Esta semana me siento lento. Otra vez el síndrome de la pantalla en blanco me ataca sin piedad. Me preocupa de un día para otro quedarme sin ideas, como si el cerebro por algún tipo de pandemia se me secara y se convirtiera en un terreno infértil. Supongamos que este virus ataca a la mayor parte de la población mundial, y alguna compañía multinacional desalmada, valga la redundancia, viera una oportunidad de negocio para empezar a enlatar y vender ideas, no me pregunté de donde las sacaría; eso sería lo de menos al momento de montar semejante negocio tan lucrativo. Tal vez entablaría una persecución contra esa minoría que todavía tiene la capacidad de producir ideas, y esos individuos serían la materia prima.
En los supermercados, tiendas y demás, se encontrarían secciones como: Ideas para entablar una conversación casual, ideas para enamorar a una mujer/hombre, ideas para escribir, ideas de negocio, ideas bobas, etc. A la larga para allá vamos, queremos ponerle un precio a todo.
El problema con este mercado de las ideas, serían los mercados negros de ideas, los cuales abundarían, porque creo que por cada idea buena, noble, cariñosa que tengamos, tenemos también otras 10 retorcidas y dañadas, que tal vez se irán con nosotros a la tumba. En esos mercados negros se intercambiarían y venderían cualquier tipo de ideas sucias, de esas que solo tienen como fin hacerle daño a otros, bien sea de forma física o moral. Algunos pensarán entonces que no hay motivos para preocuparse, pues a la larga son solo ideas, y como alguien bien lo dijo "Las ideas son nada, el hacer lo es todo".
Resulta, estimado lector, que el problema en ese mundo de venta de ideas es que una vez se adquiera una, esta correrá en nuestro cerebro a manera de programa y al final terminaremos ejecutándola.
Dígame usted si quedarse sin ideas no es un motivo para preocuparse.
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