Estoy en pijama y agachado a cuatro patas. Miro cómo mi mamá y Rosalba, la señora que ayuda con la limpieza de la casa, amarran un cordel a una de las patas del sofa. Algo le pasó al mueble, está averiado, y mientras ellas hacen eso, yo pienso que el daño, de pronto, tiene algo que ver con uno de mis juegos.
No sé en qué momento tomé la costumbre de tomar cierta distancia del sofá y echar a correr hacia él a toda velocidad, y justo cuando lo voy a alcanzar, apoyo mis manos sobre uno de sus brazos, doy una voltereta en el aire y caigo sobre los cojines. Es algo muy divertido, pero algo que, seguramente, mi madre no me va a a dejar hacer si se entera. Por eso mi juego acrobático es esporádico, cuando, por alguna razón, nadie está pendiente de lo que estoy haciendo.
Ese es el recuerdo más viejo de mi niñez que tengo presente en mí memoria, y del que más o menos todavía conservo imágenes nítidas. Me pregunto cuantos estarán enterrados en las profundidades de mí cabeza: personas, lugares, eventos que han ayudado a definir quién soy justo en este momento.
Parece que los recuerdos se nos van borrando o que el cerebro, con su particular método de indexación, decide cuáles tener a la mano o sobre la superficie. Mi cabeza, mi memoria, mi cerebro que, en parte, son lo mismo, se parecen al teclado del computador portátil en el que escribo: De tanto teclear, de tanto repasar con mis dedos cada una de sus letras, algunas ya se han borrado, ese es el caso de las letras: a,m,n, y la d ya comienza a despedirse; me da miedo que, en cierto momento del tiempo, cuando desaparezcan cierta cantidad de letras, el teclado comience a fallar, es decir a que lgun s e ell s o p rezc n en la p nt ll después de ser tecleadas, mientras tanto la ñ permanece intacta, impoluta.
Menos mal que el cerebro hace una copia exacta de la posición de las letras en el teclado, sino escribir, buscando cada vez la letra que se quiere teclear, sería un proceso lento y tortuoso.
Hablando de recuerdos, ayer el computador me dio una notificación en la que me recordaba el cumpleaños de una tal Amalia Haymon. No sé quién es esa mujer, aunque puede que el aparato se haya equivocado, pues con tanta información en la red, tantas fechas y datos volando en las nubes, puede ocurrir que, a veces, arponee uno que no es, similar a cuando a uno le aparece una transacción, que nunca se realizó, en la factura de la tarjeta de crédito.
De pronto los recuerdos es lo que define que aún seguimos muy cuerdos, de ahí su enfásis: re-cuerdos, y que cuando se nos empiezan a borrar, como las letras del teclado, es un indicio de que no hay marcha atrás; por eso nuestras vidas suelen terminar bordeando los terrenos de la locura, o la niñez que, si uno se fija bien, es una locura placentera.
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