Apenas se despierta, Alfonso Buendía siente que no descanso bien. No recuerda que soñó. Sabe que fueron cosas extrañas, con tramas enredadas, escenas fragmentadas y personajes desconocidos. Llega a esa conclusión por la manera en que están revueltas las cobijas de su cama.
Buendía se lleva la mano a los ojos y los frota un poco, con el ánimo de intentar recordar qué fue lo que soñó, pero no logra consolidar ninguna imagen en su cabeza.
Acto seguido toma el celular que reposa en la mesa de noche y comienza a revisar sus redes sociales porque sí, porque en eso se nos va la vida, ¿y qué?
Da con una publicación de Nicolás Domenico, un viejo conocido de la universidad que ni sabe por qué lo tiene agregado como amigo. Entra en un albúm que lleva como título “vacaciones de verano”. Domenico sale con gafas oscuras, gorro y chaqueta de invierno, junto a Carolina Franco, su novia eterna. Al fondo se ven unas montañas coronadas por nieve. La foto dice que están en Montreux. Se les ve felices, enamorados, hinchados de dicha.
Luego de ver las fotos con desgano y dejar el celular, Buendía se pregunta por qué para algunas personas las piezas de la felicidad parecen encajar a la perfección en sus vidas, mientras que para otras todo siempre tiende hacia el caos, como si caminaran al filo del abismo de la desgracia.
Se pregunta si tendrá que ver con las ganas de vivir de cada uno, con la intensidad con la que se desea algo. También piensa que puede ser que la suerte si exista y se reparta de forma arbitraria entre las personas.
La alarma del celular suena y con suerte o no, sabe que debe levantarse para no llegar tarde al trabajo.
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