Camila Cifuentes no sabe muy bien quién es. A veces logra vislumbrar algo de identidad en su actuar, pero la mayoría del tiempo lo dedica a preguntarse: “¿Quién soy?”. Podría asirse de su profesión, pero decir que es abogada, le suena tan vacío como decir que tiene buenas relaciones interpersonales.
Por ejemplo, hay días en los que se siente la mujer más bondadosa sobre la faz de la tierra y otros en los que se considera la más mezquina e infeliz. “¿Por qué?, ¿por qué no puedo ser solo una?”, se pregunta.
En parte, es por eso es que no le agrada hablar en primera persona. No dice, por ejemplo, “es que yo soy una persona muy malgeniada”, sino que acude a la otra voz: “Es que Cifuentes es una persona muy malgeniada”. También le gusta referirse a ella por su apellido, una costumbre que adquirió de su padre, quien trabajó toda su vida en las fuerzas armadas y siempre la llamó así.
A muchas personas les extraña que se refiera a sí misma en tercera persona, e incluso a ella también le suena un poco raro, pero justifica el uso de ese punto de vista porque cree que la primera persona le ha jodido la cabeza a la humanidad, y que está relacionada con excesos de autoestima y narcicismo.
Cifuentes, al tener dudas sobre quién es, tiende a pensar que es muchas personas al mismo tiempo, una amalgama de identidades que resulta en una identidad cambiante y en constante evolución, o bien, una pluri-identidad, si es que el término aplica.
No entiende por qué sus amigos y familiares no consideran su otredad, ni se dan el chance de ser otros. Piensa, en fin, que esas conductas nocivas, se deben al uso indiscriminado de la primera persona, de anteponer el yo al él o ella.
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