1 de enero de 2025.
El primer día del año siempre me ha parecido un día muerto, un día para quedarse en la cama y solo pararse para ir a la cocina a servirse los restos de la comida de fin de año, si es que hubo alguna. Un día en el que pesa saber que la fecha que acaba de pasar no era tan importante como creíamos sino otro día más del calendario, y que la rueda de la rutina está a punto de comenzar a girar de nuevo.
Pero este parece ser un día muerto diferente, o al menos eso indica la mano de mujer que reposa sobre mi pecho. Eso es lo primero que siento apenas entreabro los ojos. Sus dedos son largos y están coronados por uñas pintadas de un color rojo intenso. segundos después, cuando me acostumbro a la luz de la mañana que entra a la habitación por un gran ventanal ubicado al frente de la cama, la miro de reojo para ver si es Pamela, una vieja amiga y la única mujer que, se me ocurre, se prestaría para este plan en un día muerto.
No, no es ella. levanto la sábana para ver si mi piel presenta algún corte. No, estoy completo o al menos eso parece, pero cómo saberlo, ¿cómo saber si aún se conservan los dos riñones? No lo sé. El día, imagino lo dirá.
Afuera, desde la calle o un apartamento cercano, llega la letra de un vallenato, acompañado de voces y risas, los restos de una fiesta: Los caminos de la vida no son como yo pensaba, como los imaginaba, no son como yo creía. Nada es como uno cree, pienso mientras mi pecho se infla de aire y se desocupa, aún con la mano de la extraña encima de él.
Veo mi ropa tirada en la esquina del cuarto que puedo ver desde la posición en la que me encuentro e intento recordar la forma desesperada en la que me la he quitado antes de meterme a la cama con esta mujer.
Los caminos de la vida, vuelvo a pensar y me deslizo fuera de la cama, con cuidado de no despertar a la mujer. Me visto en cámara lenta y salgo de esta habitación que no logro ubicar en mi memoria.
Vaya manera de despertar en un día muerto.
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