Salvar el mundo es lo que hago en este preciso instante, por lo menos el mío. Vuelvo y me repito. Esta es una idea sobre la que suelo escribir cuando los temas no abundan en mi cabeza, estoy cansado o tengo ganas de ponerme a leer.
Escribo para no perder la costumbre de redactar un par de líneas diarias sobre lo que sea y sin importar si al final no tienen mucho sentido. Imagino que en algún lugar del planeta siempre habrá alguien que se se identificará con mis textos, aunque puede ser que nunca los lea, qué sé yo, de pronto a Akihiro Yoshida, un campesino que vive en la periferia de la ciudad de
Kōbe, este escrito le caiga como anillo al dedo, pero es una lástima que el sr. Yoshida no tiene idea alguna del español y nunca se va a enterar de su existencia.
Da un poco de angustia eso, es decir, pensar que en algún lugar del planeta existe un texto que va a salvar nuestro mundo, uno que es justo lo que necesitamos leer cuando sentimos que la vida nos oprime el pecho, y que nunca vamos a tener acceso a él porque quién sabe en dónde y en qué idioma se encuentra escrito.
Quizá esa es una de las razones para aficionarse por la lectura, porque andamos, de forma inconsciente, detrás de ese escrito único. Puede ser que por eso se compran libros de forma compulsiva, porque en algún momento de la vida, que no alcanza para nada de lo que realmente queremos hacer, esperamos aterrizar en él.
Pero les decía que estoy salvando el mundo, ¿cierto? Siempre suelo pensar eso cuando escribo, que de alguna forma corrijo un poco el curso de mi vida y evito precipicios de desesperación para mí y otras personas.
A esta hora ya son las 12:55 del mediodía en Kōbe, ojalá que mi estas líneas le ayuden en algo al señor Yoshida.
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