A veces escribo más de una página y en otras solo un párrafo por día. Quiero empaparme bien de los personajes, la trama y dejarlo que fluya, que encuentre por si solo su cauce. Hay quienes dicen que uno no escoge lo que escribe, sino todo lo contrario, así que si el cuento me seleccionó, quiero estar en buenos términos con él para escribirlo. De ahí el no querer apresurarlo.
Está dividido en tres escenas con las que he jugado todo el tiempo en mi cabeza, como si fueran las piezas de un engranaje, y donde cada una tiene una posición en la que encaja perfectamente. Aun así creía que las tres podían ir en cualquier parte. Hoy en la mañana todavía no me había decidido por ningún orden hasta que ocurrió algo inesperado.
En una de las escenas, la que determiné como la última, necesitaba llevar al personaje principal a un aeropuerto. No sabía cómo hacerlo y mientras le daba vueltas al orden de las escenas, uno de los personajes apareció en mi cabeza con una línea de dialogo, que fue suficiente para encarrilar al protagonista hacia ese lugar sin que se viera, eso creo, forzado, pues quiero que el cuento tenga sentido, coherencia, ritmo y que las transiciones de una escena a otra no se vean forzadas.
Aparte del orden de las escenas, siento que me falta incluirle acción, es decir, que algo ocurra con los personajes, en definitiva que hagan algo, lo que sea, porque el narrador solo cuenta sus vidas en tercera persona, pero a veces se siente como si no pasara nada.
A diferencia de otros cuentos que he escrito, este no me ha atraído tanto, pero así me guste mucho o no, quiero sentir la satisfacción, esa pequeña victoria, de haberlo terminado.
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