Desde que inició el confinamiento he alternado mi vestimenta con 2 pantalones, cinco camisetas y dos sacos, uno azul y otro gris. Ve uno las ventajas de las que hablaba Steve Jobs sobre no dedicar tiempo a decidir qué ropa ponerse, sino siempre vestirse con lo mismo. De esas prendas las que me parecen más importantes son los sacos, pues me ha parecido que cuando la tarde se perfila hacia la noche, la temperatura cae fuertemente y estos toman un papel importante.
Como siempre queda el grupo de “los otros” o “algunos”, me refiero a esas personas que insisten en que uno debe arreglarse como si fuera a salir, incluso echarse loción o perfume, ya que esa es una buena práctica para no sentirse mal, en fin, cada uno con sus métodos para manejar el encierro.
Recuerdo que cuando era pequeño, en mis épocas de jardín infantil, mi madre me tejía sacos de lana. Hubo dos que siempre me gustaron mucho: uno blanco y otro rojo. No sé si me tejió varios similares o si me puse los mismos por mucho tiempo, pero los llegué a utilizar en mis primeros años de colegio.
Un día llegué triste a la casa y mi madre me preguntó que qué me había pasado, y le conté que otros niños, (unos verdaderos cabrones, pues para ser un hijo de puta la edad no importa) se habían burlado de mis sacos y que no los quería volver a utilizar para el colegio.
Luego de eso compre busos de colores neutros que mandaba a estampar. De esos el que más me gustaba era uno amarillo con un estampado de un muñeco verde que hacía pistola con la mano. Eran sacos con colores chillones que, seguramente, no me pondría hoy, pero en ese entonces, cuando me valía cinco cómo me vieran los demás, me encantaban. Fueron épocas en las que me vestía de forma peculiar, pues apenas llegaba del colegio me quitaba los pantalones y me ponía bermudas coloridas. No sé de dónde saqué el gusto por esas prendas, pero en ese entonces me parecían lo máximo.
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