Si mi memoria no me falla, lo hace seguido, Offred, la protagonista del Cuento de la Criada, cuenta en algún momento de su narración cómo se pone a explorar su cuarto, en el que permanece gran parte del tiempo encerrada.
Un día, mientras busca alguna manera de contrarrestar el tedio que la acompaña, se pone a explorar su habitación con otros ojos, es decir, como si nunca hubiera estado en ella, una turista, digamos, de su espacio. Es así como encuentra indicios de que alguien ocupó ese lugar antes que ella. Al examinar el armario centímetro a centímetro se encuentra la frase: “Nolite te Bastardes Carborundorum” (no dejes que esos cabrones te jodan).
¿Con qué marcas del tiempo nos encontraríamos si revisáramos minuciosamente cada rincón de nuestras casas?
No importa cuánto lleve uno viviendo en un lugar, es decir, puede que seamos los únicos que, supuestamente, hemos vivido en ese lugar, pero el ejercicio no perdería importancia, pues somos demasiado complejos como para decir: soy tal persona por esto y lo otro, es decir, nuestra identidad muta a cada instante. Resulta paradójico, pero en resumidas cuentas no somos nadie, aunque nos pasamos toda la vida intentando ser alguien.
Imagino que el yo de hace unas semanas es un personaje diferente al yo del ahora, algo tuvo que cambiar en él. Lo que pasa es que nos empeñamos tanto en aferrarnos a nuestras rutinas que no le prestamos atención a ese tipo de cosas.
Cuando Offred se da cuenta de que existió otra Offred, es un hecho que le ayuda a reafirmar quién cree ser y que, claro, le da un empujón violento a la trama de la novela.
Sipongo que ninguno de nosotros está completamente definido. Esto tiene mucho que ver con lo que piensa la escritora francesa Alice Zeniter sobre el concepto de identidad:
“La identidad no es algo sólido. La identidad es relacionamiento.
Estamos entrelazados. No podemos decir nada sobre una existencia”.
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