En la vida uno se cruza con muchas personas con las que apenas se intercambian unas cuantas palabras, unas con las que uno muy rara vez toca temas trascendentales, y las conversaciones que sostenemos con ellas, si no se hace un gran esfuerzo, agonizan después del saludo.
A veces esas personas nos caen mal y esa, imagino, es una de las principales razones de que eso ocurra, pero otras veces, aunque uno sabe que la persona es buena gente, las interacciones no traspasan la formalidad del saludo.
Luisa era una de esas personas; una mujer menuda, que tenía el pelo negro y muy crespo y que siempre andaba con una sonrisa de oreja a oreja. Era una de las pocas personas que se dirigía a mí por mis dos nombres, pero siempre que yo necesitaba algo, digamos una explicación de alguna materia o que me prestara sus apuntes, Luisa siempre me ayudaba.
U par de años luego de haberme graduado, me enteré de que Luisa se había suicidado, debido, según me contaron, a una depresión posparto. La noticia me impactó mucho por un momento, pero luego de un tiempo la olvidé.
Ahora me encuentro a Luisa seguido, es decir, no vayan a pensar nada extraño o de tipo paranormal; a lo que me refiero es que desde que me enteré de su muerte muchas veces he visto mujeres que me la recuerdan, bien sea porque son parecidas físicamente, gesticulan de forma similar o tienen un tono de voz parecido.
Hoy me la volví a encontrar. Esta vez era una mujer con el mismo tipo de pelo, pero muy alta. Me quede mirándola fijo a sus ojos por unos segundos, para ver si tenía algo por decirme desde el más allá estando acá, pero la Luisa de esta ocasión volteó la cara hacia otro lado de forma despreocupada. Supongo que, sin darnos cuenta, nos repetimos constantemente en los otros.
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