producto de mi imaginación.

miércoles, 25 de julio de 2018

El esfero mágico

Ayer almorcé tarde, a eso de las tres de la tarde. Al restaurante que decidí entrar estaba casi desocupado; solo había una mujer en otra mesa cuchareando un plato de sopa con desgano. “Todavía hay almuerzo”, pregunté. Si me respondió un mesero, al tiempo que extendía uno de sus brazos invitándome a sentar en una mesa. 

Apenas me senté me englobé en mis pensamientos, hasta que el mesero se me acercó, con las manos en la espalda, como si lo hubieran regañado, a preguntarme cuál de los dos menús quería, si el de pescado o el de carne. Me decidí rápido por el primero. Apenas le mencioné mi decisión, el hombre dio medía vuelta de forma ágil y se fue. 

Al rato, mientras ordenaba las mesas y corría de un lado para otro, paso por mí lado, recogió un esfero plateado que estaba en el piso y me dijo: “Mire, se le cayó, esto”. “No es mio, pero gracias”, le respondí, al tiempo que me lo pasaba. 

Es un esfero común y sencillo, de tinta negra; de esos que dan como souvenirs en las empresas y, a pesar de que no es de gel, como los que me gusta usar, decidí quedarme con  él. 

Tal vez sea posible que las buenas ideas no solo sean producto de nuestra imaginación, sino también se deban, en gran parte, a la herramienta que utilizamos para consignarlas en una hoja. 

Por eso me quedé con el esfero. Quizá su aparición en mi vida no fue una simple casualidad y  su tinta esconde quién sabe que cantidad de grandes historias. Les estaré contando.

martes, 24 de julio de 2018

Uno nunca sabe

El año pasado me llamó Wilson un, digamos amigo, es decir, un hombre que conocí en la universidad con el que coincidí en varias clases y con el que siempre hablé de cualquier cosa que no comprometiera mi vida privada, si es que tal termino se puede utilizar en estos tiempos. 

El día de la llamada, luego de más de 4 años sin hablarnos, un número apareció en mi teléfono celular y después de contestarlo identifiqué su tono de voz de inmediato. 

“¿Qué más cómo va?”, me peguntó. 
“Bien, ¿y usted?” 
“Bien gracias.” 

Después de ese saludo frío y estándar, quedamos callados por unos segundos”, hasta que Wilson retomó la conversación 

“Oiga y que ha hecho últimamente?” 
“¿A qué se refiere?”, le pregunte, pues se me hizo extraño ese repentino interés por mi vida. 

Respondí su pregunta lo mejor que pude, y de nuevo quedamos en silencio, pero uno en el que flotaba una pregunta: “¿Para qué carajos quiere saber eso?” 

Wilson la captó y comenzó a darme una explicación, a mi juicio, innecesaria. 

“Vea, lo que pasa es que le dije a Luisa, que me iba a ver con usted, entonces para que sepa, por si de pronto lo llama”. 

Luisa es su esposa, y fue su novia eterna durante toda la época de universidad. Le dije que veía innecesario tanto show, pues yo no tenía guardado el número de Luisa, y ella mucho menos el mío, y cuando terminé de hablar Wilson me dijo: “Pero es que uno nunca sabe”. 

Luego de eso rectificó lo que le había dicho acerca de mi vida que, supongo, le habrá contado a Luisa en algún momento; intercambiamos un par de bromas tontas, y nos despedimos. 

Puede suponer uno que Wilson se iba a ver con una vieja con la que le estaba poniendo los cachos a Luisa. La verdad no sé ni me importa, allá cada uno con sus líos de pareja. Lo que me molesta es ser el extra de historias en las que no tengo un mínimo interés en participar. 

Luisa nunca me llamó para comprobar lo que le había dicho Wilson. A veces me pregunto cómo habría sido nuestra conversación si lo hubiera hecho.

lunes, 23 de julio de 2018

Quisiera uno

Ya quisiera uno siempre tener la razón  y no equivocarse. También quisiera uno tener todo eso que consideramos bueno y necesario, tanto lo emocional como lo material: amor, dinero, en grandes cantidades de ser posible, para vivir libre de apuros por las deudas; belleza, un amor de película, una salud inquebrantable y miles, que digo miles, millones de cosas, necesarias e innecesarias porque si, porque no y por si acaso; pues siempre queremos más de lo que sea y nos resulta difícil quedar saciados. 

Quisiera uno, que ese fuera el escenario de vida mientras nos deslizamos, por un tobogán del tiempo repleto de dichas y libre de contratiempos, hacia la vejez. 

Fantasea, que a la larga también es querer, uno, que todas las personas nos dieran la razón; que todo lo que pensamos fuera una verdad absoluta, como un axioma matemático impenetrable, que nuestra historia fuera limpia, con un inicio, nudo y desenlace redondito, en el que ningún personaje sobra y todos sus elementos: trama, ritmo, tono, etc. funcionan y se acoplan a las mil maravillas, como las piezas de un reloj que nunca se equivoca al dar la hora. 

De ser así, entonces quisiera uno que nadie pensara diferente, que nuestras conexiones neuronales, forma de ser, anhelos, caprichos, neurosis, fueran las mismas; siete mil millones de replicas nuestras esparcidas por el mundo. 

Quisiera uno, entonces, una vida libre de conflicto, una especie de paraíso terrenal donde todo marcha a la perfección, pues se tiene todo y nada hace falta. 

Quisiera uno eso y mucho más, pero sabe uno que la realidad es otra, que a nuestras vidas muchas veces las rige una mezcla de incertidumbre y caos, y que en menos de un segundo, todo se puede poner patas arriba. 

Quisiera uno deshacerse del conflicto, pero sabe uno que sin conflicto no hay historia.

viernes, 20 de julio de 2018

Que extraño es todo

Termino de ver un programa que había grabado. Me englobo con cualquier pensamiento, mientras la grabación continúa, sin apagar el televisor. 

Ahora dan un magazín de noticias, y la noticia que vuelve a captar mi atención, es una que comienza con un plano de una ambulancia y luego se muestra a unos enfermeros desmontando una camilla. 

Las imágenes hacen referencia a un grupo de paramédicos que fueron a rescatar a una mujer que había estado limpiando la cocina con una mezcla de amoniaco y otro producto, combinación que produjo un gas tóxico mortal. 

La mujer se mareó, y ella misma fue quien llamó a los servicios de emergencia. Cuando llegaron tuvieron que derribar la puerta y la encontraron desmayada. Luego le practicaron una fallida reanimación cardiopulmonar durante media hora. 

Tratemos, por un segundo, de ponernos en los zapatos de esa mujer. Imaginemos que fregamos con fuerza unas baldosas mientras inhalamos la sustancia que nos va a enviar al otro lado; que la cabeza nos comienza a pesar, hasta que nos sentimos mareados. 

Pensemos también que, con dificultad, nos ponemos de pie y caminamos agarrados de las paredes hasta llegar al teléfono. Por fortuna el número de emergencia es una combinación de tres dígitos que conseguimos marcar sin problema. 

Cuando la operadora contesta, logramos decirle que nos sentimos mal, aunque sabemos que estamos hablando de forma extraña, como si las vocales no quisieran despegarse de las consonantes. 

“Un equipo de paramédicos ya está en camino” dice la mujer, pero éstas son palabras que no alcanzamos a escuchar, pues segundos antes nos hemos derrumbado en el piso. 

Por fin sabemos cómo es eso de ver nuestra vida en imágenes momentos antes de morir. 

Que extraño es todo. De repente nos levantamos dispuestos a repetir la rutina al pie de la letra de lo que sea que hagamos: ama de casa, banquero, médico, ingeniero, barrendero, etc. sin sentir que la muerte nos respira en la nuca.

jueves, 19 de julio de 2018

Pídanle disculpas de mí parte

Si la llegan a ver, pídanle disculpas de mi parte. Quién sabe cuántas veces no hemos podido coincidir, o si lo hemos hecho en algún lugar, pasamos el uno por el lado del otro, como si nada, como si fuéramos unos perfectos desconocidos. 

Hoy creí que por fin iba a ser el día en el que la iba a conocer en un concierto. Esperé este día con ansías durante toda la semana y ¿para qué?, para que un dolor de cabeza me tumbara en la cama y me quitara las ganas de todo, incluso de conocerla. 

Apenas desperté, aún tenia tiempo de llegar al lugar. La pastilla que tomé, había surtido efecto y ya no sentía ningún martilleo al costado izquierdo de la bóveda craneal, pero quizá tenía algo de bobada, pues me encontraba en uno de esos estados groguis en los que no se diferencia con claridad el sueño de la vigilia, la realidad de lo fantástico, el gris de un cielo de madrugada de uno del caer de una tarde cualquiera. 

Decidí dar media vuelta y cerrar en los ojos hasta caer en un duermevela frenético que no descansa sino todo lo contrario. 

Imagino que ahora está sentada en la barra del lugar, y que miles de ojos lujuriosos están posados sobre ella, sobre sus piernas torneadas pues lleva una falda cortica. La desnudan mentalmente y fantasean con ella un rato imaginando todo tipo de fantasías torcidas; retorcidas. 

Están en su derecho. Es culpa mía por haber incumplido la cita. 

Díganle, por favor, a la futura madre de mis hijos, que lo siento mucho, que fue algo que se me salió de las manos, un dolor que se me salió de la cabeza. Pero que si eso del destino funciona y es cierto, algún día hemos de coincidir, sin ninguna dolencia emocional o física, para dar rienda suelta a nuestra historia.

miércoles, 18 de julio de 2018

Palancas emocionales

A veces cuando veo una película, escucho una canción o se me cruza una imagen, me entra una tristeza extraña; una especie de nostalgia en la que es agradable regodearse. 

Es Como si nuestros recuerdos, combinados con los millones de estímulos a los que estamos expuestos, activaran palancas emocionales. 

El otro día el dios de la aleatoriedad me concedió Starway to Heaven. Muchas de las veces que suena ese cliché del rock, por decirlo de alguna manera, en mi reproductor, suelo adelantar la canción, pero ese día, apenas sonó el arpegio con el que inicia, me dieron muchas ganas de escucharla 

La canción tiene frases preciosas, que pueden tener miles de interpretaciones para cada persona; entre mis favoritas se encuentran: 

Yes, there are two paths you can go by, but in the long run
There's still time to change the road you're on 

And as we wind on down the road
Our shadows taller than our soul. 

And if you listen very hard, the tune Will come to you at last
 To be a rock and not to roll. 

Como siempre, la comencé a cantar como por inercia y bien bajito, porque estaba con otras personas, pero en esta ocasión sentí que se me quebraba la voz. 

Imagino que todos tenemos esas palancas emocionales dentro la cabeza, en el corazón, en nuestras entrañas; por algún lado deben estar, pero están bien escondidas y mejor que sigan así, pues con lo que nos aterra sentir y ser vulnerables, si supiéramos en dónde se encuentran, fijo intentaríamos removerlas, aun sabiendo de su importancia. 

Otras canciones que me producen efectos similares son Tears in heaven y I wish you were here. La vez que más duro me dio esta última fue cuando un hombre la tocó en una misa por la muerte de su hermana, pues era una canción que les encantaba a ambos y que siempre tocaban juntos. Fue increíble ver como la interpretó sin que se le quebrara la voz. 

Hablando un poco más del tema, una de las películas que más palancas me ha accionado fue Big Fish. La vi con mi mamá y con mi hermana y cuando salimos del teatro ninguno de lo tres era capaz de hablar, porque sabíamos que fijo íbamos a llorar. Fue muy extraño pues duramos bastante tiempo callados, cada uno digiriendo la película en solitario, hasta que por fin alguien se atrevió a decir algo y fuimos recuperando el habla y la conversación a punta de monosílabos y frases cortas.

martes, 17 de julio de 2018

Lecciones de Walter Riso

Pasamos de largo una moto que va despacio y que lleva a una mujer de parrillera. El conductor farfulla unas cuantas palabras de disgusto, pues tuvo que esquivarlos.

Luego caemos en una conversación aburridora, uno de esos lugares comunes repleto de opiniones sobre el tráfico de la ciudad y la imprudencia de los motociclistas.

“Uno de afán, y el hombre va tranquilo, de paseo.”
“Y va como por la mitad de la calle”, irrumpe mi yo conversador.
“Si, claro que todo depende, ¿no? Yo que voy de afán y quiero terminar la carrera y buscar otra de una, pero ¿qué tal que el hombre esté de levante?”.
“Es cierto”.
“Porque claro, en esas etapas toca ir despacito, con calma. Si el tipo fuera manejando a mil la vieja podría pensar que lo que quiere es deshacerse de ella”.

Lo miro, y le respondo con un silencio.

Ambos callamos por unos segundos y a punto de llegar a mi destino el conductor vuelve a hablar:
“Esa es una de las cosas de las que habla Walter Riso en sus libros”.
“Menos mal que ya me voy a bajar”, pienso y me quedo callado.

El conductor no repara en mi apatía y sigue hablando: “Si, el hombre dice que cuando uno está enamorado pierde muchas cosas: autonomía, criterio, libertad”.
“¿Cómo así, entonces lo mejor es no enamorarse?”, le pregunto.

“Pues sí, también dice que uno no debe dejarse llevar por la nostalgia cuando termina una relación, sino mirar qué le dejó de bueno en términos materiales. Suponga que usted termina una relación que duró cinco años. Apenas ocurre eso, usted no se debería enfocar en la pérdida sentimental, sino mirar qué le dejó esa relación, si un carro o un apartamento, por ejemplo. Si uno se enfoca en eso da menos duro.
“Ahh ya, nunca he leído a Riso”.
“Así es amigo”, me dice el hombre, en el momento en el que el viaje termina-
“Muchas gracias”.
“Chao, que le vaya muy bien”, se despide el Riso urbano.

lunes, 16 de julio de 2018

Trago y condones

En un supermercado, justo después de pasar las cajas registradoras que no se cansan de emitir ruidos que se mezclan y resaltan sobre el barullo de voces de quienes hacen fila, se encuentra la sección de licores; toda clase de tragos con diferentes rangos de precios, que indican que podemos ser selectivos si lo que tenemos en mente, por ejemplo, es perder la conciencia. 

Los licores, de diferentes colores y envasados en botellas translucidas con curvas sensuales, sobre los que se refleja la luz artificial del lugar, resultan muy llamativos y dan ganas de echarles una mirada. 

Varios compradores se pasean con aire distraído por las góndolas. De vez en cuando se acercan a una y toman una botella que les llamó la atención. La inspeccionan con detenimiento, la pesan en sus manos, le dan vueltas, se la acercan a la cara para leer la letra pequeña de la etiqueta y la echan en sus carritos o la vuelven a dejar en su lugar. 

En el mismo sector, hay otro elemento que llama la atención, y que resalta por lo diferente, y porque parece pasar desapercibido ante los atentos compradores de trago: un stand de condones. Los empaques de estos no son tan llamativos, contario a sus nombres: Hot sensation, Triple pleasure, G vibration, entre otros. 

Se pregunta uno qué hacen ahí, y si no es un producto tipo “por si acaso”, una especie de mensaje subliminal: “Sabemos que está llevando trago. Si no quiere futuras sorpresas, lleve condones. No diga que no se lo advertimos”.

No sabemos si es una estrategia de venta de los productores de condones, de los del trago, o una alianza estratégica entre ambos; quién sabe de cuántas formas la publicidad nos engaña y nos mete mensajes en la cabeza para que consumamos todo tipo de productos.

viernes, 13 de julio de 2018

Huevo duro

Mis habilidades culinarias tienden a cero; una de las pocas cosas que sé hacer bien son galletas de navidad. A veces me imagino como un personaje de una comedia romántica en la que invito a una mujer preciosa a comer. La cena la preparo yo, con velas en la mesa y toda esa parafernalia. El personaje se vería envuelto en un enredo pues tendría que salirse de su zona de confort de las galletas de navidad. El hombre, el personaje, yo, en resumidas cuentas, me decidiría por hacer pasta, pero la mujer considera ese plato un cliché romántico y me deja por eso. El resto de la película trataría en cómo el hombre, yo, se convierte en un chef de alta cocina para recuperar a la mujer. 

Hoy me preparé un sándwich de huevo duro de comida, producto, como ya le comenté, estimado lector, de mis pocas habilidades en la cocina y también, de que me antoje de comer eso. 

Me gusta el carácter combativo del huevo, es decir, su habilidad para desenvolverse en cualquier comida como el producto principal, o como snack a cualquier hora del día. 

Dicho esto, ahora recuerdo que en múltiples visitas a la casa de un amigo inglés, siempre nos ha dado sándwiches de huevo y te, así que puedo decir que no estuve tan mal en mi opción culinaria de hoy, pues siempre he asociado eso del te ingles con un momento fino o gourmet, pendejadas que uno piensa. 

Quería escribir sobre esto, porque hoy cuando estaba pelando el huevo, me acorde de aquella ocasión, pocos días después de haber despertado del coma, en la que me dieron huevo duro de desayuno. El conflicto de esa historia radica en que, debido al accidente que me dejó el amable recordatorio, había despertado con hemiplejia. No se imaginan ustedes lo difícil que es pelar un huevo duro con una sola mano.

jueves, 12 de julio de 2018

Masa amorfa

Eso era lo que pensaba Victoria Child acerca del tiempo, que no era continuo, sino más bien una especie de masa, una pasta moldeable sin principio ni fin identificables, que se mezcla de diferentes maneras; además de ser, parafraseando un poco a Einstein, relativa, es decir que tiene un significado diferente para cada ser humano, con relación a su vida y los sucesos en los que cada uno se ve envuelto. 

Child pensaba que el pasado bien podía ser presente, el futuro el pasado y así, todas las permutaciones posibles entre esos tres estados con los que pretendemos encasillar al tiempo. 

Había días en los que no dejaba de pensar en el tema: “Este momento, este ahora, no se le puede llamar así en su totalidad, pues no dejar de ser un futuro mío de, digamos, un pasado de hace unos 5 años, al tiempo que no deja de ser un pasado de un futuro que quizás ya viví. Para ella la vida era como una máquina del tiempo constante. 

Esa era una de las dudas constantes de Child, profesora de gramática, pues le intrigaban los tiempos verbales y la necesidad, malsana creía ella, que tenemos de marcar con ellos el tiempo. 

“Masa amorfa”, denominaba al tiempo y a los verbos, dos variables que, pensaba, no pueden existir la una sin la otra. 

Durante toda su vida trato de imaginarse un verbo supremo, uno que tuviera la facultad de expresar el pasado, presente y futuro al mismo tiempo, sin necesidad de derivaciones, una única palabra que permitiera señalar el antes y el después, el ayer y el mañana, hacia atrás y hacia adelante. 

A eso dedicó su vida Child y, a fin de cuentas, el tiempo, como a todo, la consumió, sin darle nunca la respuesta que buscaba.

miércoles, 11 de julio de 2018

Cómo se cuenta un cuento

En la primera semana de la última feria del libro, me dieron un bono con un 20% de descuento para el último día de la feria. Lo guardé sin pensar que lo iba a utilizar, pero el último día del evento, ahí estaba yo de nuevo paseándome por los pabellones y pensando lo mismo de siempre: “¿En qué momento voy a leer todo lo que me falta?"

Utilice el bono para comprarme “Las tres bodas de Manolita”, una novela de Almudena Grandes. Tenía muchas ganas de leer una novela que tuviera que ver con la guerra de España, pues creo que esos ambientes de guerra sacan a flote quiénes somos realmente y que son perfectos para explorar las emociones humanas.

En medio del frenesí de la compra me antojé de otro libro, y luego de mirar la billetera y hacer unas cuentas rápidas, concluí que también podía llevarlo. Cuando fui a pagar a la caja, me dijeron que como me estaba llevando dos libros me iban a dar uno de obsequio. Di las gracias y esperé un rato a que buscaran los libros, pensando que seguro iban a ser bien malos. Al rato la cajera llegó con dos: “Cómo se cuenta un cuento”, un taller de guion de García Márquez y otro que ya no recuerdo cuál era. Me decidí por el primero sin siquiera hojearlo.

Me aburren todos los artículos tipo: “Cómo hacer Inserté aquí cualquier tema, porque a estas alturas de nuestra evolución ya deberíamos saber que eso del paso a paso es una vil mentira, que cuando uno intenta hacer las cosas con cierto orden, llega la vida con su destino, dioses, nuestras malas decisiones, lo que sea, y lo pone todo patas arriba.

Supuse que el libro debió haber sido publicado mucho antes que llegara esa moda tan dañina del “Cómo hacer…” así que imaginé que el libro se iba a alejar de esa línea de escritura simplona. Acerté.

Hace poco lo empecé a leer, y el libro no es un simple manual para escribir cuentos, con reglas y/o estructuras narrativas que se deben seguir al pie de la letra, sino una recopilación de los diálogos, liderados por el escritor colombiano, de los integrantes del taller.

La idea consistía en escribir historias de amor para cortometrajes de media hora. En cada sesión uno de los participantes presentaba un cuento o una idea de cuento resumida y luego se embarcaban en una discusión que solo tenía como fin mejorarlo, anotando los aciertos, qué les parecía que fallaba y posibles mejoras.

La primera historia que revisan se llama “Ladrón de sábado” y la presenta una mujer llamada Consuelo. En pocas palabras trata sobre un hombre que únicamente es ladrón los fines de semana y un día llega a robar una casa, pero se enamora de la mujer que vive ahí y se queda a vivir con ella y Pauli, su hijita.

Hasta ese momento el libro iba bien pero no me había enganchado, pero la forma cómo comienza el capítulo “Primera Jornada” es preciosa:

"Gabo: Bueno, procedamos a destrozar Ladrón de sábado…"

martes, 10 de julio de 2018

Presencia

Dicen, aquellos que saben mucho y que no me gusta llamar expertos, que cuando nos enfrentamos a una buena narrativa, hay ocasiones que experimentamos un fenómeno conocido como “presencia”. Ese estado nos permite comprender algo acerca de nosotros, un es un momento en el que nos conectamos con la narrativa a todo nivel, y en los que se difumina la frontera entre lo real y lo imaginario. 

Me acuerdo del tema porque veo a un hombre que debe tener un poco más de veinte años. Lleva una chaqueta verde oscura gruesa, con la cremallera hasta arriba y unas botas rojas. Sobre su mesa reposa un vaso de café grande, al que le da sorbos espaciados, pues sus manos están ocupadas sosteniendo un libro grueso de hojas arrugadas y amarillentas, del que solo lleva unas cuantas hojas leídas. 

También lleva puestos unos audífonos gigantes, aunque dudo que este escuchando algo, pues más bien parece que la función que cumplen es silenciar el ruido que se produce a su alrededor. 

En ocasiones se inclina bastante para leer el libro y parece que lo fuera a tocar con la nariz. Puede que eso se deba a alguna enfermedad de sus ojos, pero prefiero pensar que lo que el joven lector está experimentando un episodio de presencia y que lo que desea al inclinarse de tal manera es adentrarse en la historia que lee, ser otro de los personajes, 

¿Acaso cuántos de nosotros no hemos deseado eso alguna vez, deshabitar la realidad, tan turbia y extraña, en la que vivimos para habitar alguna ficción?

lunes, 9 de julio de 2018

¡Bang!

El hombre no puede ver nada, hay mucho escombros y polvo a su alrededor; también siente mucho calor, producto de unas llamas que no ve pero que siente muy cerca. Su frente está empapada de sudor.

Ese día, como siempre antes de salir a trabajar, el hombre se despidió de su familia. Le dio un ligero beso a su esposa en los labios y acarició con cariño las cabezas de sus hijos, que tomaban el desayuno.

El hombre fue al garaje y encendió su coche, esperó a que el motor se calentara un poco y pasados unos segundos, en los que reflexionó sobre lo afortunado que era al contar con un trabajo, salud y una familia que lo esperaba todos los días en casa, echó reversa y tomo la calle del vecindario que lo llevaría hacia la vía principal.

El cielo estaba parcialmente despejado, y un sol tímido se asomaba por entre las nubes, un clima que quizá no auguraba mas que un día de trabajo tan rutinario como todos los otros que había vivido. 

Ese día el hombre tenía una reunión de trabajo lejos de su oficina. Llegó al lugar antes de tiempo, se tomó una taza de café y bromeo un rato con sus colegas. Luego de eso, la reunión transcurrió de manera normal.

Ahora el hombre tose y se encuentra un teléfono. Marca el número del servicio de emergencia. La operadora que contesta le pregunta que en dónde está y cuál es el número desde el que se comunica.

“Estoy, con un amigo, en el piso 105”, responde con la respiración entrecortada.
“¿Cuál es el número?, deme el número por favor, insiste la operadora, como si saber ese dato fuera la tabla de salvación para el hombre. “Escasamente puedo ver”, responde, pero al final consigue leerlo: "4,4,1,26,23", dice jadeando.

“Señorita, somos dos los que estamos en esta oficina y no estamos listos para morir, pero todo se está complicando.”

La mujer le dice que lo entiende, pero no es así, solo continúa recitando el libreto para llamadas de emergencia, con un tono de voz que no aparenta nerviosismo alguno.

La operadora organiza una conferencia telefónica con un departamento de bomberos y un bombero solicita hablar con el hombre que está envuelto en humo y que pronto lo estará en llamas:

“Donde es el fuego señor?
“Está muy mal, hay mucho humo”
“Por favor estese quieto. Llegaremos a usted tan pronto como podamos”
“Siguen diciendo eso, pero el humo está muy mal”
“Es todo lo que podemos hacer”
“¿En dónde están, en qué piso van?”
“No estamos acercando”
“No parece hombre, tengo dos hijos pequeños…”

La operadora vuelve a intervenir

“Tenemos mucho personal en la escena”
“La verdad, no parece que sea así señorita”

La mujer le pregunta el apellido y el hombre se lo repite y luego lo deletrea.

“Mi esposa cree que estoy bien. La llamé y le dije que estaba saliendo del edificio y que estaba bien, y luego ¡bang!

sábado, 7 de julio de 2018

La teoría del todo

Hoy les voy a hablar sobre el todo y, ¿qué es el todo? Pues se me ocurre decir que es lo opuesto a la nada, o también la suma de muchos “algos”. Lo que ocurre es que cualquier cosa es todo, pero que cómoda es la palabra “cosa”, entonces mejor digamos que cualquier situación, momento, suceso, tema, idea, objeto, etc. es todo. 

Supongo, estimado lector, que si a está altura o bajura sigue leyendo, espera una explicación al párrafo introductorio. Créame que yo también, así que veamos a dónde nos llevan las letras. 

Digo que todo es todo, valga la redundancia, porque me gusta pensar que todo en este mundo y nuestras vidas está conectado de extrañas maneras, imperceptibles a nuestros sentidos y lógica. Qué sé yo, suponga que hoy a las 5:34 de la tarde, alguien en Sargans, un pueblo Suizo, se atoró con un trozo de papa, un hecho insignificante a primera vista, pero lo que no sabemos es de qué forma nos afectó o nos va afectar. 

El primer paso para entender la teoría que propongo, es aceptar el todo, es decir, asumir que un recuerdo, un niño que se columpia en un parque, una sonrisa, el cursor que titila sin cansancio, un vaso con una bebida a medio terminar, un paquete de papas, una lámpara, una biblioteca, una pila de revistas, un beso apasionado, pendiente o que nunca vamos a dar; una mochila, una vela que nunca se ha encendido, un mug con esferos de todos los colores, una estatuilla en de algún dios, una puntilla clavada en la pared de la que no cuelga nada, una libreta con apuntes, un recibo, lo más insignificante o efímero que presenciemos o se nos pueda ocurrir, es todo. 

Ya una ves familiarizados con el todo, viene el paso más crítico de todos y que aún no he conseguido dominar: Entender de qué manera nos afectan esos todos que se presentan a cada instante en nuestras vidas. 

Supongo que cuando lo descifremos alcanzaremos una especie de nirvana.

viernes, 6 de julio de 2018

Palabra aburridora


Juegan Japón y Bélgica. Intento escribir y mirar el partido al mismo tiempo y no me concentro bien ni en lo uno ni en lo otro. Se supone que es un partido fácil para los belgas, pero Japón toma la delantera con un gol de un tal Haraguchi y luego otro jugador llamado Inui, mete un riflazo desde fuera del área para poner 2 a 0 el marcador a favor, como diría un locutor, de los nipones. 

El nombre prende una alerta en mi cerebro o hace que asocie ideas de manera forzada. “Esa es una palabra en español”, pienso. Me grabo el nombre con el fin de botarle corriente al tema luego, no sé, para escribir algo sobre ese jugador y el significado de la palabra en español si es que existe, y mirar de qué forma los podría relacionar. 

Es una palabra perdida que no existe en aquel mundo riguroso y académico de la RAE. Las que me sugiere el buscador que, se supone son las que más se le acercan, son: Inri: “Nota de burla o afrenta” e Inti: “Unidad monetaria del Perú entre 1985 y 1990”. 

Es posible relacionar al jugador japonés con ambas, pues se les burló a los belgas y como en Perú hay tanto asiático, algo se podría investigar por ese lado, pero son hechos muy alejados y que hay que escarbar bastante para ese texto que más o menos tenía en mente. 

Busco la palabra en Google y el nombre del jugador existe, pero con doble n: Ennui; un término de origen francés que significa aburrimiento; el estado, tal vez, del jugador cuando finalizó el partido con tres goles para Bélgica y dos para Japón.

jueves, 5 de julio de 2018

Esfumarse

Un amigo con el que me veía con cierta frecuencia se esfumó de un momento a otro. 

Duramos varios meses sin vernos, hasta que un día, por esas casualidades, o bien, causalidades de la vida, nos encontramos en la calle. Le pregunté que en qué andaba y que por que había desaparecido tan de repente, y que si por alguna razón estaba de mal genio conmigo. Nunca está uno seguro si lo que hace o deja de hacer ofende a las personas. 

Me dijo que no, para nada, que había cambiado de celular y también de trabajo, y sin insistir en el tema, saltamos a otro y empezamos a conversar como si nos hubiéramos visto el día anterior. Ese día quedamos de vernos a la siguiente semana. 

Nunca apareció, se esfumó y no lo culpo ¿Acaso quién no ha deseado esfumarse por lo menos una vez en su vida?, ¿Quién no ha deseado largarse y dejarlo todo botado, para tener un comienzo fresco en otro lugar? No sé si sea el caso de mi amigo, pero me gusta pensar que fue así y aplaudo su decisión, sin necesidad de entenderla; puede ser que esa necesidad enfermiza de tenerlo todo claro sea una de las tantas cosas que nos jode la cabeza. 

Creo que a todo momento siempre cargamos el deseo de ser otro(s), de ahí que sea tan complejo todo ese rollo de la identidad, de definir quién somos, pues somos muchos al mismo tiempo. Me atrevo a afirmar que hoy somos quiénes vamos a ser y también quienes nunca seremos, pues es imprescindible contar con un negativo por algún lado. Somos un montón de cosas pero no lo sabemos. La de cosas que no sabemos, estimado lector. 

Hoy brindo, picando pedacitos de papaya valga aclarar, por el derecho que todos tenemos  de esfumarnos sin tener que dar explicaciones. 

¡SALUD!

martes, 3 de julio de 2018

Ventaja evolutiva

Despierto con malestar general. Pensar en comida solo hace que me den náuseas, y mi mente trabaja en modo trascendental, es decir que a cualquier idea que llega a mí cabeza le doy vueltas y la analizo de manera, tal vez, innecesaria. 

Quiero y no quiero vomitar. Doy vueltas en la cama, esperando que mi movimiento evapore la sensación que tengo, pero nada ocurre, continúo con ese malestar difícil de precisar. 

Prendo el televisor con ánimo de distraerme y paso los canales sin prestar atención en lo que trasmiten, hasta que llegó a uno en el que están dando una película de Superman. 

Es una de las últimas, pero no sé cuál. La escena en la que caigo muestra a Superman flotando enfrente de unos tanques de guerra y un grupo de militares que lo tratan de alienígena. Al final Superman decide entregarse y la escena concluye con él caminando esposado. 

Continúo viendo la película como por inercia, y ocurren cosas a las que, debido a mi malestar, no me molesto en prestarles atención. Todo continua así hasta que Superman se agarra a trancazos con una mujer que lleva un traje oscuro ceñido al cuerpo, una alienígena súper sexy. 

Mientras se dan puños, patadas y destrozan paredes y fachadas de almacenes. también charlan. En uno de los apartes del dialogo, la mujer le dice que lo que diferencia a su raza, la de ella, de la de los humanos es que tienen una ventaja evolutiva, y se refiere a la ausencia de moral. Concluye que por eso Superman se ha hecho débil, porque ahora vive preocupado por tratar de entender qué está bien y qué está mal.