A veces, cuando mi musa está dormida, si es que ese ser fantástico existe, acudo a la vieja práctica de escuchar conversaciones ajenas, pues las historias que una persona le cuenta a otra, en una conversación casual, son buenísimas.
Hoy lo hago mientras espero que me entreguen una pizza personal, pero la mesa en la que decido sentarme, intentando pasar por un cliente casual que solo espera su pedido, queda muy lejos de las mesas que están ocupadas. Una de estas, que se encuentra a mi derecha, la ocupan dos mujeres de unos 50 años. Ambas combinan mordiscos de un pastel, con sorbos de una bebida caliente, a medida que hablan.
En diagonal, un hombre que está solo ocupa otra mesa. Está cruzado de piernas y no se cansa de mover frenéticamente la que le cuelga. También revisa su celular con una determinación y ansiedad que inquieta, como si todas las respuestas de la humanidad, quiénes somos y qué hacemos aquí, estuvieran contenidas dentro de ese aparatejo.
Más adelante, en la última mes a la que accede mi campo visual, también están conversando dos mujeres, pero más jóvenes que las de la primer mesa en la que me fijé.
Al carecer de un oído biónico, me aventuro a imaginar sus conversaciones, que se cuentan entre ellas; amores, desamores, tragedias, líos en el trabajo, con sus parejas, aciertos, en fin, esas cosas y eventos que componen nuestras vidas. En el caso del hombre intento imaginar en qué piensa, si de pronto es un loco que lleva una pistola escondida debajo de su abrigo y está a punto de agujerarnos a punta de balazos, pues está claro que no hay forma de saber cuando es que a uno le toca.
Según mi musa, que se rehúsa a colaborar, las personas que componen la escena son mudas o hablan a punta de monosílabos que responden a preguntas torpes que repiten una y otra vez: ¿Cómo se llama?, ¿Cuántos años tiene?, ¿Cómo está?, ¿en qué trabaja?, y así.
En un momento dejó ese ejercicio imaginativo, pues me percato de algo más interesante de lo que puede llegar a ser una conversación. Caigo en cuenta de que las mujeres son las mismas, es decir que las dos mujeres jóvenes, son al mismo tiempo las mujeres cincuentonas que charlan cerca de mí.
Un encuentro entre yoes en semejante lugar tan anodino ¿Se imagina usted el evento que presencio estimado lector?, ¿Que de repente uno se encuentre con un yo pasado o futuro?, ¿tendríamos el valor suficiente para afrontar tal situación?
Ninguna de ellas se ha percatado de que están repetidas en un mismo instante de tiempo. Solo espero que mi pizza esté lista antes de que eso llegase a ocurrir, pues es evidente que es un defecto del destino, y que si se llegan a ver a los ojos o cruzar palabra, desaparecerían como por acto de magia, y si, uno quiere ficción en su vida, pero no de una manera tan agresiva, que puede dejar secuelas psicológicas.
De pronto estoy exagerando, quizás esos yoes ya se han visto en otro lugar o viven juntas y se la pasan mortificando a personas que, como yo, se dan cuenta de quién son realmente.
El par de mujeres jóvenes se pone de pie y abandona el lugar. Volteo a mirar a sus yoes viejos, pero no se inmutan y continúan inmersas en su charla como si nada.
“Pizza Hawaiana para llevar” grita el cajero. Me apresuro en ponerme d pie y abandonar el lugar mientras por los parlantes del lugar suena one de U2, justo en el momento en que Bono canta: "We’re one but we’re not the same", como si les estuviera dedicando esa frase a esas cuatro extrañas, conocidas o lo que sean.
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