Me gusta utilizar esferos negros de gel y libretas con hojas que no tengan rayas ni cuadrículas; siempre con ganas de salirme de las márgenes.
La relación con los primeros es complicada. Suelo tener uno oficial, es decir, el que siempre llevo conmigo y utilizo para tomar notas en mi libreta, y tengo otros, esferos satélites podrían llamarse, que utilizo para otras cosas, por ejemplo, marcar las frases que me llaman la atención en los libros que leo.
El oficial lo pierdo a cada rato. Cuando eso ocurre hago uso de los esferos satélites a los que, olvidaba decirles, casi no les queda tinta.
Hace un tiempo boté el oficial y luego de buscarlo desesperadamente y maldecir por un rato, acudí a mí reserva de satélites y di con uno al que todavía le quedaba bastante tinta; quizás era el oficial y lo había mezclado con el otro grupo sin darme cuenta.
Ayer, mientras recibía comentarios de un cuento que escribí, lo saqué de mi maleta y luego de tomar nota, creo que lo deje encima de una mesa, no recuerdo bien. Cuando llegué a la casa y desocupé la maleta, el esfero no apareció por ningún lado. Si apareció otro, enterrado en las profundidades de un bolsillo, pero no es de gel y me niego a utilizarlo.
Llega a mi mi mente un recuerdo en el que echo el esfero de gel a la maleta y cierro la cremallera, que atribuía a la reunión, pero quizá corresponde a otro momento, cuando estaba leyendo en un café o cabe la posibilidad de que sea de otro día; la cabeza como un pantano de recuerdos.
Pues sí, pequeñas tragedias que desbarajustan mi mundo.
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