No hablo de volver de la muerte como una de esas experiencias en la que las personas flotan fuera de su cuerpo y se ven ahí tendidos, con las mismas propiedades de un bulto cualquiera, hasta que por fin logran volver a su cuerpo, sino de regresar cuando ya todos los conocidos han seguido con sus vidas, luego de haberse hecho a la idea de la ausencia de la persona muerta.
Más allá, como me contó una profesora de biología, de entender la muerte como un proceso en el que un organismo deja de funcionar, es decir, cuando sus células no pueden volver a comunicarse entre sí y con el ambiente, nunca terminamos de comprender qué ocurre cuando alguien cercano muere, y es por eso que, en medio del duelo, esperamos su regreso.
Cuenta Joan Didion en El año del pensamiento mágico que cuando murió su esposo, ella no quería desprenderse de su ropa, por si acaso él volvía a aparecer.
Cómo la escritora era tan aguda evaluando lo que le pasaba se pregunta: “Si los muertos realmente regresaran, ¿qué volverían sabiendo? ¿Seríamos capaces de confrontarlos?”
Javier Marías también plantea, de cierta forma, esa pregunta en su novela Los Enamoramientos.
En una conversación de dos de los personajes, se menciona El coronel Chabert, una novela de Balzac, cuya trama, a grandes rasgos, consiste en una viuda de un coronel que fue dado por muerto y que vuelve a aparecer cuando la mujer ya ha vuelto a rehacer su vida con otro hombre.
Puede que la viuda haya deseado con todas sus ganas que Chabert volviera, pero en ese momento ya no le interesaba.
¿Qué haríamos si los muertos volvieran?
"Todo el mundo acaba por sacudirse a los muertos, ese es su
destino final, y lo más probable es que ellos se mostraran
conformes con esa medida, y que, una vez conocida y probada
su condición, no estuvieran tampoco dispuestos a regresar.”
- Los enamoramientos-
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