10:13 p.m. aquí 5:14 a.m. en Madrid.
Otra vez me pasó lo mismo. Tuve un día ocupado y no pensé qué escribir en ningún momento.
Igual muy pocas veces lo hago, pero siempre, cuando llega este momento, me arrepiento, pues aparte de escribir también quiero leer, ver televisión o mirar pal techo e intentar descifrar el significado de la vida, en fin, lo que sea que uno pueda hacer a las 10 de la noche un día cualquiera.
Pienso que si tuviera claro qué escribir, despacharía este post rápido y podría hacer otra de las actividades que mencioné.
Debería escribir a primera hora de la mañana como lo hace Murakami, pero es que el escritor, ya tiene una rutina muy definida y se levanta temprano a escribir y trotar, o a trotar y escribir, ya no recuerdo bien, pero el orden de los factores no altera el producto, el suyo, que es escribir.
Cuenta, en su libro “De qué hablo cuando hablo de correr”, que nada se compara con trotar ligeramente por la mañana, escuchando el álbum Reptile de Eric Clapton.
Pero es que Murakami es novelista y se dedica exclusivamente a eso.
Siempre ese berraco “pero” intentando justificar las excusas que uno se inventa, ¿no?
Les contaba cuál era la hora en Madrid, ¿cierto? Han pasado 16 minutos y allá ya son las 5:29 a.m.
Me gusta imaginar que tengo un doppelgänger en cada ciudad del mundo. Espero que el de esa ciudad española sea bueno madrugando y que lo primero que haga cuando se levante, luego de prepararse un café, claro está, sea escribir.
También espero que no se olvide de sus otros dobles, y que nos mande buenas energías para que las palabras fluyan de forma fácil mañana.
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