Me pareció muy bueno, y lo que más me gustó fue que me llenó la cabeza de preguntas, reforzando una que me hago a cada rato: ¿Será que algunas personas nacen destinadas para ejecutar cierto trabajo?, pero no desperdicié tiempo en ella, pues quizá no tiene respuesta, sino que me me acordé de Adriana.
Cuando estaba en la universidad, seguro por el músico frustrado que llevo por dentro, me gustaba pasar tiempo en la cafetería de la facultad de música. Iba a ese lugar a estudiar, leer o a comer unas pizzas personales que solo vendían en ese lugar.
Me gustaba ver a las personas con partituras en sus manos o sobre sus muslos, mientras solfeaban, o tocando sus instrumentos.
Paola, una amiga que había tomado clases de música cuando era pequeña, alguna vez me intentó enseñar a leer notas, pero no lo logré, porque mi cabeza estaba condicionada a la lógica del plano cartesiano.
Igual quería seguir intentándolo, así que un día, hacia el final del semestre, me acerqué a una mesa en la que dos mujeres estaban practicando. Les pregunté de qué semestre eran y me dijeron que estaban en octavo. Les dije que tenía intención de aprender a leer una partitura y que si una de ellas estaría dispuesta a enseñarme.
Se miraron y se quedaron calladas, y cuando estaba a punto de despedirme y dar media vuelta, Adriana hablo: “Yo te puedo enseñar”. Cuadramos un precio por hora y un horario de dos días a la semana para que me diera clases en esa cafetería.
Alcancé a tomar muy pocas, porque el final del semestre, con sus trabajos y parciales, me absorbió, pero recuerdo que en uno de nuestros encuentros, me contó que su cantante favorita era Alanis y, sin yo pedírselo, cantó las primeras líneas de Right Through You:
Wait a minute man
You mispronounced my name
You didn't wait for all the information
Before you turned me away.
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