martes, 22 de enero de 2019

Tarrarrurras

En Memoria por Correspondencia, Emma Reyes cuenta en una de sus cartas que en el convento en el que estuvo internada cuando era pequeña, un día llegó una alumna nueva de la que se hizo amiga. 

Un día ella le dijo a Reyes si le podía contar un secreto, y ese secreto era que tenía con ella a su hermanito allí mismo, y que se llamaba Tarrarrurra. Lo llevaba en una bolsita de terciopelo roja debajo del delantal; era un muñeco pequeñísimo en porcelana blanca, de no más de 5 cm. 

La nueva también le contó que cuando nació, y como era tan pequeño, su mamá no lo vio y ella se lo robó, y que desde ese entonces lo llevaba para todo lado. Según ella Tarrarrurra estaba encargado de salir todas las noches del convento a traer noticias del mundo exterior. 

También le dijo a Reyes que en el convento él siempre tenía mucha hambre y que por eso necesitaba que se comprometiera a darle algún alimento de sus comidas. Reyes le contó eso al grupo con el que andaba y todas, cautivadas por la historia, comenzaron a guardarle comida. Tiempo después la nueva les dijo que a Tarrarrurra le estaba cayendo mal la papa, y que era mejor darle más plátanos, pan y carne. 

Todo iba bien hasta que un día la madre superiora se dio cuenta que le estaban pasando comida a la alumna, y a los pocos días ella desapareció del convento. 

Luego Reyes se entero que un día María, así se llamaba la nueva, había ido de paseo al río Bogotá con su familia, y que quiso bañar a Tarrarrurra, pero que se le cayó y se fue hasta el fondo. Ella se echó con ropa y todo a intentar salvarlo, pero no lo logró. Tiempo después encontraron su cuerpo, y tenía muy apretado el muñeco en una de sus manos. 

Hace un tiempo mi hermano me contó que Juan Camilo, un amigo suyo, le contó que una vez  le tocó ir a un campo petrolero por un par de semanas, y que allí conoció a un trabajador de la región que siempre llevaba puesto un cinturón a modo de canguro, y que nunca se lo quitaba. 

El hombre, que era solitario y hablaba poco, revisaba a cada rato y con mucho cuidado el contenido del canguro. Un día Juan Camilo decidió preguntarle a qué se debía tanto secretismo y el hombre le dijo que si en verdad quería saber que era lo que tenía guardado, el respondió que si y el hombre contesto: “Es un duende, ¿quiere verlo?”.

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