Tengo ganas de escribir. Siento que se me acumulan las palabras en los dedos, pero no sé que contar. Es un sentimiento raro.
Pensaba terminar la frase anterior con una analogía precisa: “es un sentimiento raro, como cuando bla bla bla”, pero no se me ocurrió ninguna, bueno la verdad si se me ocurrió una; tenía que ver con tener sed y encontrarse una fuente de agua, pero la escribí, la leí un par de veces y no decía nada, todo un desacierto de palabras.
Una de las cosas que más me gustan cuando leo, es encontrarme con figuras narrativas que me cachetean mentalmente. Cuando eso ocurre, las leo y releo varias veces como para atragantarme con esos aciertos narrativos, que despiertan recuerdos o experiencias y adquieren un significado más amplio cuando las relaciono con algo diferente.
Hay muchas de las que ya no me acuerdo pero otras que se me quedaron grabadas para siempre, por la imagen tan precisa que recrean, como en el primer tomo de Juego de Tronos cuando decapitan a Ned Stark:
“A lo lejos, como envuelto en una niebla, oyó…un sonido…
Un ruido suave y siseante, como si un millón de personas dejaran
De contener el aliento a la vez”
Otra que me parece bellísima, la leí en “Conversación en la Catedral” de Mario Vargas Llosa:
“Un vestido del mismo color de su piel, que besaba el suelo
y la obligaba a dar unos pasitos cortos, unos saltitos de grillo.”
Para llegar a ese dominio de las palabras, imagino que no queda más remedio que la prueba y el error, ensayar y ensayar. Escribir y borrar. Podar las frases hasta dar con la indicada.
También existe la posibilidad jugar el juego que inventaron Hemingway y Fitzgerald cuando viajaban en carro. Los escritores jugaban a señalarse objetos mutuamente, y tenían que elaborar figuras narrativas con él objeto señalado; el que no acertaba, debía darle un sorbo a una botella de vino.
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