viernes, 31 de diciembre de 2021

Temas varios

Me acuesto a las 2 de la mañana y me despierto a las 6. Intento hacer pereza, pero me evade, así que me levanto y voy a la cocina, me preparo un café y lo acompaño con cuatro galletas de panadería, pido disculpas a los dioses de los desayunos bien trancados, tipo calentados con un huevo frito encima y esas cosas.

Vuelvo al cuarto y prendo el televisor. Antes de acostarme había visto algo en National Geographic, canal que siempre busco para ver si doy con Alerta Aeropuerto. No lo estaban dando, así que me conformé con un programa del Chef Gordon Ramsey en México, hasta que me aburrí y apagué el aparato.

Ahora están en un segmento de televentas, y un locutor resalta los beneficios de la Invictus one, que suena a Roma, a gladiadores, pero solo es una aspiradora que, gracias a su diseño, se mete en los rincones más recónditos de la casa, y además cuenta con una tecnología yo no sé qué.

Miro un rato cómo la aspiradora, delgada como una serpiente, recoge todo tipo de basura, hasta que decido cambiar el canal.

Caigo en uno de cocina, donde una mujer rubia lleva puesto un vestido de flores ajustado y sonríe mucho a medida que habla. La voz del doblaje es agradable y el discurso es fluido, así que decido ver que está preparando: Risotto vegetariano. 

 En una olla tiene un caldo que a primera vista parece agua de cañería, y en un sartén esta sofriendo el arroz arbóreo con tomate y cebolla. Dice que es bueno hacerlo para que vaya adquiriendo sabor, luego le echa una taza de vino blanco seco y dos cucharadas del caldo que tiene en la olla, también unas arvejas. Me parece que el risotto quedaría espectacular si le agrega unos camarones o langostinos, pero no tengo manera de decirle; igual al final la receta y el programa son de ella, que cocine lo que le dé la gana.

Después de que muestra el plato finalizado cambio de canal y ahora caigo en A&E Mundo. Están dando un programa de detectives. La escena consiste en que unos miembros de un equipo especial están en un centro de operaciones y un hombre canoso, el director, al parecer, da indicaciones a los agentes que están en campo. Ese hombre solo habla y los agentes le responden, imagino que llevan algún tipo de auricular incrustado en la oreja.

La misión que tienen es atrapar a una mujer Rusa, una tal Darya. Esa Darya camina por el muelle de una feria y le pide a un señor que le tome una foto. Le pasa su celular y posa con el mar de fondo. Luego le da las gracias y se va caminando rápido. A cierta distancia del hombre se quita los guantes de cuero, unos de cirugía que llevaba debajo y los bota en una caneca junto con el teléfono.

Mientras tanto el hombre que le tomó la foto, un testigo de no sé qué, dicen los agentes, cae al piso y comienza a convulsionar.

Al final, a pesar de que tenían toda la zona rodeada, Darya se les escapa. Gran fracaso del equipo especial, pues se quedaron sin el testigo ni la delincuente.

No entiendo qué ocurre y en ese momento el sueño vuelve a aparecer doy media vuelta y me arropo con las cobijas.

Caigo en un estado de duermevela on el ruido del show de detectives de fondo. Ahora escucho conversaciones y disparos lejanos, intento ponerle atención a lo que dicen, pero al final me duermo.

Me despierto a las 11:30 y me pregunto qué habrá pasado con Darya.

Apago el televisor para hacer pereza.

jueves, 30 de diciembre de 2021

Respirar profundo

Sentado en la sala del consultorio, George Puchard espera a que la mujer de la recepción le avise que puede seguir. Intenta leer una antología de cuentos danesa, un libro que no sabe cómo apareció en su casa, y que lleva leyendo por más de 2 años. Hay días, como hoy, en que lo encuentra, lee un cuento, y luego el librito desaparece misteriosamente, hasta que se le vuelve a aparecer en cualquier rincón de su apartamento.

“Señor Puchard puede seguir” le anuncia la mujer. Apenas entra en el consultorio, se encuentra con el mismo ambiente de la mayoría de consultorios que ha visitado en su vida. De una de las paredes cuelgan todos los diplomas  y música clásica suave sale de unos parlantes que no están a la vista.

“Por favor tome asiento señor Puchard”, le dice el doctor, un hombre de bigote poblado y que lleva puestas unas gafas negras de marco grueso, al tiempo que se ajusta la bata. Antes de entrar en materia, la de su salud, el médico, sin habérselo pedido, le cuenta sobre su trayectoria de más de 30 años: La vez que trabajó aquí y esa otra allá, cuando hizo esto o lo otro, en fin, a Puchard le cayó mal porque se notaba a leguas que el tipo era un fantoche.

Cuando terminó de hablar, el hombre lo miró fijamente, como esperando una respuesta a su pequeño discurso de autoadulación, pero Puchard no dijo nada y se apresuro a sacar los exámenes de sangre de su mochila. Después de tomarlos el médico se subió las gafas con un dedo índice y comenzó a analizarlos.

“Colesterol bien, azúcar bien, Triglicéridos bien, y a medida que iba mencionando cada ítem, los chuleaba con un esfero negro, como si estuviera calificando un examen.

“Todo está bien, sin embargo, le voy a dar una orden para que se haga un examen, porque este valor que no me gusta mucho. Puchard debió reflejar algo de angustia en sus ojos porque el doctor se inclinó para mostrárselo. “Si ve, es este”, “ok le respondió” en un tono preocupado. ¿Acaso no estaba todo bien?, pensó.

El doctor, al parecer, se percató de su incomodidad y le dijo: “Tranquilo, lo más probable es que no sea nada, aunque podrían ser cálculos o un cáncer”.

Esa palabra lo sacudió por completo, y también le dio rabia, porque le pareció que el hombre estaba feliz por haber descubierto que algo podía andar mal.

Salió de la consulta y en los días siguientes no pudo evitar pensar en eso “¿Tendré cáncer?” se preguntaba, ¿qué tal que sí?”. Puchard llegó a la conclusión de que siempre tiende a pensar que eso le pasa a otros, a personas desafortunadas, pues ¿por qué razón le va a tocar a uno?”, pero está claro que la vida no funciona así, es decir, no basta con ser buena gente, para que a uno no le ocurran desgracias.

También pensó  si es bueno que a uno le den una noticia importante o trágica así de sopetón, o dosificada de alguna manera. A veces llegaba a la conclusión de que sí, que lo mejor es que una bomba informativa caiga de forma inesperada, pero en otras pensaba que no era necesario, que lo mejor, de acuerdo al calibre de la noticia, es ir abonando el terreno y soltarla por pedacitos.

Le dieron cita para dos semanas después de su visita al médico, y hasta ese día no volvió a pensar en el tema.

“¿Será?”, se preguntó ahí sentado en la sala de espera, mientras tomaba agua a sorbos exagerados como si de esa acción dependiera su vida, A cada rato se preguntaba:

“¿Será?

“No seamos tan pendejos”, se respondía.

El médico que me hizo el examen le dijo que todo estaba en orden.

Respiró profundo.

miércoles, 29 de diciembre de 2021

Caminar sobre muertos

Una vez, en un taller de crónica, visitamos el Cementerio Central. A primera hora leímos un texto sobre ese lugar y luego lo analizamos. El profesor, un periodista que ahora está 100% dedicado a la literatura, nos hizo caer en cuenta de algunas inconsistencias que tenía, como un par de cifras sin ningún tipo de contexto o soporte, que si uno “leía con ojo crítico”, así decía él, le restaban calidad al texto.

El fin de la visita era sencillo. Llegar al lugar, pasearlo por un rato, fijarnos en algo que nos llamara la atención, para luego escribir un texto.

Ese día hacía frío y una ligera llovizna caía en el centro de la ciudad, un clima algo lúgubre y perfecto, creo, para visitar un cementerio.

De camino a ese lugar me acordé de Alguien camina sobre tu tumba, aquel libro de Mariana Enríquez con crónicas de algunos cementerios que ha visitados en sus viajes, pues son lugares que le causan fascinación.

La primera vez que vi ese libro fue en la Lerner, y el título me llamo mucho la atención. Luego, al año siguiente, en un encuentro con Margarita García Robayo, la escritora colombiana recomendó leer a Enríquez, y cuando investigué un poco sobre ella, me di cuenta de que era la autora de ese libro. Eran muchas coincidencias al mismo tiempo, así que no dude ni un segundo en comprarlo.

Pero les hablaba de la visita al cementerio, ¿cierto? Ese día en la entrada, nos recibió una figura en bronce de la Virgen cargando al niño Jesús. Este tenía los brazos extendidos hacia el cielo, como enviando una plegaria. En una de sus manos alguien le había puesto unas flores rojas y amarillas que se mecían con el viento y a las que ya se les habían caído la mayoría de sus pétalos, eran, si me permiten decirlo, unas flores tristes. La escultura iba acompañada de una placa que decía ““Requiescat in pace” (Descanse en paz). Latín, religión, lluvia, solo faltaba un piano de fondo, en fin, algo tenebrosa la escena.

En un momento de la visita comenzó a llover más duro y tuve que escampar en una hilera de tumbas ubicadas hacia la calle 26. Mientras caminaba distraídamente por el pasillo, me fijaba en algunos de los sepulcros, la mayoría adornados con flores de color rojo.

Me detuve ante una, la de un tal Jorge Rubio Marroquín que decía:

“Noviembre 2 de 1942”

¿Nació y murió en un mismo día?,  ¿Acaso es un bebé”, me pregunté.

Me fui del lugar antes de que al fantasma de Marroquín se le ocurriera tocarme la espalda para responderme.

"De modo que caminamos sobre los cuerpos de aquellos muertos pobres.
No están allá lejos, están debajo. Entiendo que el guía evite decirlo.
Mucha gente se asusta cuando sabe que camina sobre muertos".
- Alguien camina sobre tu tumba -

martes, 28 de diciembre de 2021

2 horas

Ese es el tiempo de lectura que me queda para terminar El infinito en un junco, ese gran homenaje de Irene Vallejo a los libros y la literatura. Caí en él porque Millás lo mencionó en un artículo, y lo comencé a leer En noviembre de 2020, junto con la novela A Corazón abierto de Elvira Lindo.

Comencé con un buen ritmo, pero a ratos me parecía una lectura pesada; entonces, a veces, no lo volvía a tocar en días o semanas.

Pienso que es uno de esos libros que no se deben leer de un tirón, sino más bien de a pequeños sorbos de lectura; por eso me acompaño en varias salas de espera durante todo este año.

Me parece que tiene unos segmentos bellísimos, pero mis ganas de consumir historias, digamos, continuas, son más grandes y por eso recaía en la lectura de novelas, y lo relegaba para después.

Ocurre lo de siempre: Se lee por puro placer y no por alimentar una estadística de libros leídos al año. Con este y por el tema que trata, sentí que no debía abandonarlo y terminarlo sin importar cuánto tiempo me tomara hacerlo, pues al final también se lee con la frecuencia en que uno le de la gana; el fin es leer y ya está.

Me propuse aprovechar estos días entre navidad y año nuevo, tan silenciosos y extraños, para terminar de leerlo.

Hoy me desperté temprano, fui a la cocina, me preparé algo de desayuno, luego volví al cuarto y me metí de nuevo en la cama y me puse a leer, pero después de dos capítulos los ojos se me comenzaron a cerrar, así que di media vuelta y caí primero en un duermevela, que luego dio paso a un sueño profundo.

Más tarde, con energías renovadas, producto de una ducha con agua fría, pues el calentador de agua se dañó hace una semana, volví a su lectura. Subí la persiana para dejar que unos rayos de luz se estrellaran contra la cama me recosté boca abajo y logré entrar en un flujo de lectura sin distracciones.

“Leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse. 
Leer, aun siendo un acto comúnmente sedentario, nos vuelve a 
nuestra condición de nómadas, Antonio Basanta"
- El infinito en un junco -


lunes, 27 de diciembre de 2021

De críticas y otras cosas

"To avoid criticism, say nothing, do nothing, be nothing."

Lee Camila Osorio en el estado de Facebook de Jose Cáceres, un cabrón con el que salió por dos meses y que se la pasaba criticando a medio mundo.

Osorio hace una búsqueda rápida en internet y se encuentra que la frase está atribuida a dos personas: Aristóteles y Elbert Hubbard, un escritor estadounidense

“no pues ahora resultó filosofo”, piensa.

"Estás como gorda, ¿no? Sería bueno que bajaras unos kilitos", fue lo que  le dijo un día el tarado de Cáceres, y ese fue el detonante para dejarlo, y ahora véanlo ahí, colgando frases culas en sus redes sociales.

Y sí, puede que estuviera gorda. A Osorio le cuesta un montón bajar  de peso, pero si se trata de ganarlo, cree que no hay persona en el mundo entero que le resulte más fácil que a ella. Piensa que "Ganando peso", es es la respuesta que debería dar en las entrevistas de trabajo cuando le pregunten en qué se considera buena.

 Siempre ha soñado tener uno de esos metabolismos extraños con el que cuentan algunos de sus amigos y familiares, que llevan una vida repleta de excesos, y que van por la vida sin barriga ni papada que los delate.

"Además, ¿para qué andaba conmigo si tanto le molestaba mi aspecto?", se pregunta.

La frase que acaba de leer le hace pensar que no hay forma alguna de evadir las críticas, que siempre habrá alguien dispuesto a regalarnos una, sin importar cuál sea el contexto.

A la larga todos somos así, piensa, nos la pasamos criticando aquello que no está acorde con nuestro estilo de vida o visión del mundo.

Pero lo otro, el quedarnos callados y hacer nada es, piensa, una verdad absoluta. No sabe si esa actitud evita las críticas, pero cree que lo mejor es no hablar si no se tiene nada bueno por decir.

Ser como una mota de polvo, piensa Osorio. Ir de un lado para el otro al vaivén del viento. No pensar, no ser nada ni nadie.

viernes, 24 de diciembre de 2021

Lecturas aleatorias

 Hace dos días me topé con una librería que no conocía.  Quise darle un significado más allá del trivial a ese evento, y decidí que debía comprarme un libro.  ¿Qué otra razón para que la librería coincidiera conmigo en ese instante espacio-temporal? Excusas pendejas que uno se inventa para comprar libros.

Comencé a pasearme por ella, miraba los lomos, inclinaba la cabeza para leer los títulos, y cuando uno me llamaba la atención,  tomaba el libro y leía su contraportada o lo abría en una página al azar para leer un fragmento a ver si me convencía; recuerdo que así di con Juan José Millás, mi escritor favorito, cuando en una feria del libro  caí en una frase de sus Articuentos Completos que me hizo soltar una carcajada; pienso que si un texto logra hacer que uno se ría, ahí debemos pasar tiempo.

Comencé a hacer un repaso mental de libros de los que he oído hablar en los últimos meses, pero no me preocupé en preguntarle por ellos a la mujer que atendía, pues estaba atareada, encaramada en una escalera ordenando libros aquí y allá y solucionando las dudas de otros compradores. La luz del local se reflejaba en pequeñas gotas de sudor en su frente.

Ahí, mirando libros, pensé que en cuantos a gustos, digamos, literarios uno debería ser más arriesgado, es decir, no buscar siempre a los mismos autores que nos gustan, ni los que nos han recomendado o los que alaba la crítica, sino apostarle a la aleatoriedad.  ¿Para qué?, pues para expandir los puntos de vista que se tienen y no dejar que se  enquisten, en fin, para tener más miradas del mundo, inclusos si son opuestas a la nuestra.

Entonces comencé a pasear el dedo índice de mi mano derecha por encima de una hilera de libros, hasta que deje de hacerlo porque sí, y  saqué el libro que tenía señalado: Lista de locos y otros alfabetos.

El título me gusto, pero lo hojee un poco y no me convenció. 

Espero poder afinar la técnica el año que viene. 




jueves, 23 de diciembre de 2021

Poetas

Me aparece en Facebook una publicación de una escuela de escritura que ofrece un curso sobre poesía.

De la parilla de profesores o tutores, solo conozco a Piedad Bonnet, el resto: 3 mujeres y dos hombres, nunca los había oído nombrar; seguro son conocidos, pero no los tengo presentes.

Me pongo a leer los comentarios de la publicación y muchas de las personas que escribieron algo, se encuentran ofendidas e indignadas.

Los comentarios son variados. Un tal Hugo dice que la poesía clásica ha sido desplazada por la moderna, y que esta última al no presentar rima es como un jardín sin flores. Luego concluye que el es poeta y que no necesita que le enseñen, pues es un don que Dios le dio.

Una mujer también dice que escribe poesía y que nunca nadie le enseñó a hacerlo. Afirma que lo que escribe le nace del alma.

Luego Ulises salta para apoyar a sus amigos poetas y menciona que la poesía no necesita de reglas ni de entrenamientos, y explica que esta nace de lo desconocido e intangible, de lo que el ser humano tiene en su interior marcado por los sentidos. 

Otro, un tal Ruben Dario, quizá porque lleva el nombre de un gran poeta, es más tajante y establece su postura en una sola frase: “El poeta nace y el escritor se hace”. Luego sugiere buscar paz y recogimiento. Indica que las las personas deben dialogar con su propio corazón, y también que “escriban lo que dice el viento, enamorado de su ensoñación”, signifique lo que eso signifique.

Luego Álvaro con un deje de rabia en su comentario, pisa fuerte, como blandiendo un machete verbal y dice “Yo hago poesía y no necesito cursos online, ella brota del corazón, tomo papel y lápiz.”

Myriam es la más en enigmática y anota que el poeta “nace con un don que mira la sombra y trasciende a las letras. Él —a Miryam le vale madres lo del género— narra con el corazón lo pasado, el presente y a la sombra la viste sin estudiar el viento ni el miedo”

Y a esos le siguen más comentarios similares.

El dilema es el mismo de siempre: ¿Se puede enseñar a escribir? No sé, quizá puede ser, como dicen esos poetas y poetisas, algo  innato, o de pronto se puede aprender como cualquier otro oficio.

Yo he tomado varios cursos de escritura y pienso que si me han enseñado cosas valiosas para escribir mejor.

A la larga pienso que de eso se trata, es decir, de cada día querer escribir mejor y que el deseo de ser e escritor o poeta pase a un segundo plano, pero, claro está, puede que esté equivocado.

También pienso que uno de los fines principales de los cursos de escritura es disfrutar de un espacio con personas  que se chiflan con lo mismo: lo libros y la literatura.

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Arrastrar los pies

Son las 10:40 a.m. y da un paseo por un parque. Hace sol, pero es una de esas mañanas frías.

El sonido de las campanas de un carro de helados lo rescata del fondo de la piscina de sus pensamientos; menos mal porque se estaba ahogando en ellos.

Apura el paso y alcanza al vendedor. Mientras acorta la distancia para llegar a él, un hombre viejo,  de bigote canoso, que lleva un delantal rojo y una cachucha azul, ya sabe qué es lo que va a comprar: un cono de mora con leche condensada y chispas de chocolate.

Ese es su favorito desde que paseaba los domingos, en la plaza del pueblo, con su padre. Su pueblo, ese lugar de cuatro calles, una plaza, una iglesia y casas con fachadas blancas y verdes con techos de paja.

Daría lo que fuera por poder volver a ese lugar en el que el tiempo alcanzaba para todo, pero apenas le cayeron unos años encima decidió, como la mayoría, emigrar a la ciudad, a esa mole de cemento que, se supone, está llena de oportunidades, pero que nadie nunca termina de descifrar.

¿que puede ofrecer un pueblo con casuchas y unas cuantas calles en comparación a rascacielos que besan las nubes y ocupaciones a cada momento del día?

"Tiempo y tranquilidad" se responde mentalmente; ahora lo tiene claro

Eso piensa Alfonso Parbou, mientras le da lengüetazos al helado que acaba de comprar.

En eso y también en lo cansado que está de que la mayoría de personas le indiquen cómo tiene que vivir: por quién debe votar, qué debe comer , cómo debe llevar sus asuntos profesionales, qué lugares debe visitar antes de morir, qué marcas debe comprar, en fin este o tal otro asunto.

"A tomar por culo", piensa en voz alta con acento español. Aunque no comprende muy bien el sentido de la frase; asume que significa que todos se vayan a la mierda.

Una señora que pasa por su lado y lleva un niño pequeño agarrado de la mano lo mira mal, pero él ni se da cuenta, pues sigue tirando del hilo de sus pensamientos y devorando el helado que ya comienza a derretirse.

TAN, TAN, TAN. Los campanazos de un reloj que no tiene a la vista y que van a marcar las once, lo traen de vuelta a esa mañana de sol frío.

"El maldito tiempo", piensa. Sabe que debe volver a la oficina.

¡Que vida esta! Exclama apenas se pone de pie. luego mete las manos en los bolsillos y comienza a caminar arrastrando los pies.

"Alfonso, camina como una persona decente”, Le decía su padre cuando lo hacía.

martes, 21 de diciembre de 2021

La mujer que debe morir

Hay veces, como en este momento, que tengo muchas ganas de escribir, pero no se me ocurre sobre qué.

Imagino que es el no encontrar un tema y poder hilar un par de ideas sobre el mismo es pura pereza mental, pues uno, creo yo, debería estar en la capacidad de contar grandes relatos a partir de hechos nimios, como levantar un vaso de jugo para darle un sorbo.

Es justo ahí, en esas pequeñas acciones que realizamos a diario, donde se debe encontrar el sentido de la vida, pero lo que pasa es que somos muy despistados y siempre fijamos nuestra atención en asuntos de poca importancia.

Eso pensé hace unos días que acompañé a mi hermana a un centro comercial.

“Voy a escribir algo sobre esto”, pensé y con esto me refiero a ese ambiente de gastar dinero, de compradores compulsivos caminando de afán de un lado a otro con bolsas de distintos almacenes engarzadas en sus manos, como si de ese agarre dependiera su vida.

Al final me distraje mirando vitrinas y echando globos sobre temas completamente distintos a lo que me había propuesto. Si algo se me quedó grabado fue lo que dijo una mujer en la caja de una tienda de artículos de cuero, cuando le preguntaron por su email:

“¿Tengo que darlo?”, pregunto en un tono con sabor a soberbia.

No, pues tan importante será”, pensé.

“No señora, usted solo tiene que morirse”, respondió la cajera.

La mujer quedó desarmada ante el buen uso del cliché, y a regañadientes dijo cuál era su correo electrónico.

Estoy seguro de que esa escena, ese pequeño dialogo, encierra una gran historia, quizá algún día me aventure a escribirla. Un título podría ser: La mujer que debe morir”.

Pero sí, definitivamente debemos prestarle más atención a la cotidianidad, pues esta encierra grandes personajes e historias y estás, precisamente, son las que le dan algo de sentido a la vida, si es que tiene alguno.

sábado, 18 de diciembre de 2021

Día dos y el libre albedrío

Nos sentamos en la sala y mi madre prende unas velas. Me pasan el librito de la novena para que lea el día segundo.

Empiezo. Tal vez podría recitar las oraciones de memoria, porque no me cuesta adivinar cuál es la frase que sigue apenas termino de leer una. Llego a la consideración para el segundo día. Cuenta el breve relato que mientras María oraba, “el verbo tomó posesión de su morada creada”.

Luego dice que no llego inopinadamente, es decir, así no más de sopetón, sino que antes del evento apareció un mensajero, el Arcángel San Gabriel, que tenía una tarea: pedirle permiso a María; tener su consentimiento para la encarnación, pues Dios no quería hacerlo sin su aquiescencia. Que palabra tan complicada esa, debe ser que así hablan los arcángeles.

Luego dice que María podía prestarse o no para todo el plan. Ya sabemos cómo se desenvuelve la historia, pero ¿cuál habría sido si a María se le hubiera ocurrido decir que no? ¿Habría Dios buscado a otra mujer que si quisiera, una patricia, Carla, en fin la que fuera?

Pienso en todo esto durante el ping-pong verbal de los  gozos y espero el ven a nuestras almas ven no tardes tanto para contestar de vuelta. Me gusta el ritmo que llevan, aunque también tienen palabras que solo utilizo cuando los leo.

¿Tenemos siempre la libertad de tomar nuestras propias decisiones? ¿Es posible que existan ocasiones en las que nos toca dar una respuesta para quedar bien con todo el mundo?

No sé, no sé nada. De pronto ese cuentico del libre albedrío son puras patrañas, puros pañitos de agua tibia para hacernos creer que tenemos el control, mientras que siempre hay alguien que, de una u otra forma, nos domina.

Espero que alguna consideración de los días restantes me de alguna luz sobre este tema.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Locura temporal

Me ocurre sobre todo cuando me baño.

Luego de abrir el grifo, mi mente comienza a repasar temas, actuales y pasados, a toda velocidad.

A veces caigo en uno que me cautiva y me quedo quieto, sin hacer nada, solo dejo que las gotas golpeen mi cabeza y luego que escurran por el cuerpo.

Caigo en cuenta de que estoy desperdiciando agua y que debo enjabonarme o echarme champú.

Y entonces, en medio de la toma de decisión, de un momento a otro se me aparece una melodía en la cabeza. Luego la canto en diferentes tonos, graves, agudos; sostengo una nota como para ver cuánto tiempo duro en esas, como si fuera un reto que alguien me puso: a que no es capaz de… ¿Quién? Un ser imaginario, mi otro yo, el loco que me habita y a veces se asoma a la superficie de mi personalidad, en fin, qué sé yo.

Podría parecer que soy un hombre que canta en la ducha, algo, digamos, normal, pero a ratos me parece que hay rastros de locura en esas pequeñas acciones que, al parecer, no guardan sentido alguno.

Me pregunto si soy infantil. pero ¿acaso no lo somos todos en cierta medida? ¿Qué es ese cuento de la madurez que nos han querido vender?

Pienso en mis primos pequeños y en lo felices que se ven cuando juegan solos, en como conversan consigo mismos y se abstraen del mundo.

Esas melodías, mi locura, en fin, es temporal. Puede que consiga retener una en mi memoria mientras me seco con la toalla, pero apenas abro la puerta del baño, cuando abandono ese terreno creativo de la ducha y me vuelvo a sumergir en la realidad, las olvido por completo.

Es una lástima, pienso que algunas son realmente buenas; con buenas me refiero a pegajosas.

Durante el resto del día intento caer deliberadamente en mi zona de locura, pero no lo logro, lo más cercano es cuando toco batería aérea, pero no le llega ni a los talones.

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Los pensamientos de Martínez

Alfredo Martínez escribe para un portal de bienestar. Detesta tener que levantarse en la madrugada, porque su oficina queda en la otra punta de la ciudad. Podría hacer teletrabajo, pero prefiere aguantarse un viaje de 2 horas y media en un bus a reventar de personas, que tener que aguantarse la cantaleta de su mujer todo el día, acompañado del lloriqueo de sus hijos pequeños. “Para escribir, así sea basura, necesito concentrarme”, piensa.

Su fuerte son los artículos sobre meditación, y los redacta en primera persona, como si en verdad él realizara dicha práctica, pero le aburre de sobremanera sentarse en silencio, en posición flor de loto y repetir Ohmm hasta el cansancio.

La mente, piensa, está hecha para producir cientos, miles, millones de pensamientos, entonces ¿para que ir en contra de la corriente? Cree que el primero en decir que era necesario acallarla  estaba loco. “Déjenla ser”, piensa.

Martínez está harto de la buena onda que pretenden desprender las personas hoy en día. Piensa que la gran mayoría meditan, madrugan, comen sanamente y sonríen a cada rato solo por seguir una moda.

Supone que la gran mayoría son paz y amor de dientes para fuera, pero ay donde tuviéramos acceso a sus pensamientos íntimos, a esas filias que nos acompañan a rodos y que evidencian lo retorcidos que somos.

Mientras piensa sobre el tema le llega a la cabeza un cuento que leyó hace poco. Trata sobre un hombre trabajador y padre de familia ejemplar, que por las noches, cuando su esposa duerme, sale a asesinar a seres nocturnos como los vagabundos y prostitutas.

No nos engañemos, hay pensamientos que siempre vuelven s nosotros sea lo que sea que hagamos", piensa Martínez.

El, a diferencia de su núcleo cercano de amigos y familiares no desea estar en sintonía con el universo.

martes, 14 de diciembre de 2021

Eramos tres

En esa oficina eramos 3: M.C., M. y yo.

M.C era la directora el área. Fue una buena jefe, una mujer que estudió Diseño Industrial, pero que nunca trabajó en algo que tuviera que ver con su carrera y se dedico al área comercial., o de pronto sí tenía que ver, porque todo se relaciona de extrañas maneras y simplemente no nos damos cuenta.

Los consultores de la empresa le tenía envidia, pues decían que ganaba más que ellos, aunque hacía menos.

No sé en qué basaban sus cálculos de esfuerzo o de trabajo y la verdad me importaba poco cuanto ganara ella o quien fuera en la empresa; más bien procuraba relacionarme poco con esas personas que hacían ese tipo de comentarios.

Yo me llevaba bien con M.C. y nuestras charlas casi siempre trataban sobre gustos musicales, de acuerdo a listas de música que ella ponía. Cuando sonaba una canción que conocía, yo comentaba algo.

Otras veces le preguntaba quien era el artista y así, por ejemplo, conocí a Regina Spektor cuando sonó the consequence of sound, buena canción esa.

El otro, M. era un consultor con mucha experiencia que casi no se la pasaba en la oficina sino visitando clientes para solucionarles problemas serios.

M. Es judio; un hombre grande y al que sacarle un par de palabras era todo un logro. Cuando estaba con nosotros  no participaba en nuestras conversaciones; si acaso sonreía con alguno de nuestros comentarios y luego volvía a encorvarse sobre su portátil. Era un hombre que cumplía una rutina rigurosa y, parecía, tenía los tiempos de su jornada medidos, y  no podía traicionar su rutina.

Hablábamos poco en esa oficina,es como si le le hubieramos hecho caso a las primeras líneas de la canción de Spektor:

My rhyme ain't good just yet,
My brain and tongue just met,
And they ain't friends, so far,
My words don't travel far…

Después de un tiempo M.C renunció porque le salió una oferta irresistible de la competencia y a M. lo cambiaron de área. Luego llego A. de Jefe y L. como compañera de área y fuimos otros 3, con una dinámica de trabajo muy diferente.

jueves, 9 de diciembre de 2021

De citas y otras cosas

Los jeans que tengo están a punto de sacar la mano, así que decido ir a comprar un nuevo par. Cuando llego al centro comercial, el alboroto de Diciembre se estrella contra mí, con personas que caminan afanadas de un lado a otro, presas de una excitación por comprar lo que sea, o bien lo que puedan.

Me uno a esa corriente humana, también hago parte de ella, ¿para qué les digo mentiras?

Empiezo a caminar sin rumbo alguno a ver qué almacén de ropa me llama la atención y una librería se cruza en mi camino.

No tenía previsto comprar libros, pero como tengo un encuentro con Ricardo Silva la próxima semana, me vendo la idea de que necesito comprar Zoológico humano, su última novela.

Mas tarde, luego de comprar el Jean en tiempo record, pues por conversaciones a mi alrededor caigo en cuenta de que hay ciclovía nocturna, y recuerdo lo imposible que se pone el tráfico.

Después de alimentar la maquinaria navideña, me pongo a hacer fila para coger taxi.

Ya son casi las 6 de la tarde y delante de mí se encuentran un hombre y una mujer, que parecen estar en el tramo final de una cita.

Al hombre, que lleva una gabardina gris, le cuelga del cuello una bufanda negra. Luce nervioso y, parece, se esfuerza en soltar frases para hacer reír a su acompañante.

La mujer decide que la espera está muy larga, le dice al hombre que mejor pidan un Uber y saca su celular para hacerlo. Luego le pregunta su dirección

"¿ Y para qué quieres mi dirección?”, Le pregunta él en tono galán.

Luego de voltear los ojos, la mujer responde: "pues para ponerla como segundo destino".

"Ahhh" dice el hombre y suelta una risa nerviosa.

Pasados unos minutos la mujer decide llamar al conductor.
"Buenas, ¿dónde está?... ¿en el Oxo?, ok”
"¿Donde queda el Oxo?”, le pregunta al hombre.
"Mmm pues a ver hay tres, uno en tal parte, en tal otra y el otro allá, dice él, a medida que señala la ubicación de cada local con el dedo índice de su mano derecha".

La mujer en lo que parece un arrebato de desesperación, de ¿qué carajos hago aquí?, le da un abrazo incómodo para despedirse.

La fila no se ha movido ni un milímetro.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

Mejor cortos

Me refiero a los capítulos de los libros.

Ayer iba a escribir sobre eso, pero 2666 me trajo el recuerdo de L. Y decidí no desperdiciarlo. De pronto, de forma inconsciente, guardé este tema para hoy por la pereza de tener que pensar en otro, o porque sabía que iba a tener dificultad de encontrar uno nuevo en medio de un festivo entre semana, uno de esos días que parecen muertos y que se van como por entre un tubo.

Mejor volvamos a lo de los capítulos cortos. La extensión de los capítulos de esa novela de Bolaños, fue algo que, a veces, me hizo sentir pesada la lectura.

Creo que, a la larga, no me enganchó mucho, pero a pesar de eso lo terminé de leer. Era una época en que tenía esa mala práctica y terminé muchos libros que me parecieron flojos a mitad de camino.

Eso es algo que no haría ni loco  en estos momentos, pues como decía García Márquez: “el método más saludable es renunciar a la lectura en la página en que se vuelva insoportable”. 

Y es que la vida es muy corta para leer libros con los que sentimos que no conectamos, ¿acaso no?, en fin.

De pronto mi error fue haberle hecho caso a medias a L., pues ella siempre me habló de los Detectives Salvajes, pero un día visité una librería, antes de uno de nuestros encuentros, y 2666 era el único libro que tenían de Bolaños; una edición en pasta roja dura, hojas muy delgadas y letra diminuta.

Dicho esto, prefiero los capítulos cortos que los extensos.

No sé si eso signifique que soy un mal lector, uno desagradecido o quién sabe qué, pero así son las cosas.

Quizás mi gusto por los diarios de los escritores se deba a eso, pues las entradas suelen ser cortas, a veces de no más de una línea.

martes, 7 de diciembre de 2021

Sushi + cerveza

Una vez M, un buen amigo, se puso las botas de celestino y me contactó con L, una mujer que conoció en la universidad y que, según él, le gustaba leer igual o más que a mí.

Se hicieron los arreglos necesarios, se entregaron los números de teléfono. “Oye L. mi amigo te va a llamar bla bla bla”, en fin, todas esas cosas que se hacen en ese tipo de situaciones para que no parezcan más extrañas de lo que son.

finalmente nos conocimos y la pasamos bien. L es relajada y era verdad que le gustaba leer, pero en ese entonces ya no era tan aficionada a la lectura como antes. sin embargo, hablábamos mucho de libros y autores. Fue ella quien me recomendó leer a Bolaños, y así, sin más ni más, me sumergí en la lectura de 2666.

Para nuestros encuentros, establecimos un ritual de sushi + cerveza, que siempre nos subía el ánimo.

Después de un tiempo de estar saliendo intenté venderme la idea de que L. me gustaba mucho y que sería bueno tener una relación con ella; todo por creer que para tener algo con alguien, basta con que a la otra persona le gusten las mismas cosas que a uno.

Quizás esa es una gran mentira y hay que hacerle caso a eso de: “los polos opuestos se atraen”. No sé, la verdad, no sé nada, o más bien sé muy poco, en fin.

Un día la llamé y le solté, ya no recuerdo cuál, alguna frase de conquista tonta. De inmediato noté un cambio en su tono de voz y las ganas que tenía de terminar la llamada.

Fue ahí cuando toda mi estantería de conquista se fue al piso, y decidí no insistir más, porque caí en cuenta de que L. no me gustaba, y que yo tampoco le gustaba a ella.

Años después volvimos a vernos, pero yo ya no tenía expectativas de nada. Ese día volvimos a nuestro ritual de sushi + cerveza y hablamos de esa época en la que nos vimos con frecuencia y de mi fallido intento de conquista.

lunes, 6 de diciembre de 2021

Manzanas en una esquina

6:08 P.M

Verde.

Amarillo.

La camioneta frena en la esquina luego de que el semáforo cambia a rojo. Las personas que caminan por la calle, afanadas, parecen una masa elástica que se expande y contrae a cada momento y que se cuela por entre los carros, para llegar a donde tengan que llegar; no tienen tiempo de ponerle atención a nada ni a nadie, lo único que les interesa es avanzar, dar un paso y después otro y otro más: ta ta ta, sus pisadas tienen un tempo constante.

La luz del día está a punto de irse y el cielo tiene ese color morado oscuro característico de esa hora.

A pocos metros del semáforo un hombre está parqueado con una carretilla que lleva manzanas. No las alcanzo a ver, pero sé que ese es el producto, porque el hombre no se cansa de anunciarlo: “Manzanas chilenas, 6 manzanas chilenas en $3000, no deje pasar esta oportunidad, no pase de largo y cómprelas ya”. Sus palabras son amplificadas por un parlante.

Por un instante pienso en las personas que componemos la escena, e imagino que si coincidimos en ese lugar a una misma hora, tiene que ser por algo; así nunca crucemos palabra alguna en lo que duren nuestras vidas. Imagino que, de cierta forma, la vida procura mantener algún tipo de equilibrio, pero llega un momento en el que se aburre y por eso todo, casi siempre, tiende más bien hacia el caos.

De pronto fueron las manzanas chilenas las que nos juntaron en la esquina.

Las personas que en ese momento no son dueñas de sus actos, de su movimiento, pues ya sabemos que hacen parte de una masa humana voluble, siguen de largo y ninguna se preocupa por examinar la oferta.

El vendedor no se da por vencido e inventa, con las mismas palabras, mil combinaciones posibles. Juega con ellas, cambia una palabra aquí, pone un verbo allá, siempre resaltando el precio y la procedencia de las manzanas.

“No deje pasar esta oportunidad. 6 manzanas chilenas a $3000”.

Verde.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Como McCartney

Mi hermano afirma que McCartney fue el gran cerebro de los Beatles. Siempre discute con M. uno de sus amigos, pues este le dice que no, que el verdadero genio del grupo era Lennon.

Entonces cada vez que se ven, se engarzan en la misma discusión, y ninguno cede ni medio palmo de terreno.  Al final, mi hermano saca el mismo as de debajo de la manga, un recurso que nunca le falla, y le pregunta: “A ver, sin pensarlo mucho, dígame las primeras cinco canciones de los Beatles que se le vengan a la cabeza”.

Entonces en ese ejercicio rápido de, digamos, asociación, M. un gran fan de la banda, se siente retado y da el nombre de esos cinco títulos que se le aparecen en la cabeza, y siempre resultan ser temas que compuso McCartney. Ahí termina la discusión, hasta la próxima vez que se hablan.

Viendo el documental que acaba de salir, opino igual que mi hermano: Mccartney era el cerebro del grupo.

Y es que parece que su cabeza es una fuente inagotable de composiciones, y que no deja de producir ideas en ningún momento.


Hay días en los que me siento a escribir y si he tenido un día muy pesado y ya es tarde, escribo lo primero que se me ocurra y no me preocupo mucho de cual sea el resultado final.

En ocasiones me salen escritos con los que me siento a gusto, pero en  otras siento que son una completa basura, pero igual los dejo, porque uno de los fines de este espacio es editarme lo menos posible.

Dicho esto, me gustaría escribir como compone Mccartney, es decir, siempre tener un tema a la mano; que no sería cualquiera , sino uno cargado de significado, lirico y con un ritmo casi perfecto.

A veces, muy pocas la verdad , logro rasguñar esa superficie de escritura de la que les hablo.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Mujer incógnita

En los últimos días he soñado dos veces con una mujer que en los sueños me encanta, es decir, la sensación cuando estoy cerca de ella es muy placentera.

Si me pusieran a describirla para hacer un retrato hablado, seguro que no lo lograría, porque de su aspecto solo tengo fogonazos: la curva de su sonrisa, sus labios rosados que contrastan con unos dientes blancos, y su pelo negro y largo.

En los sueños también apareció Raúl Medina, un hombre que conocí en la universidad. Él trata de que la mujer y yo coincidamos en ciertos espacios. Recuerdo un pequeño dialogo que sostuve con él:

“Ese día todos estábamos esperando que se cogieran de las manos. No sé qué paso”.  No entendí por qué lo dijo como si fuera gran cosa.

Recuerdo la escena a la que hace referencia. Estábamos cerca y ella me ponía atención a algo que le estaba contando, pero de un momento a otro, la mujer que, imagino, es como una colcha de retazos con características de diferentes mujeres que me han atraído a lo largo de mi vida, se puso de mal genio y se alejo del lugar en el que estábamos.

No sé porque mi yo del sueño no trato de retenerla, es como si fuera consciente de que dijo algo que la molesto y  por eso sabía que no tenía sentido buscarla, pues seguro lo (me) rechazaría.

En otra escena, después de ese incidente me encuentro con Medina y le pregunto cómo les terminó de ir ayer y qué habían hecho.

“Mejor le cuento que fue lo que no hicimos”, respondió.

Ahí sentí rabia, porque imaginé que la mujer tenía mucho que ver con esa frase. Pero me quedé callado y no respondí nada,  aunque me moría de ganas de preguntarle por ella

Después en el siguiente corte, digamos, la vi sentada y riendo con un grupo de personas, pero no me acerqué.

Ahí me desperté e intenté dormirme de nuevo a ver si podía, como a veces ocurre, continuar con el sueño, pero no lo logré.

martes, 30 de noviembre de 2021

Extra de una serie coreana

Espero a alguien en un centro comercial. Me siento en una barra exterior de un café Juan Valdez y me pongo a leer. A mi lado derecho una mujer teclea de forma frenética en su portátil y lleva puestos unos audífonos de orejera grandes. Alega con alguien sobre Shopify, y cómo deberían ser las cosas, las de ella, del negocio del que habla, en fin.

Pasados unos minutos, me arqueo hacia atrás porque siento dolor en la espalda. Imagino que se debe a la postura en la que estoy porque la silla no tiene espaldar.

Hay una mesa desocupada, y mientras pienso si ocuparla o no, una mujer con vestimenta elegante, zapatos de tacón negro y un pantalón ajustado, la ocupa. Saca su celular del bolsillo y se pone a darle scroll down como si el mundo se fuera a acabar.

En ese momento entran en escena los actores coreanos. Yo solo soy un extra de relleno, como la mayoría de personas que se encuentran en el lugar.

Son dos y se paran enfrente de mí. Uno de ellos pone su bebida sobre la barra y descarga dos bolsas con compras del lugar. Por lo que alcanzo a ver, están repleta de bolsas de café.

Comienzan a conversar y, claro está, no entiendo ni una palabra de lo que dicen, pero tengo claro que debe ser así, pues en la trama solo soy un un personaje secundario que, se supone, no tiene por que alterar elcurso de la trama de la historia principal.

Mi espalda no da más, decido irme del lugar y dejo a los dos actores coreanos con su animada conversación, y al resto de extras: la mujer enfrascada en su llamada telefónica y a la del celular, con un acompañante que acaba de llegar a su mesa.

Ingreso a otro café, pido un capuchino, y logro conseguir un puesto un sofá largo con espaldar.

Sigo leyendo. Al poco tiempo llega otro actor coreano, se sienta a mi izquierda y no hace nada, pero estoy seguro que no es un extra.

Tiempo después, dos hombres de una empresa de seguridad pasan caminando por el pasillo del centro comercial, uno de ellos lleva agarrada una bolsa de lona negra y el otro va detrás de él, escoltándolo con una escopeta plateada reluciente. Imagino que está así de brillante porque nunca la ha tenido que usar y lo único que puede hacer con ella es limpiarla.

Miro al coreano. Ahora escribe en su celular de forma rápida. Imagino que está hablando con los otros dos y que el mensaje que acaba de enviar tiene algo que ver con los dos hombres que acaban de pasar con bolsas de dinero.

El coreano se levanta y se aleja rápido del lugar.

Sigo leyendo. Imagino que ese es mi papel en esa escena.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Impulso

Los viejitos, con barbas largas y túnicas que besan el piso con cada paso que dan, de la RAE, definen la palabra impulso de la siguiente manera: “Deseo o motivo afectivo que induce a hacer algo de manera súbita, sin reflexión”. Así, a veces, suelo comprar libros.

Ya está claro que no importa cuántos se tengan arrumados sin leer, bien sea en la biblioteca o en cualquier rincón del cuarto, e incluso todavía con el plástico transparente que los envuelve, o, como una vez me contó un amigo que almacena los suyos, en torrecitas esparcidas a lo largo del apartamento; no importa nada, siempre vamos a querer más.

Mi yo suele engañarme y me pregunta: “¿Y qué tal que esta sea la última oportunidad que va a tener para comprar ese libro?... ¿la va a dejar pasar?”

“Hombre sí, tiene razón”, suelo responderle, mientras pienso: “¿qué tal que una gavilla de lectores, se interesen justo por ese libro que tengo en la mira de compra y cuando me decida ya sea muy tarde?

Entonces, sin reflexionarlo mucho, decido comprarlo y ya está, porque comprar libros se siente bien, porque el simple acto también asegura un subidón de dopamina, por la expectativa, creo, de la experiencia de lectura que se espera tener.

Pues bien, el domingo que acaba de pasar me senté a escribir un rato sin tenerlo planeado y cuando terminé de editar el texto, y por las extrañas maneras en que funciona el cerebro para generar ideas, llegó a mi mente el título de un libro: “La tentación del fracaso” de Julio Ramón Ribeyro.

Es un libro que, después de leer sus Prosas apátridas, he buscado como loco, sin éxito alguno, en las librerías locales. Son sus diarios desde 1950 a 1978 y tengo debilidad por ese formato de libro.

Creo que de cierta forma los diarios alimentan la obra de los escritores, pero al ser anotaciones diarias de su cotidianidad, y como los autores, imagino, no están pensando en formato historia, cuentan con una crudeza que, siento, los hace especiales,

Así que, sin dudarlo un segundo, gracias al impulso lo compré, y se convirtió en el primer autorregalo de esta navidad.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Las tinieblas ganan terreno

Recuerdo que cuando se murió Joe Arroyo, muchas personas, al parecer, estaban devastadas por la noticia y decían que habían llorado mucho, y claro, al instante les llovían las críticas: “No, pues tan fan del cantante, fijo no se sabe ni una canción”, y así.

No sé si algún día llegué a llorar la muerte de una figura pública, creo que no. No critico a quienes lo han hecho, pero en mi caso me parece exagerado, aunque mejor no digo nada, porque la vida siempre se empeña en derrumbar nuestras certezas.

Sin embargo, cada vez que muere un escritor siento, digamos, una ligera desazón.

Este sábado falleció Almudena Grandes. No soy un fanático de su obra y solo me he leído una de sus novelas: Las tres bodas de manolita; una historia que se desarrolla en Madrid, luego de la guerra civil.

Malena es un nombre de tango es otra de sus novelas y me cautiva mucho el título, quizá la lea pronto a manera de homenaje póstumo a la escritora.

Les decía que cada vez que muere un escritor siento algo de tristeza, porque es como si las tinieblas ganaran un poco más de terreno en este mundo que está tan patas arriba.

En estos días la he visto hablando en unos videos cortos y me parece que uno de sus fines en la vida era hacerle frente al caos y al horror; ponerle un poco de orden al mundo, el suyo por lo menos, con sus letras.

Considero que Los escritores, los de ficción para ser precisos, mantienen a raya la locura diaria que nos envuelve y que cuando uno(a) de ellos deja este mundo, independiente de su nacionalidad y si lo hemos leído o no, se genera un desequilibrio en el curso de nuestras vidas.

“Porque existen hambres mucho peores que no tener nada que comer ,
intemperies “mucho más crueles que carecer de un techo bajo el
que cobijarse, pobrezas más asfixiantes que una vida en una casa
sin puertas, sin baldosas ni lámparas.”
- Las tres bodas de Manolita –

Las tinieblas ganan algo de terreno, ya les digo yo.

sábado, 27 de noviembre de 2021

Desfasado

Esta semana habría sido como cualquier otra de este año, si no fuera porque estoy, o bien, me siento desfasado. Como explicarlo; diría que estoy y no estoy en ella.

El jueves juré todo el día que era viernes y trasnoché a propósito por eso. “Mañana es sábado, ¿qué más da? Si quiero no me levanto y me quedo metido en la cama todo el santo día, con el mismo empeño con el que Yoko Ono y John Lennon duraron una semana en la cama de un hotel”, pensé.

A eso de la 1 de la mañana pasadas, cuando ahora sí era ese viernes que había creído habitar, y mientras cambiaba los canales, de forma frenética, como si el mundo se fuera a acabar, buscando algo con que distraerme; caí en cuenta de que el sábado que había justificado mi trasnochada no iba a llegar.

“¿Y ahora qué?”, pensé. “¡Ya qué! Hombre”, me respondí, o me respondió mi otro yo, pero a los pocos minutos me invadió un sentido de responsabilidad, apagué el televisor y me quedé dormido pronto, o eso creo.

Hoy me invadió esa misma sensación, es decir, todo el día he sentido que es domingo. Vamos a ver si creer eso, me va a funcionar en horas de la tarde, cuando la luz del día se empieza a extinguir y uno se comienza a sentir extraño.

Una vez un coach, de esos que dicen que ayudan a conseguir el trabajo de los sueños y no sé qué más cosas extrañas, decía, en el inicio de su charla, para activar un punto de dolor de los asistentes, que el día en que más se reportan suicidios son los domingos en horas de la tarde, en fin.

Les decía que la sensación de estar en Domingo siendo sábado, de pronto va a evitar aquella sensación de extrañeza de domingo por la tarde, pues recordar que ese no es el día en el que creo estar, será un motivo de alegría.

No sé qué haré mañana a esa hora, pero como estoy desfasado, es posible que mañana sienta que habito un martes o miércoles.

Los mantendré informados.

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Salvar el mundo

Salvar el mundo es lo que hago en este preciso instante, por lo menos el mío. Vuelvo y me repito. Esta es una idea sobre la que suelo escribir cuando los temas no abundan en mi cabeza, estoy cansado o tengo ganas de ponerme a leer.

Escribo para no perder la costumbre de redactar un par de líneas diarias sobre lo que sea y sin importar si al final no tienen mucho sentido. Imagino que en algún lugar del planeta siempre habrá alguien que se se identificará con mis textos, aunque puede ser que nunca los lea, qué sé yo, de pronto a Akihiro Yoshida, un campesino que vive en la periferia de la ciudad de
Kōbe, este escrito le caiga como anillo al dedo, pero es una lástima que el sr. Yoshida no tiene idea alguna del español y nunca se va a enterar de su existencia.

Da un poco de angustia eso, es decir, pensar que en algún lugar del planeta existe un texto que va a salvar nuestro mundo, uno que es justo lo que necesitamos leer cuando sentimos que la vida nos oprime el pecho, y que nunca vamos a tener acceso a él porque quién sabe en dónde y en qué idioma se encuentra escrito.

Quizá esa es una de las razones para aficionarse por la lectura, porque andamos, de forma inconsciente, detrás de ese escrito único. Puede ser que por eso se compran libros de forma compulsiva, porque en algún momento de la vida, que no alcanza para nada de lo que realmente queremos hacer, esperamos aterrizar en él.

Pero les decía que estoy salvando el mundo, ¿cierto? Siempre suelo pensar eso cuando escribo, que de alguna forma corrijo un poco el curso de mi vida y evito precipicios de desesperación para mí y otras personas.

A esta hora ya son las 12:55 del mediodía en Kōbe, ojalá que mi estas líneas le ayuden en algo al señor Yoshida.

martes, 23 de noviembre de 2021

De musas y otras cosas

Hay personas que afirman que para escribir es necesario contar con la presencia de la musa de la escritura, esa fuente inagotable de creatividad que, si está de nuestro lado, es posible que nos dicte cualquier texto al oído.

Un amigo al que le gusta escribir decía que él sin esa musa, que se traduce en las ganas de escribir y saber sobre qué hacerlo, no podía redactar ni media línea.

Supongo que quién se haya inventado el cuento de la musa lo hizo únicamente para darle un aire romántico a la actividad de escribir, porque con musa o sin ella, lo que cuenta es sentarse a hacerlo, así se tengan todas las ganas del universo o nada de ellas.

Una vez, en los inicios de su carrera como escritor y mientras se tomaban unas cervezas, Kurt Vonnegut le pregunto a Salman Rushdie “¿Vas en serio con esto de escribir?”. “Sí”, le contesto Rushdie y Vonnegut, con su veteranía, le dijo: “Entonces debes saber que llegará un día en que no tendrás un libro que escribir y, aun así, tendrás que escribir un libro”.

Supongo que los novelistas tienen claro eso, y que, a veces, con algo de suerte, la musa se les aparece, pero que por lo general se sientan a escribir in darle tantos rodeos al tema y ya está,  sin hacerlo ver como una actividad mística o especial.

También, supongo, debe existir una musa de la lectura que hace presencia en aquellos momentos en que uno siente un profundo deseo de leer algo.

Con el acto de leer, pienso, pasa, lo mismo que con el de escribir, si la musa no aparece, lo que se debe hacer es coger el libro y comenzar a leerlo sin pensarlo tanto; lo más probable, por lo menos en mi caso, es que en medio de la lectura la musa aparezca.

lunes, 22 de noviembre de 2021

Sangre ajena

Ese día, Antonio Muñoz se levantó de mal genio, a pesar de ser un día soleado, perfecto para salir a caminar.  Le gusta hacer esa actividad todos los días. Siempre realiza caminatas cortas, de no más de quince minutos, pero que le ayudan a despejar la cabeza para el día que tiene por delante.

Su malhumor se debía a que no podía comer nada, pues debía estar en ayuno para tomarse unas muestras de laboratorio. No poder cumplir su ritual de tomarse el primer tinto del día en el balcón de su casa, respirando el aire frío de la mañana con Gesundheit, su fiel Pastor Alemán, a su lado, lo tenía así.

Le molesta cuando siente que pierde el poco control que tiene sobre su vida, pero ¿qué puede hacer si la vida no es más que puro azar, un constante derrumbe de todas nuestras certezas?

Más tarde, en el laboratorio, una máquina le da el turno C247. No hay ninguna silla disponible en el salón y ahí, de pie, mira con rabia a todos los que están sentados. “Malditos todos”, piensa

Luego intenta encontrarle significado a la combinación de números y letras de su turno, pero se aburre al instante y mete el papel en el bolsillo.

Una pantalla empotrada en la pared produce un pitido cada vez que anuncian la atención de un nuevo turno. Muñoz mira la pantalla, pero apenas van en el C231; quién sabe cuánto tiempo le tocará esperar. “Vida perra”, piensa.

El sonido del cambio de turno se vuelve a producir y una mujer se levanta angustiada como si la corta distancia que tiene que recorrer hasta el módulo de atención le fuera a tomar horas. Muñoz aprovecha y se lanza hacia la silla con energía exagerada, sin importarle si había personas de la tercera edad o mujeres embarazadas de pie. “Que se jodan todos…y todas”, murmulla.

Después de una hora, por fin es su turno. Cuando se acerca al mostrador, una mujer con un uniforme azul claro, le pregunta si tiene la orden médica “¡Claro!”, responde, pensando que la mujer sería dichosa si él le dijera que no, para que ella pudiera decirle que se largue por donde llegó.

La mujer le entrega un frasco. “Para el parcial de orina”, le dice ante la cara de asombro de Muñoz, mientras él mira como le pone un sticker blanco en el que va su nombre y cédula.  En Otra bandeja, un poco más a la derecha, hay tubos con  sangre que también tienen el mismo sticker, con los datos de otras personas.

Muñoz toma el frasco y se queda mirando los tubos fijamente. Parece que el personal del laboratorio tiene claro el procedimiento para marcar los frascos y tubos, y que no hay forma de que la orina y sangre de fulano se  la asignen a mengano, pero Muñoz no puede dejar de pensar en todas esas personas que andan  por la vida con resultados de laboratorio de otras personas y las consecuencias que eso desencadena.

Se sienta a esperar,  y hace fuerza para que no le vayan a asignar sangre ajena.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Vista Mañanera

Después de una seguidilla frenética de clics caigo en 11 a.m la canción que más me gusta del álbum Morning View de Incubus. Mientras la escucho me devuelvo a un año al inicio de este siglo, ya no recuerdo cual, en el que viajé a Carolina del Sur a una especie de intercambio.

Yo y un grupo de personas estudiábamos dos días a la semana y en los otros trabajábamos en parques de diversiones. Las noches eran casi siempre lo mismo: Tomar cerveza y hacer fiestas improvisadas en uno de los apartamentos del edificio del campus en el que nos estábamos quedando, hasta que los pocos gringos que habían decidido quedarse ese verano en la universidad y que ocupaban un apartamento en el edificio, llamaban a la policía del lugar para que termináramos la fiesta.

Entonces alguien golpeaba la puerta y cuando uno la abría se encontraba con un hombre alto y fornido, que llevaba puestas gafas negras y que, con frases cortas, nos decía, luego de pedir identificaciones, que no hiciéramos más ruido.

Pero les estaba hablando del Vista Mañanera ¿cierto? Lo que pasa es que como compré ese disco ese verano, siempre me inserta otros recuerdos.

Fue en una semana que tuvimos libre y alquilamos una Van para viajar a Atlanta. Cuando fuimos al lugar donde alquilaban los autos, y como era un viaje de más de 8 horas, yo pensé que debíamos comprar un seguro contra accidente. “Lo pagará usted me dijo M”. “Tan marica”, le respondí, y al final nos llevamos la camioneta así no más, sin seguro ni nada.

Viajamos a punta de mapas, pues no teníamos celulares en ese momento y fue en Atlanta, luego de perdernos por las calles de la ciudad y terminar en un barrio que parecía peligroso, en un centro comercial inmenso que parecía una selva por todas las plantas que tenía, donde compre el álbum en una tienda de Tower Records.

En ese viaje alternábamos el álbum con discos de vallenato, pero recuerdo que desde ese momento identifiqué, en mi humilde opinión, el top 3 de sus canciones: 11 a.m, Blood in the ground y Just a Phase.

En Atlanta nos quedamos en la casa de unos amigos de Ana María, una mujer que decidió unirse a nuestro viaje un día antes.

La casa de los amigos, una pareja, que al final no eran tan amigos de Ana, sino conocidos, quedaba en las afueras de la ciudad y cuando por fin la encontramos P. comenzó a echar reversa para parquear y se llevó el buzón de correo.

Después de un viaje de más de 8 horas sin ningún inconveniente, la luz stop derecha se había rajado con el golpe.

“¿Y cuánto nos va a costar esto sin seguro?”, me pregunté, pero al rato olvidé el asunto y me dediqué a disfrutar del viaje.

A los 5 días, devuelta en Carolina del Sur, cuando fuimos a dejar la camioneta en el lugar de alquiler de carros, listos para asumir una deuda, la mujer que atendía nos firmó un papel y sin revisarla nos dijo: "parquéenla allá”, señalando un espacio libre en el parqueadero.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Análoga y digital

Por azares de la vida, acaso de qué otra forma podría ser, termino en un café que no conocía.

Adentro, el mostrador expone tortas con cremas de colores rojo, verde y naranja, entre otros.

Todas se ven apetitosas, pero para ir a la fija me decido por una vieja conocida, la de zanahoria, que lleva una cubierta blanca, queso crema al parecer, y la acompaño con un capuchino.

Me siento en una mesa que está contra una pared.

La mayoría de clientes del local están sentados en la terraza, algo que no entiendo porque la tarde ya es casi noche, hace frio y sopla una fuerte brisa, pero ¿quién soy yo para juzgar los gustos meteorológicos de las personas?

Adentro estamos dos mujeres y yo.

A mí derecha, una mesa de por medio se encuentra una de ellas, llamémosla la digital. Está sentada al lado de una ventana que da a la calle. Teclea de forma frenética en un pequeño portátil y sobre la mesa tiene dos celulares, uno de ellos conectado a un cargador; una cartuchera con estampados de flores y una libreta. Sobre la que reposa un esfero. También hay una tasa desocupada. A ratos fija la mirada en un punto cualquiera de la pared de enfrente como buscando una idea, y cuando esta le llega la descarga con furia en el teclado.

“Me puedes traer, en un ratico, una infusión de frutos rojos”, le dice a una de las meseras cuando pasa cerca de su mesa. Imagino que debe ser una cliente frecuente porque la empleada del lugar parece saber a cuantos minutos equivalen ese “ratico” que menciono la mujer.

En un momento se pone de pie para ir al baño y deja todas sus pertenencias en la mesa. Envidio su tranquilidad.

A lo lejos, cerca a la entrada, se encuentra sentada la análoga que, a diferencia de la primera escribe a mano y con parsimonia en una libreta. Estaa cruzada piernas y mueve la que le cuelga de un lado a otro.

La digital sale del baño y minutos después, luego de sentarse, una pareja de viejitos que carga unas bolsas y unas cajas de cartón, le hacen señas desde fuera del local, para que les de algo de comer. La digital se las responde y les indica que entren.

La pareja le hace caso. Apenas ingresan, la aliada de la tecnología le dice a un mesero que por favor les sirva dos aromáticas y dos Croissants.

Los viejitos descargan lo que llevan en sus manos en el piso y antes de tomar asiento, la mujer le ayuda a su pareja a sentarse. El hombre se desploma en la silla cuando ve que es seguro hacerlo. Luego dan media vuelta y le dan las gracias a la mujer digital.

martes, 16 de noviembre de 2021

La mujer que no sentía las piernas

Ese día, parece que fue hace siglos, una pareja de amigos, novios en ese entonces, se fueron del bar para llevar a Laura a la casa porque ya estaba muy borracha. Yo estaba en las mismas y la estaba pasando bien con ella, pero uno de mis viajes a la barra por una cerveza, coincidió con el momento en que mis amigos decidieron llevársela a la casa.

La busqué por un rato y deambulé de un lado a otro del lugar, hasta que por fin la encontré. Me acerqué para darle un beso, pero resulta que confundí a Laura con su prima,  Esta me dijo algo como: "¡oiga,qué le pasa!" y, creo, se aguantó las ganas de darme una bofetada. En mi defensa puedo decir que eran muy parecidas.

"Estoy muy borracho”, pensé en ese momento y tomé la sabía decisión de abandonar el lugar. Dejé la botella de cerveza, a medio tomar, sobre un muro y emprendí mi huida de aquel sitio.

Pero como todo siempre puede empeorar, en la salida trastabillé y terminé en el piso. Uno de los guardias de seguridad del lugar me ayudó a levantarme y me preguntó si estaba bien. Le dije que sí, pero era mentira porque una pierna me quedó doliendo mucho por el golpe que me acababa de dar.

Salí del lugar cojeando y me senté en un muro a esperar a que el dolor pasara un poco.

Mientras estaba ahí, solo, pensando en Laura y con ideas locas, producto del alcohol, una mujer rubia y flaca también se tropezó en frente de mí. Me puse de pie, la ayudé a pararse y a sentarse en el muro que yo estaba ocupando.

La mujer lloraba desconsolada.

“¿Qué te pasa?”, le pregunte.

“No siento las piernas”, respondió. Era claro que su borrachera era mil veces peor que la mía, que, después del malentendido con la prima de Laura y el porrazo que me había dado, ya había pasado un poco.

“¿Y con quién estás?”

“Con unos amigos, pero ya se fueron”. Valientes amigos, pensé.

Y ahí estaba yo en plena madrugada, recuperándome de un golpe, de mi borrachera y con una extraña que no sentía las piernas.

“¿Qué hacemos?”, le pregunté

“No sé respondió…No siento las piernas”, y otra vez comenzó a llorar desconsolada.

Después de un rato la mujer sacó su celular, pero no lo podía manejar. Se lo pedí prestado y le pregunté que a quién quería llamar”

“A mis papás”, respondió.

Marqué el número de sus padres, y me contestó la mamá, pero como la mujer no estaba en condiciones de hablar, le expliqué que su hija estaba con un extraño, sentada a las afueras de un bar y que, para completar, no sentía sus piernas.

La madre me pidió la dirección del lugar, se la di, y me dijo que ya mismo salían a recogerla.

Para ese momento mi borrachera ya se había extinguido y tenía ganas de irme a mi casa, pero dejar sola a esa mujer me pareció una canallada, así que esperé a que llegaran sus padres, contesté el teléfono cuando le marcaron y la ayudé a caminar hasta el carro.

Nunca me volví a ver con Laura.