Cuando Camilo se despierta, lo primero que hace, luego de abrir los ojos, es estirar su brazo y tomar el celular que reposa sobre la mesa de noche. Le gustaría tener otra costumbre, por ejemplo, irse directo a la ducha o meditar, pero siempre ha postergado el cambio de su primer hábito del día.
Lo normal es que revise sus redes sociales y se regodee con algún “me gusta” que alguna persona le dio a una de sus publicaciones, pero hoy es diferente. hoy tiene un mensaje de Marcela: “Hola Cami, quería contarte que el papá de Ana falleció anoche, por si quieres escribirle”.
Camilo le da las gracias a su amiga por avisarle de la noticia y luego se pone a mirar el techo de su cuarto, como tratando de encontrar el significado de la vida, mientras piensa en la muerte, ese tema, fuerza o lo que sea, que, cree, lo acecha a cada rato.
Sí, tiene que enviarle un mensaje a Ana, pero, ¿cuál?. Cree que dar un mensaje de condolencia es una de las cosas más difíciles y sencillas al mismo tiempo. Difícil porque piensa que no existen palabras que alcancen a darle el significado adecuado al momento por el que atraviesa el familiar del fallecido, y fácil porque hay muchas frases hechas que están disponibles para la ocasión, pero a él le gustaría usar una propia, una que en verdad reconforte a la persona.
Mientras piensa en eso vuelve a tomar su celular y mira los mensajes que familiares y amigos le han dejado a Ana. Uno de ellos dice que la fe en Dios les dará fuerza para seguir adelante y que deben saber que él está empezando a vivir.
Al final se decide por una de las frases hechas que, quizás, es lo único que se debe decir en esos momentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario