Acompaño a mi madre a comprar un regalo de último momento a uno de esos almacenes en donde venden maricaditas varias, ya saben objetos de los que se puede prescindir, pero que compramos por puro capricho.
Ella ya sabe qué es lo que tiene que comprar, pero le fascina recorrer ese tipo de tiendas, aunque no vaya a llevar nada más, así que me lanza una advertencia: “Pero lo miramos todo, ¿bueno?” Sonrío, cómo decirle no a la señora Cecilita, es imposible.
Hago lo mismo que ella y comienzo a recorrer el local a mi antojo, a coger los productos y mirar para qué sirven, como funcionan, en definitiva, a ver si mi comprador compulsivo toma control de mí y gasto dinero solo porque sí.
“Me dijo que necesito una actividad de desfogue, algo que hacer, pero es que yo no sé, a mí lo único que me gusta hacer es dormir. Me siento mal, duermo; me siento bien, duermo, y así”.
Eso es lo que dice una mujer a su amiga. Están detrás de mí y examinan unas cosmetiqueras de colores chillones.
“Tienes que mirar a ver qué te gusta hacer”, le responde su amiga.
Luego, en la fila, después de que mi madre ha decidido que ya no queda nada más que mirar, otro par de amigas conversan y una de ellas está asombrada, por el olor de una vela.
“Es que no te imaginas. Apenas la destape, el olor me acordó de mi abuelita. Es muy raro eso, ¿cierto?
“Sí, es muy raro", responde la amiga con algo de desinterés, y pues claro, es la abuela de su amiga y no la de ella.
En fin. ¿Qué se puede concluir de estas dos conversaciones? Que a falta de actividades que nos apasionen, dormir siempre será una opción, y que en esta época nostálgica es recomendable evitar olores que nos recuerden a ciertas personas.
Vayan con cuidado.
¡Feliz Navidad!
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