Es viernes, son las 10 de la mañana, y al otro extremo del piso de la oficina Sebastián Molina alcanza a ver al grupito de Gerentes de Negocio. A esa hora del día siempre se reúnen a planear en qué bar lujoso de la ciudad van a despilfarrar dinero por la noche.
Molina los envidia. Le gustaría tener su mismo nivel de vida, los mismos lujos que se dan, contar las mismas historias, en fin, ser como ellos, pero no, el destino laboral, por un motivo o el otro, lo ubicó en el escalafón de analista, el más bajo de su compañía, y al que todos, o por lo menos eso cree, miran por encima del hombro.
Wilson su amigo, que todos dices que es ñero, pero a Molina no le importa, pues le cae bien, le dice: “Moli, camine gasta tinto , cigarro y empanada en la tienda del cucho Paredes, pa que quite esa cara de hueva que tiene hoy”.
“Bueno camine”, le responde Molina.
“Que, ¿Cervecitas hoy?”, le pregunta Wilson cuando se suben al ascensor.
“No sé hermano, ¿no le da pereza siempre lo mismo?”
“Mmm ahora salió fino, y entonces qué quiere hoy el príncipe?”
“Espere a ver si Mónica me llama o no”, le responde Sebastián.
Cuando llegan a la tienda del cucho Paredes cada uno pide combo de tinto con empanada y un cigarrillo para finalizar su ritual de descanso laboral.
Cuando van a comenzar a conversar un hombre que acaba de dejar descolgar el encendedor que está atado a la puerta por un hilo nilón, cae al piso.
Al principio Sebastián y Wilson creen que se resbaló, pero cuando lo miran se dan cuenta de que el hombre se lleva la mano al pecho y tiene un gesto de dolor en la cara.
Las personas del local comienzan a gritar: “¡un médico, un médico!”, apenas caen en cuenta de que el hombre está sufriendo un paro cardiaco fulminante. Pero antes de que puedan conseguir ayuda, el hombre deja de moverse y queda ahí tendido en el suelo, con el cigarrillo que intentó prender, sujetado en su mano derecha.
Tiempo después ya en la oficina a Molina le parecen un absurdo las risas de los gerentes de negocio, su trabajo, todo.
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