Ayer compré un six pack de cerveza. Lo llevaba en la mano y al momento de subir al ascensor, me encontré con una señora a quien, según parece, muchos residentes del edificio odian.
A mí no me cae de maravilla, pero ni me va ni me viene. Me han dicho que jode mucho, que es de las que le pone pero a todo, pero a mi no me consta. Si algo me incomoda es que siempre está sonriendo, pero es una sonrisa extraña, forzada, una que esconde quien sabe que tipo de pensamientos y juicios. Me recuerda a una caricatura de Walt Disney en la que un caballo sonreía de manera hipócrita.
Cuando me subo a un ascensor, a menos de que conozca a alguien, no me gusta hablar adentro de esos aparatos; así que de acuerdo con lo lleno que esté, y de cómo haya quedado ubicado, guardo silencio mirando un punto fijo, el que sea. Una buena opción para evitar hablar es quedar de ascensorista, y como uno está ocupado oprimiendo el botón de cerrar o abrir la puerta, parece que la gente no intenta entablar conversación con uno.
Ayer solo íbamos la señora y yo. Luego del saludo, marcamos los pisos en el tablero y justo después la señora dijo en voz alta:“¡Huy!, ¿dónde es la fiesta?”. Haciendo referencia al six pack. ¿Por qué me habló?, ¿qué necesidad tenía de hacerlo? Sonreí incomodo, le respondí cualquier bobada y guarde silencio hasta que me baje.
Hoy, una amiga me regalo una botella de vino, y otra. la dueña de casa, me pregunto que si quería una bolsa para llevarlo. Le dije que sí, y me dio una de Juan Valdez.
No sé qué carajos espera el destino, la vida o el universo de mi, pues hoy, apenas llegué al edificio, de nuevo me encontré a la señora, con la cartera al hombro y las llaves del carro en una de sus manos, tomando el ascensor. Nuestro encuentro fue casi una copia del de ayer, saludo, sonrisa extraña, etc.
Hoy clave la mirada en un punto fijo del suelo. Va a hablar, fijo va a hablar, y tómalo, ocurrió. La mujer se fijó en la bolsa de Juan Valdez y, a modo de chiste, dijo: “Ahhh ya veo un día es licor y al otro café; para balancear, ¿cierto?”. Sonreí de nuevo, sí, todo un hipócrita, pero como les decía la mujer ni me va ni me viene, y pues tampoco se trata de hacerle mala cara o decirle “no sea sapa”; de nuevo respondí cualquier cosa, intentando que el fin de mi respuesta coincidiera con el momento en el que debía abandonar el ascensor.
Si me la vuelvo a encontrar en los próximos días, pienso subir por las escaleras.
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