El silencio en el piso es sepulcral.
Son las 4:53 p.m., pero solo en su franja horaria. Jacinto Arteaga Lleva la cabeza hacia atrás y el cuello le tráquea, antes de volver a poner las manos sobre el teclado, cierra los ojos por unos segundos y solo escucha el tecleo frenético de sus compañeros de piso.
En Australia son las 7:54 de la mañana del día siguiente. Allá ya están en el futuro. Todavía le cuesta mucho entender eso y hacer cálculos de diferencias horarias.
En algún lugar de ese país Eloise, una tatuadora que sigue en una red social, se mece en una hamaca en un campo extenso con muchos árboles. Lleva puesta una falda nagra, botas de cuero del mismo color, y se alcanzan a ver sus pantorrillas repletas de tatuajes. Cuando se mueve hacia el lado izquierdo, se ve un perro negro con manchas blancas tendido en el piso, que mira un punto fijo en la distancia. Justo a su lado reposa una mochila de cuero de color café. El pasto está cubierto por una telaraña de sombras producto del sol que está colgado de un cielo de color azul intenso, con pocas nubes esparcidas como manchones, y que cae sobre las ramas de los árboles.
El video le genera sensación de paz y llega justo en un momento en que Arteaga se cuestiona si hace poco. ¿Poco para quién o qué?, se pregunta. No lo sabe, pero a veces cae en esa cuestionadera. Entonces comienza a darle vueltas al asunto en su cabeza y, por lo general, no llega a ninguna conclusión. Decide ponerse de pie para ir a servirse un tinto.
Ya en la cafetería, con la mano en la llave de la greca, imagina que poco o mucho, al final cada quien hace lo que esté a su alcance y ya está, que cada persona, esté en Shanghái o en las oficinas de enfrente que ve por la ventana de su puesto de trabajo, lleva un tiempo distinto.
Algunos van al ritmo de un compás de notas negras extensas, que puede parecer lento y perezoso, mientras que otros, esos que se quieren atragantar con la vida, van al ritmo de semicorcheas, como si fueran el baterista de una banda de speed metal.
La clave, imagina, está en llevar la velocidad que a uno le dé la gana, pero sin perder el ritmo. Mecerse con la vida y ya está, ¿acaso no?
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