“Buenos días doctor, ¿qué va a tomar hoy?”, le pregunta la cajera que, debido al tamaño del local, también es la barista.
“Lo mismo de siempre Yaneth”, responde el hombre.
De los parlantes del lugar sale la canción Dust in the wind, y cuando la mujer se retira para preparar el pedido, el hombre canta parte del coro: “All we are is dust in the wind”.
“Cuántos cafés debo?”, dice, y antes de que le respondan pregunta: “¿Y Gladys si paso a tomarse el chocolate que le había pagado?”
“Si, ella paso esta mañana”.
No sabemos quién es Gladys y tampoco si el hombre va regalando bebidas calientes por ahí, porque sí.
Pienso decirle que si quiere pagar la mía, o abonarme un capuchino para los días siguientes, pero fiel a mi política de no meterme con extraños, para que la vida no me sorprenda con cosas raras, no lo hago.
Intento volver a mi lectura, pero el hombre me distrae tarareando la melodía de la canción. Puede que esté inseguro de la letra o que solo se sepa el pedacito del coro que cantó hace un momento.
Pienso decirle que si quiere pagar la mía, o abonarme un capuchino para los días siguientes, pero fiel a mi política de no meterme con extraños, para que la vida no me sorprenda con cosas raras, no lo hago.
Intento volver a mi lectura, pero el hombre me distrae tarareando la melodía de la canción. Puede que esté inseguro de la letra o que solo se sepa el pedacito del coro que cantó hace un momento.
Hermano, ¿va a cantar bien o no?
Mi bebida, por una extraña coincidencia, acaba junto un capítulo de la novela. La Palabra que lo cierra es Cold, y sí, hace frío. También alcanzo a escuchar como las gotas se estrellan contra el pavimento producto de un aguacero. No había caído en cuenta de que había comenzado a llover.
Todos estos nuevos datos se los debo al señor que llegó a cantar y a pagar sus deudas, las de esa tal Gladys y que me sacó de la lectura.
Ahora suena el timbre de un teléfono, me parece un ruido lejano, y cuando lo voy a dejar ser, me doy cuenta de que el sonido proviene del bolsillo de mi pantalón. Saco el celular, contesto “Ya llegué”, me dicen desde el otro lado de la línea.
Pago mi bebida, guardo el Kindle y abandono el lugar a paso rápido. En el camino hacia el punto de encuentro, veo un vaso de café que alguien dejó en un murito. “Se parece al que compró el “doctor”, pienso.
¿Por qué lo dejo ahí? ¿Qué lo hizo abandonarlo? Todo, casi siempre, son preguntas.
Unos pasos después veo un tapabocas negro tirado en el piso. Está con mucho polvo, producto, imagino, de las personas que lo pisan, algunos a propósito y otros sin darse cuenta.
Pienso dos cosas: La primera no tiene mucho sentido: el tapabocas pertenecía al doctor que le regala bebidas a la misteriosa Gladys. Lo segundo es cómo ha cambiado nuestra relación con los tapabocas desde que comenzó la pandemia. Al principio los tratábamos con sumo cuidado y casi ni los tocábamos; hoy se tuercen y doblan como si nada, en fin.
Mientras camino a mi destino, escaneo con la mirada los lugares por los que transito a ver si de pronto veo al doctor del café. Sigo preguntándome qué le habrá pasado para dejar a la deriva su bebida y el tapabocas. Imagino que la tal Gladys tiene algo que ver.
No veo al hombre por ningún lado.
Al final es cierto lo que dice la canción: All we are is dust in the wind ¿Acaso no?
Mi bebida, por una extraña coincidencia, acaba junto un capítulo de la novela. La Palabra que lo cierra es Cold, y sí, hace frío. También alcanzo a escuchar como las gotas se estrellan contra el pavimento producto de un aguacero. No había caído en cuenta de que había comenzado a llover.
Todos estos nuevos datos se los debo al señor que llegó a cantar y a pagar sus deudas, las de esa tal Gladys y que me sacó de la lectura.
Ahora suena el timbre de un teléfono, me parece un ruido lejano, y cuando lo voy a dejar ser, me doy cuenta de que el sonido proviene del bolsillo de mi pantalón. Saco el celular, contesto “Ya llegué”, me dicen desde el otro lado de la línea.
Pago mi bebida, guardo el Kindle y abandono el lugar a paso rápido. En el camino hacia el punto de encuentro, veo un vaso de café que alguien dejó en un murito. “Se parece al que compró el “doctor”, pienso.
¿Por qué lo dejo ahí? ¿Qué lo hizo abandonarlo? Todo, casi siempre, son preguntas.
Unos pasos después veo un tapabocas negro tirado en el piso. Está con mucho polvo, producto, imagino, de las personas que lo pisan, algunos a propósito y otros sin darse cuenta.
Pienso dos cosas: La primera no tiene mucho sentido: el tapabocas pertenecía al doctor que le regala bebidas a la misteriosa Gladys. Lo segundo es cómo ha cambiado nuestra relación con los tapabocas desde que comenzó la pandemia. Al principio los tratábamos con sumo cuidado y casi ni los tocábamos; hoy se tuercen y doblan como si nada, en fin.
Mientras camino a mi destino, escaneo con la mirada los lugares por los que transito a ver si de pronto veo al doctor del café. Sigo preguntándome qué le habrá pasado para dejar a la deriva su bebida y el tapabocas. Imagino que la tal Gladys tiene algo que ver.
No veo al hombre por ningún lado.
Al final es cierto lo que dice la canción: All we are is dust in the wind ¿Acaso no?
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