Llego a la cita. La persona con la que me voy a encontrar no ha llegado. Eso está bien, tengo algo de tiempo para hojear libros. Envío un mensaje:
“Ya llegué, estoy en la librería”.
“Deme 10 minutos. Se me hizo tarde, ya le caigo”.
Ahora converso con el comprador compulsivo que llevo conmigo a todo lado.
“No vaya a comprar ninguno, ¿no?”, me pregunta
“Tranquilo hombre, le juro que solo voy a mirar”.
La respuesta no es del todo cierta pues siempre puede que me encuentre algún libro que considere una joya, o una rebaja a la que no me pueda resistir; pero algo tenía que responderle para calmarlo.
Tengo en mente Ordesa una novela de un escritor español que se llama Manuel Vilas, a la que le vengo haciendo seguimiento desde hace un tiempo, y de la que he leído buenos comentarios.
Pregunto por la novela a uno de los hombres que atiende, y juega pin-pong con la pregunta, lanzándola hacia otra de las vendedoras, la que está cerca al computador.
“Ordesa, vamos a mirar”, dice la mujer con desgano, Teclea el título y presiona la tecla enter. “Está agotada”. Me parece bueno que lo esté, así no tengo que contemplar la posibilidad de comprarla, y tal vez quiere decir que es una buena novela.
Me pongo a pasear por los corredores de la librería a hojear libros en desorden, y me llama la atención uno,solo por su portada y título. Decido leer la contraportada y el texto, me parece, es enganchador:
“La vida se parece mucho a una función de teatro a la que llegamos tarde; de ahí
que nos pasemos parte del tiempo preguntándonos qué pasó antes de que nosotros
entráramos en la sala. Lo que fue antes de que naciéramos es parte de lo que somos…”
– El lugar del aire –
Estoy en esas cuando me acuerdo de Los Tiempos del Odio de Rosa Montero, la última de la saga de la detective androide Bruna Husky. Ayer, aprovechando que aún tengo saldo de aquel episodio de Media pal' bobo, del que les hable ya hace un tiempo, me compré, en versión digital, Lágrimas en la Lluvia, porque quiero terminar de leer esa saga este año. Anoté el título del libro del aire y lo dejé en su lugar, para luego preguntarle a la vendedora por la novela de Montero. Después de su tecleo frenético, su diagnóstico fue el mismo que para Ordesa, “Agotada”, respondió, y casi le pregunto que si ella o la novela.
Siento que alguien se acerca. Levanto la mirada y me encuentro con mi amigo y su mano extendida para saludarme.
Se acabó la espera.
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