lunes, 30 de junio de 2025

Prender el té o beber la vela

No habla, no se mueve y, aunque es fría y estática, a veces emite un zumbido como las neveras en horas de la madrugada. La página en blanco tiene algo de hoyo negro. Un vórtice que te atrae y te exige sudor y lágrimas.

El cursor y su incansable parpadeo a manera de trampa. Su tic, tic, tic de direccional a tono de bomba te pregunta:"¿Tan vacío estás, genio de las letras?" Pones tu playlist para escribir. Ese que lleva como título Profundidad y que, se supone, te sumerge en ese estado que los psicólogos denominan “flujo”.

Las canciones comienzan a sonar, pero, en cambio, te sumerges en un estado de fiesta interna. Piensas que deberías estar en un bar, rodeado de personas, en vez de mirar una estúpida pantalla en la noche, con una manta cubriéndote las piernas y una bebida caliente a la que le das sorbos distraídamente.

Sea como sea, eres fiel a tu ritual: prendes el té o bebes la vela. Lo que sea; el orden de las palabras no tiene mucha importancia para el resultado: la foto de ese momento íntimo para publicar en redes. El mundo no puede dejar de conocer el minuto a minuto del poeta incomprendido.

El cursor continúa igual de impaciente y la pantalla igual de blanca. Has tomado diez fotos y todavía no decides cuál es la mejor para publicar. Volteas a mirar la vela que prendiste y una gota de cera resbala por ella. La tomas entre los dedos índice y gordo de la mano derecha y haces una bolita con ella. Te gusta la sensación de calor, el quemón instantáneo. Luego de esa distracción viene la nada. Ninguna palabra aterriza en tus manos.

Levantas la taza para darle el último sorbo al té, pero el cuncho ya está frío. La vuelves a dejar en su sitio, cierras el portátil de un trancazo y te levantas del escritorio. ¿A hacer qué? No lo sabes. Lo único que tienes claro es que ya no tienes ganas de escribir.

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