lunes, 14 de agosto de 2017

(H)Elena

Hay días en los que la señora Cañizares firma con el nombre Helena. En esos días se siente “normal” si es que el término existe, es decir, actúa como otra las tantas piezas humanas perfectas del engranaje de la sociedad. 

En esas ocasiones madruga, medita, come comida saludable, va a misa, se confiesa, se viste con trajes elegantes pero discretos, esos que su madre llama “vestidores”, y se demora bastante arreglando su aspecto. Siempre parece que estuviera a punto de ir a una fiesta o coctel. 

Una vez sale a la calle, no para de sonreír y saludar personas, conversa con desconocidos, le da monedas, billetes algunas veces, a los indigentes y también se inclina para acariciar bebes de desconocidos adoptando un ridículo tono de voz, como si, no solo el niño sino también los padres, fueran unos perfectos tarados.

La señora Helena Cañizares actúa de esa manera porque siente que la letra H le da cierta elegancia a su nombre. Por alguna razón difícil de precisar, siempre ha sentido que la consonante le da cierto nivel a su identidad, lo que implica comportarse como una ciudadana de bien, una buena esposa, madre hija, etc. alguien que da exactamente lo que otros y, por qué no, la vida esperan de ella. 

El lugar está oscuro, y una vela vieja alumbra la mesa en la que están sentados. La llama, en medio de su danza, alumbra por breves segundos ambas caras.

El desconocido, un hombre que conoció por internet en una página de citas, la mira con morbo y sus ojos sólo destilan pasión, por ponerlo en términos amables. Por la mañana, antes de que su esposo se fuera al trabajo, ella le había dicho que hoy se iba a demorar. ¿Qué está haciendo? Siente un poco de remordimiento, pero al rato se lo pasa con un sorbo de whiskey. Suena una bachata, el hombre se pone de pie y le tiende la mano para sacarla a bailar una  a la pista de baile. 

Hoy se llama Elena.

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