Nunca he sido muy ordenado para decidir en qué orden voy a leer los libros que tengo por leer. Cuando acabo uno, escojo el siguiente debido a, digamos, una especie de capricho momentáneo.
A veces, de ese montón de libros sin leer, algunos todavía envueltos en su celofán transparente, lo complementa otro que se me cruza y que no tengo, pero que logra colarse porque comienza a repetirse y aparecer de diferentes maneras en mi vida durante un lapso considerable.
Así me paso hace un tiempo con La Metamorfosis, novela que, aunque había leído en el colegio y a pesar de que no me gusta mucho releer libros, volví a leer porque parecía que, si no hacía eso, no me iba a dejar en paz.
Ahora me está pasando algo similar con Madame Bovary. Últimamente esa novela se me aparece en todos lados: en artículos que leo, cuando hojeo libros en una librería, en una conversación, etc.
Hoy, por ejemplo, me acordé del diario de Virginia Woolf. Los diarios de los escritores son textos que me atraen, por lo visceral de su escritura y porque están cargados de esa mezcla compuesta de neurosis y frenetismo; aspectos, a veces, tan necesarios al momento de escribir.
Ese recuerdo me llevó a otro: una vez en una librería, duré mucho tiempo hojeando los diarios de Anais Nin, y me gustó mucho lo que alcancé a leer. Hoy busqué ese libro en internet y comienza con una entrada titulada: Invierno 1931-1932 En la que Nin escribe:
Louveciennes resembles the village where Madam Bovary lived and died.
It is old, untouched and unchanged by modern life.
Rato después saltando de link en link, di con esta página en la que comparten de manera gratuita 18 libros que Ernest Hemingway habría deseado leer de nuevo por primera vez. Entre ellos se encuentra el libro de Flaubert.
Lo he dicho y lo sostengo: A veces los libros nos llaman.
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