E una primera posición compartida. Miro hacia la izquierda para ver quién es mi contrincante: una pareja de viejitos. “Esto es pan comido”, pienso. Acelero para hacer rugir el motor, pero no me siguen el juego. Me calmo y miro hacia adelante. Un malabarista de calle, vestido de payaso, con pantalones anchos de colores y nariz roja se para en la mitad de la vía.
]Lleva en sus manos una pelota verde. Se la pone en la cabeza y hace equilibrio con ella, luego comienza a hacer 21 con la cabeza, es bueno. Me imagino que aparte de la concentración que debe tener para realizar su acto, también cuenta mentalmente el tiempo en que el semáforo se demora en cambiar a verde, para saber cuando debe acabar su show y acercarse a los carros a pedir dinero.
Cuando estoy a punto de dejar de mirarlo, el payaso todavía tiene más trucos debajo de la manga, o bien, colgados de su cintura: 3 machetes. Los suelta y comienza a hacer malabares con ellos como si fueran naranjas o pelotas.
El malabarista urbano sigue haciendo cabecitas con la pelota a verde y los machetes vuelan por los aires. Me pregunto como se asegura de agarrarlos siempre por el mango.
El semáforo peatonal empieza a titilar y una pareja se lanza a cruzar la calle.
Lo hacen de afán, cogidos de la mano, y se llevan por delante al payaso malabarista. Los tres caen al suelo.
Uno de los machetes sigue en el aire y ya no hay quien lo reciba.
Luego viene un grito. Al instante un hilo de sangre comienza a manchar el pavimento.
Lo hacen de afán, cogidos de la mano, y se llevan por delante al payaso malabarista. Los tres caen al suelo.
Uno de los machetes sigue en el aire y ya no hay quien lo reciba.
Luego viene un grito. Al instante un hilo de sangre comienza a manchar el pavimento.
EL semáforo cambia a verde. Arranco, y dejó atrás al malabarista, los novios, y a la pareja de viejitos que, parece, quedaron en shock dentro de su carro.
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