Es medio día y la orquesta, alrededor de 30 músicos con instrumentos de viento, percusión y cuerdas, está ubicada sobre una tarima con una carpa blanca. El día es gris y parece va a llover, pero poco a poco el público comienza a aparecer y las personas se sientan en unas sillas Rimax blancas y desgastadas, ubicadas en varias hileras enfrente del escenario.
El director, un hombre canoso, calvo y con pelo a los costados de la cabeza se ubica en frente de un atril y mueve la batuta para iniciar la primera pieza que es de música clásica y dura poco. Luego anuncia el nombre del compositor europeo de la segunda, y llama al frente a una solista de clarinete. La pieza comienza y la mujer desliza sus dedos por el instrumento con mucha agilidad y realiza unas escalas velocísimas.
Una de las mujeres de la orquesta que toca el fagot, ocupa una de las primeras filas, su pelo es verde de la mitad para abajo; me la imagino tocando bajo en una agrupación de metal, me pregunto si existirá alguna relación entre ambos instrumentos.
Cada vez más gente llega a la plazoleta; destinan parte de su hora de almuerzo a presenciar el espectáculo. Parece que es muy difícil negarnos a esos espacios que quiebran nuestra rutina, y estamos dispuestos a vivir lo que sea con tal de que nuestro día no sea una repetición del anterior. Hay de todo: oficinistas con vasos de café en sus manos que aminoran su paso hasta que se acoplan a la audiencia del concierto, personas que hacen vueltas por el sector, parejas de viejos, niños, etc.
La mujer del clarinete termina su presentación y se devuelve a su puesto. La nueva pieza que comienza es un arreglo de son cubano. Es agradable y después de varios minutos es el turno de unos músicos para hacer solos con su instrumento. El primero que pasa al frente es un hombre con una flauta traversa, de inmediato viene a mi mente Jethro Tull, y supongo que el músico es un gran admirador de ese grupo; luego pasa un hombre con un saxofón, al rato otro con una flauta pequeñísima, que no se como se llama, pero que es perfecta para lograr tonos muy agudos y el que cierra es un trompetista que entra como con pasos de elefante, por la potencia de su instrumento. Al final encarrilan la pieza hacia un merengue que termina en un beat muy acelerado.
Se supone que ese era el fin de la presentación, pero el público se pone de pie y comienza a aplaudir; algunas personas gritan: ¡Otra!, hasta que los músicos vuelven a tomar asiento y el presentador dice que van a tocar “Prende la vela” de Lucho Bermúdez.
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