Almuerzo de fin de año con mi familia en un restaurante de comida de mar.
El lugar tiene mesas rústicas de madera y avisos de colores pastel combinados con letras en color rojo vivo, todo como para dar la apariencia de que nos encontramos en algún lugar caribeño. De los parlantes sale son cubano, música que refuerza esa idea. Solo basta levantar la vista y ver la calle, con sus postes fríos y erguidos, para cortar de tajo la fantasía.
Cerca del final del almuerzo noto que, a mi derecha, metido entre la hendidura que forma el cojín del asiento con la pared, hay un papel de color azul. En principio supongo que es una simple basurita, pero una voz interna—espero no estar enloqueciendo—me dice que lo recoja.
Le hago caso y cuando lo tengo en las manos lo desdoblo. Trae la siguiente frase: “Cambie los pensamientos negativos por otros alegres y optimistas y su vida se transformará.”
Más tarde, en el parqueadero de un centro comercial, una mujer que ofrece algo se acerca a mí. Escucho qué es lo que me quiere contar. Está ofreciendo ambientadores para carro. Lo diferente es que llevan nombres inusuales: Tranquilidad, Paz, amor, alegría y así.
Me llama la atención eso al tiempo que quiero saber a qué huele la esperanza. La mujer me pasa una tirita de papel blanca impregnada con ese olor. La llevo a mi nariz y aspiro fuerte. “¿Qué tal le pareció?”, me pregunta. Le respondo que está bien, aunque en verdad me pareció que olía a pachulí.
Vuelvo a mirar el papel impregnado de esperanza y veo que trae una frase de Paulo Coelho: “Elimina de tu vida todo aquello que te cause estrés y te quite la sonrisa”.
Supongo que las frases dos frases tienen algo que ver, ¿Serán una señal?, me pregunto.
Imagino que hay días de días para consumir frases motivacionales. Algunas veces caen como anillo al dedo y es justo lo que necesitamos leer, el espaldarazo perfecto para la autoestima, pero otros días parece que dicen cosas tan obvias como que el agua moja.
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