Estoy en una sala de espera y le rindo honor a su nombre: espero.
Saco el Kindle, lo prendo y me pongo a leer.
Elijo el volumen 3 de los diarios de Anaïs Nin. Antes me había leído el volumen 4 y me pareció fascinante, porque Nin hablaba mucho sobre escritura, pero en estos, me parece, se enfoca más hacia el psicoanálisis y algunos pasajes son pesados.
Me meto en la lectura, la disfruto, y en medio de eso cruzo la pierna derecha sobre la izquierda, pero luego de unas cuántas líneas me canso de esa postura, descargo la pierna derecha en el suelo, me invento un ritmo y le doy a un bombo imaginario por un rato, hasta que decido cruzar la pierna izquierda sobre la derecha.
Pero esa postura tampoco la considero adecuada, entonces me escurro en la silla y estiro las piernas.
Sigo leyendo y encuentro fascinante una de las tantas posturas de Nin.
Dice que a medida que el estado del mundo empeora, es cuando ella busca, de forma intensa, crear un mundo íntimo en el que ciertas cualidades se deben preservar.
Hace una comparación con un tal Dr. Jacobson, y dice que si él lucha contra las enfermedades de los pacientes que atiende, y no puede hacer nada más que eso, ella siente que tampoco puede hacer nada más contra la epidemia de odio en el mundo.
Por eso busca uno desprovisto de dolor y horror, para aferrarse a una isla de humanidad, sin importar lo pequeña que sea.
Su postura tiene que ver, quizá, con lo que hablaba el otro día, acerca de la necesidad de amputarse la realidad.
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