Suena el teléfono y me da miedo contestarlo.
Un teléfono timbrando debería ser un momento terrorífico. ¿Cómo saber quién está al otro lado de la línea? Para eso el identificador de llamadas, dirán algunos, pero ¿y si es otra persona? ¿Qué tal que el que esté al otro lado de la línea sea alguien que no tengamos ni idea quién es?
Solo imagina la situación. Suena el celular, lo dejas timbrar un par de veces, y contestas confiado de que vas a tener una conversación habitual, si acaso banal y ¡pum! De repente, la persona que conoces habla en medio de lloriqueos. “¿Qué pasa?”, preguntas, Ya cállese, dice una voz extraña y ahora se escucha el sonido del auricular que pasa de unas manos a otras, y luego un secuestrador te saluda rápido: Fulanito(a) X, el monto de dinero que debe reunir antes de 48 horas para que su conocido, familiar o amigo siga con vida es de…
Algunos dirán que es una escena de película, pero ya está claro que, por lo general, la realidad supera a la ficción, y que el límite entre ambos terrenos a cada rato se desdibuja.
Bueno está bien, piensa que no te llama un secuestrador, sino tu médico de confianza, ese al que le enviaste los resultados de unos exámenes hace unos días.
Estás sentado (a), sin ninguna preocupación. Quizá tomando un café o viendo televisión y te entra la llamada. Contestas y saludas al doctor, que ya es como un viejo amigo. Notas preocupación en el tono de su voz. Sientes que da rodeos, que se extiende en el saludo, que te pregunta una y otra vez si estás bien. Cuando ya no puede alargar más la tensión, te suelta la noticia: un dato de los exámenes salió mal y es probable que se deba a una enfermedad terminal, algo que está anidando en tus entrañas mientras tu vas ahí tranquilo(a) por la vida.
El teléfono sigue sonando.
Lo Contesto, al final nos acostumbramos a todo.
Es mi hermana.
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