Comenzando por su nombre, Pedro Pérez no es más que otro lugar común, como todos lo omos: Un hombre trabajador, con una bella esposa y dos hijos. Afirma, en público, que los tres son la razón de su vida; en secreto, a veces los considera sus trofeos.
De lunes a viernes, Pérez se levanta a las 4:30 de la mañana para meditar o eso es lo que cuenta, es decir, se sienta en una colchoneta, cierra los ojos, respira profundamente, pero su mente nunca se calla y proyecta una imagen detrás de otra. Después de quince minutos, cuando sus piernas están acalambradas debido a la posición de loto, se pone de pie y se prepara para ir al trabajo, lugar en el que lleva más de 10 años. Es afortunado Pérez, pues ya no se encuentran ese tipo de contratos.
Siempre toma una ducha con agua fría, casi helada, de 3 minutos o de 5 si tiene que afeitarse. Luego se prepara un batido de verduras y frutas, que le sabe feo, pero igual se lo toma, porque hay que comer saludable, y estar conectados con el universo y la Pacha Mama.
Parece que Pérez es un miembro funcional de la sociedad, alguien “normal”, si eso puede llegar a afirmarse de cualquier persona, pero él sabe que algo no anda bien. Ese es su gran secreto: Siente que lleva la locura por dentro y que esta en cualquier momento va a estallar y quién sabe a cuantas personas él, ella o los dos, se van a llevar por delante.
Pérez cree que todos, por defecto, venimos al mundo locos, y que simplemente es un rasgo que llevamos oculto. Está a la espera, vigilante, del evento que va a disparar su locura y que lo va a llevar a cometer una barbaridad.
Todos, en cierta medida, somos Pérez.
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