domingo, 8 de octubre de 2023

Ayer, día

Ayer fue un día.
Ayer fue día
Día.

¿Malo, bueno?

Podría decir que lo primero, pero también lo segundo. Los absolutos, creo, no existen.

A eso de las 9 de la mañana me propuse dibujar para el reto de inktober. El tema era goteo, así que seleccioné unas fotos de ojos llorosos, y cuando me decidí por una, mis trazos fallaban una y otra vez.

Hacía medio día me comenzó un dolor de cabeza en el costado derecho y a los pocos minutos se intensificó. ¿Solución? Almuerzo, pastilla y echarme a dormir. Sentía sueño y pensé que una siesta era lo que necesitaba para reponerme del malestar.

Pasé unos 20 minutos tumbado en la cama y el sueño no aparecía, así que me levanté y di un par de vueltas por la casa con una nube de mal genio encima de mi cabeza.

Luego volví al cuarto a obligarme a dormir. Lo logré, pero fue un sueño intranquilo, una especie de duermevela que no me dejo salir de la frontera que separa el territorio del sueño y la vigilia. Pisé la realidad a eso de las 7:30. El dolor de cabeza se había esfumado por completo y pensé de nuevo en el dibujo. Putos ojos que no logré dibujar. Me levanté directo a mi escritorio para comenzar un nuevo dibujo.


Necesitaba aislarme, así que me puse los audífonos, mientras decidía qué canción iba a escuchar. De ese lugar extraño de donde provienen las ideas y los recuerdos, se me aparecieron dos palabras en inglés: Virtual Insanity. Sí, Jamiroquai era justo lo que necesitaba escuchar en es momento, pero como la sesión de dibujo se iba a alargar, necesitaba más de una canción para ella, entonces puse el Travelling Without Moving. ¿Qué mejor que escuchar ese disco mientras se dibuja? Dibujar, pienso, es viajar bien adentro sin desplazarse, ¿acaso no?. Cuando se acabó ese disco busqué el Amorica de los Black Crowes, mi preferido de esa banda.


Terminé el dibujo a las 9:30, justo cuando el estómago me reclamaba algo de comida. Fui a la cocina, caliente una almojábana con bocadillo por dentro, y me serví agua con dos cubos de hielo.

Volví a mi escritorio a las 10 para echarle tinta al dibujo y difuminar distintos tonos de negro. En ese proceso ya no puse más música, pues me pareció suficiente el silencio de la noche.

Terminé a eso de las 12:30 a.m. y como no tenía sueño y llevaba un par de días sin leer, me metí a la cama y me zampé un capítulo de La casa de los espíritus. Son capítulos largos y siempre he dicho que prefiero los capítulos cortos, sobre todo para no dejarlos por la mitad, pero la prosa de isabel Allende es tan envolvente que no he tenido problemas con eso.

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