“Solo voy a escribir porque no puedo evitarlo”.
Esa es una frase de Charlotte Brontë. ¿Qué se de ella o de sus hermanas? Nada, pues no he leído ninguna de sus novelas. En ese libro que no sé cómo llegó a mi biblioteca y que se llama “Un Plan de lectura para toda la vida”, los autores le dedican unas páginas a las escritoras. Coincidencialmente, alguien doblo una esquina de la página dónde aparecen;, que dice: “El único entretenimiento con el que podían contar era su propia imaginación, además de las historias que oían sobre el comportamiento, a menudo violento, de las gentes bastantes primitivas de la vecindad”. Después, de forma algo escueta, el libro menciona que Charlotte murió poco después de cumplir 39 años, y al final del párrafo el autor se pegunta cómo, a pesar de llevar una vida extraña, las hermanas lograron canalizar su energía creativa hacía la escritura y creación de historias.
Por alguna razón cuando leo o me acuerdo de Las Brontë siempre me imagino una aldea, sobre la que cae una fuerte lluvia.
La frase está en un lápiz de color negro con una mina muy oscura que me regalo Verónica, una mujer que dicta clases de escritura creativa, Esa vez, 2 o 3 años atrás, nos encontramos en un café, y a punta de capuchino y muffins de manzana hablamos sobre libros y escritura, horas antes de que dictara uno de sus talleres.
El lápiz parece tener vida propia y se mueve sigilosamente por todo mi escritorio, pues cada vez lo encuentro en un lugar diferente. De pronto, el haberlo visto hoy, es una señal de que debo leer Jane Eyre pronto, pero la verdad no creo mucho en eso de las señales.
El lápiz también me produce muchas ganas de volver a dibujar. No sabe uno hasta que punto se entrometen los objetos en el curso de nuestras vidas.
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