Una vez en un lugar donde trabajé, un practicante llegó a contarnos que había ido a una tienda a comprar "el algo" de la mañana y presencio como a un señor le daba un ataque cardíaco y moría ahí, justo a su lado.
La vida y sus cachetadas irracionales, de repente usted, estimado lector, está comprando una menta, un liberal o un pan y hasta ahí llegó.
Aspiramos a tener riquezas posesiones, estatus, bien sean reales o imaginarios, en donde caer cuando nos llegue la muerte, como si estos pudieran amortiguar nuestra última caída. Quizá solo intentamos relacionar a la muerte con algo, y mirar si así la podemos entender, porque nos ha, sigue y seguirá rayando la cabeza.
Nuestro acto final, ese desenlace de nuestra historia, importa poco, porque el final siempre es el mismo, así caigamos en una tienda de barrio o en un palacio.
La vida no es más que un arrume de grandes y pequeñas historias, así que lo que realmente nos debería preocupar al momento de la caída, son las dos secciones anteriores, el inicio y nudo, de la historia que estemos contando, cuando la muerte nos sorprenda en forma de: cigarrillo, chicle, aromática, achiras, perico, empanada, jugo, panela, rollo de papel, bolsa de leche, pastel, tinto, papas, buñuelo, huevos, baloto, aceite, gaseosa, libra de: arroz, chocolate, sal, entre otros.
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