miércoles, 29 de enero de 2020

De textos-no-textos y otras cosas

Mañana salgo de la ciudad, así que voy a dejar de escribir por unos días. Siempre que voy a viajar pienso mucho en eso: ¿Qué temas iba a tratar?, ¿voy a dejar de escribir un buen texto?, ¿cómo la existencia, o bien, inexistencia, de esos textos-no-textos va a afectar mi vida?, ¿de qué forma se va a desbarajustar el mundo, por lo menos el mío interno debido a ellos? Ya sabemos que se deja de escribir y el engranaje llamado vida comienza a fallar. 

Entonces pienso: “Voy a tratar de escribir un buen texto antes de marcharme, uno sincero”, pero creo que la mayoría de las veces, como hoy, eso nunca ocurre. 

Por alguna razón, cuestiones de envejecimiento, supongo, me desperté a las 4 y media de la mañana, sin ningún motivo aparente. Me enrosqué como una serpiente en las cobijas, y cerré los ojos confiado en que iba a conciliar el sueño rápidamente. Pero no fue así, entonces decidí ponerme de pie e ir a la cocina a prepararme un té. Luego, ya de vuelta en el cuarto, edité una columna que tenía en remojo desde septiembre y que por fin escribí a inicios de esta semana (no había caído en cuenta de ese texto sincero) y luego el día y sus afanes me envolvió por completo. 

A eso de las 5 tuve chance de escribir algo acá, pero el sueño me estaba ganando y preferí tumbarme en la cama. Ahora escribo esto, pero, no sé por qué, creo que no es la entrada que debí haber escrito hoy, sino, digamos, una especie de texto impostor que encontró la manera de colarse.

martes, 28 de enero de 2020

Un sueño

Como les conté, el día de las ideas extrañas fue también un día de sueños cortos. Abandonaba la vigilia para entrar en unos con imágenes confusas, y solo uno, más o menos, tuvo algo de continuidad. En él los personajes tenían facciones definidas a diferencia del carácter de bulto opaco que siempre suelen adquirir.

Estaba de asistente en un evento que tenía que ver con libros y escritores, y en una sala amplia y entapetada, como un galpón más bien, habían varias mesas en la que diferentes autores estaban firmando sus obras. 

Mi yo del sueño se entera, de un momento a otro, que Juan José Millás también se encuentra ahí firmando ejemplares de La vida a ratos, su última novela que leí hace poco. Cuando eso ocurre, busco la mesa en la que está, y hago la fila, sin libro en mano, pues solo quiero saludarlo, estrecharle la mano y decirle lo mucho que lo admiro, pero cuando estoy cerca de llegar a él, me doy cuenta de que es un impostor, un hombre de tez morena tirando a oscura y que lleva el pelo al estilo rasta. No entiendo por qué el resto de los asistentes no se han dado cuenta y le siguen pasando libros para que firme. 

El Millás-no-Millás, sonríe cada nada y su dentadura blanca contrasta con el color de su piel. No digo ni hago nada, solo me salgo de la fila y me quedo viendo al impostor firmar libros. 

Tiempo después el director del sueño, o bien el editor de video que, asumo, es mi subconsciente, corta la escena,para dar paso a una en la que me encuentro cerca de la entrada del lugar y veo llegar al Millás verdadero: blanco, canoso y con arrugas. Va murmurando algo entre dientes y camina rápido, asumo que alguien le informó sobre su impostor y que esta ahí para desenmascararlo. 

Fin.

lunes, 27 de enero de 2020

Dolor de cabeza

Son las 10 de la noche pasadas y un dolor  me comienza a martillar el costado izquierdo de la cabeza. Ayer me paso lo mismo, me tomé una pastilla, me metí al baño, me senté en la tasa y me puse a echar globos sobre la vida hasta que el dolor la abandonó. El baño como útero materno. 


Creo que la forma de tratarlo, es evitar recostarme en la cama, así que tomo otra pastilla y decido prepararme un té. Esta vez me siento en la sala con las luces apagadas. La cortina está arriba y las luces que alcanzan a llegar de la calle producen sombras alargadas, que a veces se mueven en cámara lenta, de los objetos. Le doy pequeños sorbos a la bebida.



Intento absorberlo todo, pero estoy seguro que hay cosas que se me pasan, cosas importantes que podrían cambiar el rumbo de mi vida y que no alcanzo a percibir. Hay poco ruido y alcanzo a escuchar mi respiración, un ambiente perfecto para experimentar tristeza o nostalgia, pero en cambio la sensación es de paz con la vida, con el mundo, con la cabeza y sus dolores, que se acabe todo si es el caso. 

Hoy los perros del edificio de parqueaderos están callados, tal vez muertos, porque siempre ladran y chillan desesperados, como si los estuvieran torturando. En otro edificio solo un apartamento tiene una luz prendida, es una ventana rectangular en posición vertical de la que sale una luz amarilla; quizá  se está tragando todo el ruido. 

Vuelvo a mi cabeza, el dolor ya mermó, pero se resiste a irse del todo y da unos latigazos espontáneos de despedida. Volteo a mirar a la derecha y la cerradura de la puerta que da a la calle brilla en medio de la oscuridad. 

Le doy otro sorbo al té, ya está frío, y vuelvo a la cabeza. Ya no hay dolor, solo oscuridad y silencio. Me voy a la cama.

sábado, 25 de enero de 2020

Panorama General

Dicen algunos, por lo general los que saben, o eso creería uno, que en la mayoría de las ocasiones, lo mejor es ver el panorama general, la gran pintura, ese avistamiento que dejaría claro cualquier asunto que nos preocupa. 

Lo que pasa es que a veces ese gran panorama es imposible de ver desde la posición en la que nos encontramos, bien una geográfica, o porque nos empeñamos en conservar un punto de vista inadecuado para entender las cosas. 

Ahora llueve a cántaros e imagino que estoy afuera, a la intemperie, sin paraguas. De toda la lluvia que está cayendo solo me mojarían unas cuantas gotas,  si las comparamos con todas las que caen justo en este instante. Extraño eso, ¿no?, pues siente uno que está presenciando la totalidad del aguacero, pero solo se ve afectado por una pequeña porción de este. 

Dándole vueltas al tema del panorama general, se me ocurrió que quizá lo mejor sea todo lo contrario, es decir, procurar analizar todo lo que nos ocurre por pedacitos, así esto nos tome más tiempo, pues cada uno de ellos pueden resultar menos intimidantes que ese panorama general, cargado quizá de angustia. 

¿Y qué cuando no existan pedazos?, se preguntarán, y si no lo hacen, yo si lo hago. Dado ese caso miraríamos como quebrarlo todo, buscaríamos alguna  manera de generar bin-bangs a escala para estallar todo y no dejar rastro de ningún panorama general.

jueves, 23 de enero de 2020

Waldo y Eneldo

Ayer, en medio de un estado febril, comencé a tener muchas ideas extrañas, al tiempo que sueños cortos producto de un estado de duermevela que me adentró en ese territorio de fantasía que separa el sueño de la vigilia. 


Recuerdo que, en un taller, el escritor Juan Manuel Silva nos contó  que en uno de esos estados fue que escribió su novela Besos y Mordiscos, por eso no es bueno desechar lo que se piensa en ellos. 

Les hablaba de pensamientos extraños, ¿cierto? De alguna manera llego a mí mente el nombre Ralph Waldo Emerson. ¿Qué se de Emerson? la verdad casi nada, solo que fue un escritor, trascendentalista dicen,lo que eso signifique, del siglo XIX. 

No lo he leído, es una desgracia imaginar lo poco que se alcanza a leer en una vida, pero bueno, luego de buscarlo me encontré, de buenas a primeras, con el siguiente poema, toda una  descarga narrativa: 



TO LAUGH OFTEN AND MUCH 


To laugh often and much 
to win the respect of intelligent people 
and the affection of children; 
to earn the appreciation of honest critics 
and endure the betrayal of false friends; 
to appreciate beauty; 
to find the best in others; 
to leave the world a bit better. 

Whether by a healthy child, a garden patch, 
or a reedeemed social condition 
to know that one life has breathed easier 
because you live here. 
This is to have suceeded. 



Justo después de que apareció el nombre del escritor en mi cabeza, también lo hizo la palabra eneldo, una hierba de la familia de las umbelíferas o lo que eso signifique, que asocie de inmediato con el escritor. Imagino que lo hice por la sílaba Do y su sonoridad al cerrar palabras. 

Intento descifrar cuál es la relación entre ambas. Dicen que el eneldo sirve para tratar ciertos problemas de salud. Para no divagar más allá, creo que para eso también sirven los escritos de Emerson, ese escritor umbelífero, o lo que eso signifique; para tratar, en determinados momentos, los problemas de salud de nuestra psique.

miércoles, 22 de enero de 2020

Vencido

Compro uno de esos yogures que lleva un recipiente plástico con cereal en su cucurucho. Rara vez los consumo, pero de repente me dieron ganas de volver a probar uno. No sabe uno si lleva restos de campañas publicitarias en el subconsciente, y si es debido a ellas que se presentan tales impulsos inexplicables, o si en verdad fue un antojo o capricho del momento; en definitiva no sabemos nada. Somos pura prueba y error desde nuestra concepción.

Cuando lo voy a abrir, mi cerebro, mi subconsciente, mi otro yo, la Pachamama, el patas, dios, no sé, alguien, me advierte algo muy sutilmente a manera de susurro: "Pilas con la fecha de vencimiento". Freno en seco, pues ¿qué tal que esté a punto de consumir un producto vencido?

Me pongo a buscar la fecha de vencimiento, pero no la encuentro por ningún lado. A cambio me entero de que voy a consumir 120mg de sodio y 200 mg de calcio. Bien por lo del calcio, “Calcio para huesos fuertes”, maldita publicidad, y malo por lo del sodio. No sé, a ciencia cierta, por qué lo tengo en tan mala estima, debe ser porque es un componente principal de la sal y en algunas consultas médicas me han repetido hasta el cansancio que no es bueno consumirla en exceso. 

Parece que encuentro la fecha, esta impresa en letras negras que apenas se pueden leer sobre un fondo azul oscuro. Me pego el recipiente a la cara y me convenzo de que dice Feb. 20. Lo abro, mezclo el cereal con el yogur y comienzo a cucharear. Al rato, siento un ligero sabor metalizado en mi boca, pero asumo que es pura sugestión.

Más tarde me da dolor de cabeza y nauseas, ¿Qué diablos consumí? Si no vuelvo a aparecer por acá en los próximos días, por favor comuníquense con las autoridades competentes.

lunes, 20 de enero de 2020

¿Quién soy?

Tecleo algo de forma apresurada, casi con rabia pues las palabras no me salen. El párrafo que intento escribir me asalta con miles de dudas gramaticales. Le cambio la puntuación varias veces, el tiempo de algunos verbos, unas palabras por otras que, supongo, son más precisas y vuelvo y lo leo, pero algo le suena mal, está fracturado narrativamente. Como no me convence vuelvo y lo edito. Cuando eso me ocurre ahí me puedo quedar un buen rato, hasta que llega ese momento en el que le hecho la bendición y que quede como quede; la perfección es una mentira.

En medio de eso suena el teléfono celular “¿Quién diablos es?”, me pregunto y lo agarro con mil piedras en la boca. El número que sale en la pantalla es desconocido, pero sea quien  sea, quiero descargar mi frustración, disfrazada de ira, con esa persona.

“Buenos días, hablo con el Sr. Rodríguez?”

Es una llamada de un banco, nada mejor para el estado en el que me encuentro. Dios existe, pero por alguna razón decido, en vez de desgastarme en una rabieta con alguien que no tiene la culpa, no atender la llamada.

“Él acaba de salir”, respondo.
“¿Será que le puedo dejar una razón con usted?
“No, lo siento, estoy ocupado”.
“¿Sabe a qué hora lo puedo conseguir?
“Imagino que por la tarde”.
“Bueno, muchas gracias”.
“De nada, que esté bien.”

Ahora caigo en cuenta porque no me estaba fluyendo la escritura. No era yo el que estaba escribiendo, sino ese otro(a)  que todos tenemos y que, de repente, nos habita en el momento menos pensado sin que nos demos cuenta.

Ahora bien, no sé si el que escribe estas palabras soy yo o ese extraño en el que me convertí al momento de la llamada. Desde el incidente a ratos siento que soy yo, pero luego me invade una sensación de extrañesa de mí mismo, despersonalización parece que le llaman, y no entiendo nada de lo que ocurre en mí vida, o bien, la de ese otro yo. 

¿Quién soy?

viernes, 17 de enero de 2020

El arte de no escribir

Me despierto antes de la hora estimada. Creo que despertarse antes de que suene el reloj despertador es un claro síntoma de estar envejeciendo. Eso puede ser bueno o malo, me refiero a lo de despertarse así, de súbito, porque de plano envejecer no es lo mejor. Es bueno despertarse de esa forma, digamos, natural, porque pocas cosas son tan violentas como tener que abandonar el sueño por culpa del ruido de una alarma, pero es malo porque uno siempre espera dormir más. 


Antes de ponerme de pie fantaseo con la idea de desayunar y sentarme a escribir, aprovechando que tengo algo de tiempo y no la necesidad de ducharme contra reloj, para luego tomarme un café con cualquier cosa: un pan una torta un hojaldre, un huevo, en fin lo que pueda considerarse como desayuno. 

Una vez estuve en un taller de una mujer que lleva gran parte su vida trabajando con el tema de la felicidad. En esa ocasión la experta en ese tema—¡Que tiempos estos!—dijo que para tener un buen día lo más importante era hacer algo que a uno le gustara mucho antes de salir de casa. 

Ese día, luego del taller, me prometí hacerlo, pensé, con una voluntad que pronto se desvaneció, que me iba a levantar una hora más temprano todos los días para escribir algo, lo que fuera. Finalmente no lo hice porque hacer pereza también me gusta. 

A lo que voy es que finalmente no escribí, pues a pesar de que me levante "temprano", cuando me puse a hacer el desayuno me quede contemplando las cosas: el pocillo, la jarra de la leche, la cafetera, el café, como embelesado con la existencia y sus dosis de realidad, así que preparé todo muy despacio, en cámara lenta, como quien no quiere levantarse, sino solo hacer pereza. 

Al final salí de la casa con tan solo unos minutos de anticipación de mi hora de salida habitual. Aún así, en un arranque de optimismo, eché un libro en la mochila pues pensé: "igual voy a llegar un poco antes así que voy a poder leer, así sea, por un par de minutos, pero cuando llegué a la oficina, me encontré con T. en la entrada del edificio y la acompañé a comprarse un pandebono. 

Y así, no escribí, no leí y no hice pereza. Que fácil es perder el rumbo.

jueves, 16 de enero de 2020

Ayuda extra

“La única tragedia de mi niñez fue que mi madre murió cuando yo tenía catorce años, cosa que, sin duda, me hizo más amargo de lo que antes era, pero hasta los catorce años tuve verdaderamente una infancia de algún modo ideal." 

Contaba eso Paul McCartney en una entrevista que le hizo la escritora Rosa Montero en 1989. También dijo que tiempo después, ya adulto, atravesó un periodo muy depresivo,que quizá tuvo algo que ver con el consumo de drogas: “Era un periodo de mi vida muy loco en el que las cosas no parecían tener mucho sentido”. 

Una noche en la que se sentía muy mal, tuvo un sueño con su madre en él que ella le decía: “Todo va a salir bien, no te preocupes, todo se va a arreglar.” Después de esa noche escribió Let it be

¿Y si McCartney no hubiera tenido ese sueño habría escrito de todos modos la canción? Imposible saberlo. 

Está claro que musicalmente es un Monstruo creativo, pero independiente del talento que se tenga o no se tenga, es válido recibir esas ayuditas extras, bien provengan del más allá o del más acá. 

Me gustaría que algo similar me sucediera que, de repente, un sueño me brindara la clave para escribir una novela, con su premisa, sinopsis, personajes principales y quizá un par de escenas claves materializadas con todo detalle, para poder contarlas tal cual. 

El único problema es que no sueño o, mejor, rara vez me acuerdo de lo que sueño. Además, mis sueños rara vez tienen diálogos, sino que consisten en una cámara que sigue a unas personas, a veces con calidad de bultos opacos, que no hablan entre sí. Son sueños muy extraños, como surreales, donde lo que ocurre no tiene mucho sentido y en los que, a veces, las leyes de la física no aplican. 

miércoles, 15 de enero de 2020

El Glutalión

No sabemos nada, o de pronto sí, pero es mucho menos de lo que creemos saber. Llego a esta conclusión luego de pescar una conversación ajena. Bueno, más que pescarla me atropella pues el interlocutor que lleva la batuta de la misma habla muy duro y aunque estoy a varias mesas de distancia alcanzo a escuchar claramente qué es lo que dice. 


El hombre, de unos 50 años, intenta convencer a otros dos de un negocio en el que, según parece, deben ofrecer un suplemento vitamínico. Su voz parece la de un locutor de radio, y tiene tan apropiado su parlamento que, por momentos, me arrullo de forma fácil en su narrativa, como ligeramente hipnotizado. 


Este encantador de serpientes, poseedor de un conocimiento milenario, habla sobre el Glutalión, un tripéptido no proteínico, ¿ven cómo es que no sabemos nada? Lo resume mencionando que es la molécula más importante y que se encuentra presente en todas las células del cuerpo. 

Dice esto mientras hojea unos apuntes en unas hojas sueltas. Hace una pausa para tomar un sorbo de café, sonríe y continúa: “Entonces, una célula sana contiene altos niveles de Glutalión, mientras que una mala o enferma todo lo contrario”, y lleva el pulgar de su mano derecha hacia abajo, para luego preguntar: “¿Cómo creen que es una célula sin Glutalión? Los dos hombres a quien les habla se miran y no dicen nada, y él responde antes de que reaccionen: “Una célula sin Glutalión es una célula muerta”. 

Ahora deja los apuntes sobre la mesa para mirar a sus interlocutores y cierra ese segmento de su intervención con una frase que, supongo, es de su autoría: “El Glutalión es el alimento del sistema inmunológico.” 

El interlocutor más joven se ve un poco escéptico ante tanta información, pero el otro, un hombre también mayor parece nos pestañear, mientras intenta imaginar la cantidad de Glutalión presente en su organismo. Yo también lo hago.

martes, 14 de enero de 2020

Condolencias

Hojeo el periódico hasta que caigo en la página de condolencias. Me pregunto si me gustaría salir en ella cuando muera.  Determino que que es un desperdicio de dinero y de espacio; como un  último impulso, involuntario, claro está, de permanecer en el mundo de los vivos. 

Leo los nombres de las personas que fallecieron hace poco. No conozco a ninguno, menos mal, que trágico sería enterarse así, por casualidad, de la muerte de alguien que uno estimaba. 

En total la sección cuenta con 8 avisos: cinco de ellos, de diferentes tamaños, están dedicados a Ivone, dos a Marcela y solo hay uno para Carlos. Imagino que la cantidad de anuncios es un indicador de qué tan “importante” era la persona, a la que ya de nada le sirven esos privilegios. Parece que el anunció de Carlos logró colarse de milagro en la sección, porque si los de Ivone ocupan bastante espacio por su cantidad, los de Camila lo hacen por el tamaño , mientras que el de él es pequeño y esta apeñuscado en una esquina. 

En medio de ellos en letras color azul hay otro anuncio. No dice a quien hace referencia, pero supongo que es a Ivone, la más importante del grupo, pero bien podría aplicar a cualquiera. 

Ese anuncio dice: “Como una estrella en el azul del cielo de la tarde, su luz brillará por toda la eternidad.”, que suena mejor al invertir las frases que están separadas por la coma. 

Justo encima de los avisos de condolencias hay una noticia que cuenta que Estados Unidos acaba de sacar a China de la lista negra, para firmar un acuerdo comercial,  noticia que, imagino, algo tendrá que ver con los anuncios de condolencias o con la muerte, vaya uno a saber; todo esta conectado por misteriosos hilos que no vemos.

lunes, 13 de enero de 2020

La coca del almuerzo

La mujer voltea a mirar a la derecha y luego a la izquierda como si fuera a hacer algo prohibido. Se sienta. Por un rato se queda mirando algún punto fijo ubicado enfrente de ella, mientras su mente se pasea quién sabe por qué recuerdo. 

Lleva puesto un uniforme morado y unos tenis Crocs del mismo color. Los huequitos que llevan los zapatos en los costados me obligan a pensar en un trozo de queso Gruyère. La mujer suspira y luego saca, de una maleta rosada, su coca del almuerzo

Me aventuro a pensar que la mujer bien podría ser una peluquera, una enfermera o una odontóloga, pero qué difícil e inapropiado resulta catalogar a la gente solo por su vestimenta, así que la indexo en mi cerebro como: “Mujer que está almorzando”, sin ningún título o ese tipo de cosas que nos distraen de lo importante, o bien, lo esencial. 

La mujer comienza a cucharear su comida, parece que es arroz, pero los bordes, no translucidos, de la coca, no permiten ver qué es lo que come, pero al igual que su vestimenta eso es lo de menos. 

La mujer sigue perdida en sus pensamientos. Es como si el acto de almorzar careciera de importancia frente a lo que piensa. A ratos le da sorbos a una botellita que contiene una bebida oscura, no gaseosa, porque no hay burbujas que suban a la superficie. 

Parece que la escena carece de acción, drama, y que está desprovista de conflicto, pero hay algo de ella que succiona la atención. Supongo que el momento guarda un secreto, una clave para vivir mejor, imposible de identificar  a primera vista. Por eso observo disimuladamente a la mujer mientras apuro un café, a ver si logro atisbar algo de ello.

Al rato un hombre con un casco en sus manos llega al lugar y le da un beso en la boca a la mujer. Sus labios apenas se rozan. 

Abandono el lugar.

sábado, 11 de enero de 2020

Brindar

En el café dos mujeres se sientan en una mesa ubicada a mi izquierda. Me doy cuenta de su presencia cuando una de ellas, una rubia que lleva puesto un saco rojo y labios del mismo color, abre una lata de cerveza y el particular sonido me saca de mi lectura y hace que les preste atención. La otra mujer lleva una chaqueta de cuero negra y pelo del mismo color, como para hacerle frente a todo el rojo que lleva su amiga encima. 

Por la mañana, en la radio, una funcionaria del gobierno mencionaba lo mucho que le indigna que los camiones repartidores de cerveza lleven en sus costados frases como: “Transportamos felicidad”. Decía que era un mensaje falso y peligroso para la juventud porque no evidenciaba los riesgos del consumo de bebidas alcohólicas.

Ahora la de la chaqueta de cuero es la que abre una lata de cerveza, y antes de intercambiar alguna palabra, las dos mujeres levantan las manos, se miran a los ojos y brindan chocando las latas.

Por la manera en que lo hacen, pienso en el camión y la frase. Independiente de lo engañosa que pueda ser y más allá de su objetivo publicitario y comercial, tal vez la cerveza si promueve la felicidad o, digamos, la facilita.

En el lugar hay mucho ruido y solo capto palabras sueltas de la conversación. La que más habla es la rubia quien, al parecer, le cuenta a su amiga sobre algo que le ocurrió con un hombre. 

Después de un rato vuelven a chocar las latas, y destapan un paquete mediano de papas de limón del que empiezan a picar entre sorbo y sorbo de cerveza. Quién sabe por qué brindan, pero precisamente eso es lo que me llama la atención, porque puede que lo estén haciendo por un acierto o una desgracia en sus vidas, porque sí o porque no, o porque simplemente les dio la gana emborracharse.

Brindar resulta liberador, pues no hay que tener mucho propósito para hacerlo. 

Caigo en cuenta de que por ponerles atención, perdí la página en la que iba. La encuentro.  Ahora, a mí derecha, una mujer le está metiendo un mordisco a una empanada, como si de ello dependiera su vida.

viernes, 10 de enero de 2020

Distanciarse

Hoy volví a escuchar el Yield de Pearl Jam, un álbum que hacía rato no escuchaba. Lo hice porque de un momento a otro se me apareció en la cabeza la siguiente estrofa de All those yesterdays, junto con su melodía: 


"What are you running from? Takinng pills to get along, 
creating walls to call your own. So no one catches you 
drifting off and doing all the things that we all do.” 


Luego de escucharla varias veces, me escuché todo el álbum y me impactó mucho; aparte de esa canción también trae otras buenísimas como: In Hiding, MFC, No Way, Low Light y Faithfull.

A veces eso pasa con las cosas, es decir, nos alejamos de ellas y cuando las volvemos a mirar lo hacemos desde otro punto de vista, siendo nosotros, pero diferentes. Recuerdo que en el colegio tomé una clase de pintura al carboncillo, y eso era algo que nos hacía hacer el profesor. Nos decía que cada cierto tiempo debíamos contemplar lo que estábamos pintando desde lejos para analizar cómo íbamos, pues tener el dibujo en frente de nuestras narices nos nos permitía apreciarlo de forma correcta. 
Esto de alejarse y de mirar los asuntos con otros ojos también aplica para la lectura de novelas. A veces estas llegan en momentos que no deberían y no les sacamos el verdadero provecho. Me imagino que me he pasado con muchas. Se me viene a la mente En el Camino de Jack Kerouac. Un librero de la ya extinta Authors bookstore, me dijo que era un clásico que no podía dejar de leer. Le hice caso emocionado y la compré, pero fue una tortura leerla y al final la acabe simplemente por eso, por terminarla, por dejarla como leída y no abandonada, pero no me gustó. No digo que me tenga que gustar por el simple hecho de que esté catalogada como un clásico, pero, de pronto, otro habría sido mi dictamen si la hubiera leído en un momento diferente y con otros ojos. 

Distanciarnos de lo que sea como modo de vida.

jueves, 9 de enero de 2020

Ingresar al laberinto

El hombre, que está ubicado en la mesa de enfrente, lleva un peinado a modo de cresta punk, una chaqueta de cuero con taches con las mangas remangadas y tatuajes en los brazos, en los que predomina el color rojo y negro, pero de los que no se alcanzan a distinguir alguna forma. Seguro las partes que están a la vista conforman un todo espléndido, pero imposible de admirar pues el tatuaje rodea el brazo. La única manera para salir de la duda sería preguntarle: “Disculpe buen hombre, ¿qué figura representa su tatuaje?, pero uno no va por ahí haciendo ese tipo de preguntas a extraños. 

Lee unas fotocopias y toma apuntes, o bien, toma apuntes y lee unas fotocopias. No sabemos cuál actividad está por delante de la otra. En ciertos momentos, por la concentración con la que la que a ratos escribe, parece que lo único que le interesa es realizar anotaciones con un esfero de color negro en unas hojas cuadriculadas, pero a ratos clava su mirada en las hojas y se pierde en ellas leyendo, lo que hace pensar que prefiere leer y que le molesta realizar notas, pero esa es la única manera para que se le quede grabado en la cabeza lo que lee o apunta, pues no hace ninguna de las dos cosas por placer, sino porque debe presentar un examen sobre ese tema. 

“Hombre, que solo está leyendo y tomando notas” dirán algunos, pero me parece que no, que el hombre salta de una actividad a la otra porque no sabe con cuál se siente mejor. Cuando está a punto de convencerse de una, la otra se le cuela por cualquier fisura de su atención, decide darle una oportunidad y olvida en la que está para caer en ella. 

Lo miro mientras tomo café y como torta o como torta y tomo café. Estoy en las mismas, pero con otras actividades. Me tranquiliza que el hombre no esté tomando ninguna bebida, seguro enloquecería si tenemos que sumarle a su estado el tener que levantar un vaso para llevarlo a la boca. 

Veo el título de una de las hojas que el hombre pone detrás del morro  que sostiene en una mano: "Ingresar al laberinto."

martes, 7 de enero de 2020

Datos

Vuelvo al trabajo y tengo pereza. El fin de semana vi a varias personas, cargadas de positivismo, que salían hablando en video sobre los propósitos para el año nuevo, que debíamos hacer para alcanzarlos y no se queden en simples palabras. Los envidio, no sé como hacen para estar tan felices mientras yo tengo una pereza infinita en este martes con cara de lunes. 

Por eso trato de evadir el trabajo mirando redes sociales, noticias, cualquier cosa que no tenga que ver con él y, de tumbo en tumbo virtual, caigo en una publicación con datos curiosos. 

No sabía, por ejemplo, que cuando a alguien se le da un esfero nuevo para que lo pruebe, el 97% de las personas escriben su propio nombre. Parece que pertenezco al 3% restante porque siempre que compro un esfero negro de gel, mi favorito, hago cualquier garabato y nunca pienso en escribir mi nombre. Por otro lado. recuerdo que una vez en primaria, en una clase que por alguna razón me aburría, me puse a practicar mi firma, y en esa ocasión pensé: “Voy a repetirla muchas veces por si algún día tengo que firmar muchos cheques”. No ha llegado ese día. En verdad creo que lo que quería era firmar como mi Papá, quien tiene una firma estilizada como con caracteres góticos y cuya escritura requiere de todo un ritual. 

Dice también el artículo que “Pretender no preocuparse es el hábito de alguien a quien le importa más”. Entonces yo, que tanto me vanaglorio de apostarle al arte del importa culismo, puede que, muy en el fondo, me preocupe más que cualquier persona, sobre todo esas que a cada rato dicen estar preocupadas. Uno nunca se termina de conocer. 

Y así como esos hay otros datos curiosos, pero esos dos fueron los que más me llamaron la atención, porque ¿a quién, por ejemplo, le interesa saber que Ocultar el pulgar detrás de todos los dedos es un signo de nerviosismo que indica que la persona quiere pasar desapercibida en el grupo? ¿Quién anda pendiente de la posición de sus dedos pulgares?, que extraños somos, pero bueno, si de obsesiones y manías se trata hay gente para todo.

sábado, 4 de enero de 2020

Nuevo zurdo

Un amigo me cuenta el caso de Ramón, un conocido suyo. Resulta que por cuestiones que desconocemos se le gangrenó el brazo derecho. Los médicos intentaron salvar la extremidad, pero al final no pudieron hacer nada y tuvieron que recurrir a la amputación del miembro superior. 

Y así sin más ni más la vida, el universo, el destino, vaya uno a saber qué o quién es el que otorga ese tipo de, digamos, loterías macabras, le reclamaba uno de sus brazos.

En un principio la noticia  lo devastó, ¿Qué más se podía esperar? No resulta fácil que de un día para otro nos digan que nos tienen que amputar una extremidad. Pasadas unas semanas y con algo de terapia psicológica, Ramón logró, más o menos, llegar a un acuerdo con la mutilación., a hacer las pases con dios y con su cabeza que no dejaba de producir pensamientos suicidas.

Dicha calma no le duró mucho porque al poco tiempo le surgió otro conflicto que incluso, por momentos, opacaba el hecho de perder el brazo. Resulta que Ramón es diestro, y si pensaba que realizar cualquier actividad con un solo brazo iba a ser difícil, le mortificaba la idea de perder el brazo que usaba para lavarse los dientes, escribir, y demás tareas cotidianas. 

¿Qué hace un diestro al que le amputan el brazo derecho?, ¿automáticamente pasa a ser zurdo o se convierte en uno de forma obligada? 

Vivimos, en apariencia, tranquilamente cuando de repente nos toca una de esas cachetadas que la vida reparte aquí y allá ¿Por qué Ramón tenía que perder precisamente ese brazo y no el otro? Todo es muy extraño. No estamos listos para nada.

viernes, 3 de enero de 2020

Si yo fuera un mosco

Hace sol y me encuentro en un café leyendo. Estoy ubicado en una mesa bajo la sombra de la copa de un árbol, y los rayos de sol que se logran traspasar su follaje se derraman sobre la mesa, dando un aspecto bucólico a la escena. Como estocada final de ese cuadro de vida, una ligera brisa se pasea por el ambiente. 

Cuando me encuentro inmerso en uno de esos momentos compactos, sin grietas, me imagino que la eternidad es así, cuando no, me la imagino como una sala de espera sin donde sentarse. 

En medio de mi lectura un mosco o una mosca, no vamos a pelear por su género, un insecto, digamos, revolotea por encima de mi cabeza. A ratos capto su zumbido, producto del movimiento de sus alas que se baten quien sabe cuántas veces por segundo. Lo espanto con mi mano derecha, pero al rato vuelve el condenado. Quiero que se largue. Seguramente ya vio, con sus cerca de 3000 ojos, la torta de manzana que me estoy comiendo y quiere probarla, lo que dañaría este momento de eternidad perfecta pues si llegara a posarse sobre ella, seguro me sugestionaría e incluso podría dejar de comerla. 

En medio de mí lectura mis neuronas hacen sinapsis y se me ocurre una idea. Decido sacar mi libreta para anotarla. Ahí estoy, con el sol, un café, la torta, mi libreta, realizando la anotación y ohh sorpresa el mosco se posa en la punta de mi esfero. 

Quiero destruirlo, pero apenas me muevo sale a volar o bien despavorido o bien riendo; me parece distinguir rasgos de una carcajada en su zumbido. 

El insecto se esfuma ¿Quién era ese mosco? 

Pasado el incidente me aventuro a pensar que alguien reencarno en él, suena triste pues esperaría uno reencarnar en un animal majestuoso como un halcón o temible como un león, pero supongo que no tenemos forma de elegir en qué reencarnamos. 

Es probable que fuera un antepasado que quería darme un mensaje importantísimo para mi vida. Pobre hombre, pobre mosco, pobre de mí que no recibí el mensaje. 

¿Si yo fuera un mosco como intentaría comunicarme con una persona? Quizás saltando de letra en letra en la página que se encuentra leyendo, para deletrear el mensaje, pero ¿quién diablos va a identificar mi código de comunicación?

jueves, 2 de enero de 2020

Frases motivacionales

Almuerzo de fin de año con mi familia en un restaurante de comida de mar. 

El lugar tiene mesas rústicas de madera y avisos de colores pastel combinados con letras en color rojo vivo, todo como para dar la apariencia de que nos encontramos en algún lugar caribeño. De los parlantes sale son cubano, música que refuerza esa idea. Solo basta levantar la vista y ver la calle, con sus postes fríos y erguidos, para cortar de tajo la fantasía. 

Cerca del final del almuerzo noto que, a mi derecha, metido entre la hendidura que forma el cojín del asiento con la pared, hay un papel de color azul. En principio supongo que es una simple basurita, pero una voz interna—espero no estar enloqueciendo—me dice que lo recoja. 

Le hago caso y cuando lo tengo en las manos lo desdoblo. Trae la siguiente frase: “Cambie los pensamientos negativos por otros alegres y optimistas y su vida se transformará.” 

Más tarde, en el parqueadero de un centro comercial, una mujer que ofrece algo se acerca a mí. Escucho qué es lo que me quiere contar. Está ofreciendo ambientadores para carro. Lo diferente es que llevan nombres inusuales: Tranquilidad, Paz, amor, alegría y así. 

Me llama la atención eso al tiempo que quiero saber a qué huele la esperanza. La mujer me pasa una tirita de papel blanca impregnada con ese olor. La llevo a mi nariz y aspiro fuerte. “¿Qué tal le pareció?”, me pregunta. Le respondo que está bien, aunque en verdad me pareció que olía a pachulí. 

Vuelvo a mirar el papel impregnado de esperanza y veo que trae una frase de Paulo Coelho: “Elimina de tu vida todo aquello que te cause estrés y te quite la sonrisa”. 

Supongo que las frases dos frases tienen algo que ver, ¿Serán una señal?, me pregunto. 

Imagino que hay días de días para consumir frases motivacionales. Algunas veces caen como anillo al dedo y es justo lo que necesitamos leer, el espaldarazo perfecto para la autoestima, pero otros días parece que dicen cosas tan obvias como que el agua moja.